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Vístete decorosamente, apaga tu celular y ten fe que todo lo que pidas, si eres respetuoso , piadoso en tus actitudes y posturas en el Templo, sera recibido por el Señor con agrado .

Y tu alma ya no será la misma.

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Mi deseo es que Dios se manifieste en ti.


Cristo Resucito, DIOS VIVE ENTRE NOSOTROS

jueves, 28 de enero de 2010

De primer ministro chino a sacerdote católico

Cuando murió su mujer, Lou Tseng-Tsiagn ingresó como monje benedictino en la Abadía de San Andrés.

Nacido en 1871, fue embajador de Bélgica y Rusia, ministro de asuntos exteriores y primer ministro durante un breve período de tiempo. Tiempo después visitaba, tras la II Guerra Mundial, la Bélgica ocupada por los nazis. Esta vez ataviado con un hábito de monje benedictino y como sacerdote.

(Roy Peachey/The Catholic Herald) Hace noventa años, el antiguo primer ministro y ministro de de Asuntos Exteriores chino, Lou Tseng-Tsiang, se quedó solo al rechazar la firma del Tratado de Versalles. Este desafío es hoy absolutamente desconocido, pero en aquellos días volvió a casa como un héroe. Veinte años después, el mismo hombre, realizó uno de los más extraños viajes políticos del siglo XX, haciendo frente a los desafíos de la II Guerra Mundial como monje benedictino y sacerdote en la Bélgica ocupada por los nazis.

Nacido en 1871 en el seno de una familia protestante de Shanghai, Lou fue un alumno de la escuela local de idiomas. Tras diversos estudios en Pekín, trabajó como traductor para la delegación china en Sanpetersburgo, antes de entrar a formar parte del cuerpo diplomático del país. Fue embajador en Bélgica y Rusia y, con la fundación de la República China en 1911, se hizo cargo del Ministerio de Asuntos Exteriores y poco después, por un breve periodo de tiempo, fue nombrado primer ministro.

Era el ministro de Asuntos Exteriores y encabezó la delegación china en la Conferencia de Paz de Versalles. La situación que tuvo que afrontar era extremadamente complicada. Alemania había conquistado parte de la provincia de Shandong en 1897, pero luego la perdió a manos de Japón durante la Gran Guerra. Los japoneses, que reclamaban el territorio, usaron esta circunstancia como una herramienta útil que les permitiera obtener una mayor influencia sobre el débil Gobierno chino.
Los aliados, que consideraban a Japón como su más fuerte apoyo e ignorando el hecho de que miles de trabajadores chinos habían muerto en la frontera oeste, permitieron a Japón mantener los territorios chinos que habían ocupado. Afrontando el hecho con cierta humillación diplomática, Lou rechazó firmar el tratado. Fue el único representante que lo hizo.

Del matrimonio, al monasterio

Tras la guerra, Lou fue paulatinamente alejándose de la primera línea política, dimitiendo como ministro de Asuntos Exteriores para concentrarse en la lucha contra la hambruna creciente, antes de abandonar China en 1922, para ayudar a su esposa belga, Berthe Bovy, a recuperarse de una enfermedad grave.
Como católica, Berthe nunca fue la mujer que los padres de Lou hubieran elegido para él y, como extranjera, tampoco obtuvo el apoyo de los jefes políticos de Lou. Sin embargo, Lou estaba convencido de que «nuestros espíritus y nuestros corazones estaban hechos el uno para el otro». La prueba es que su matrimonio fue una permanente fuente de felicidad para ambos.
En 1922, Berthe necesitó un periodo de recuperación en Suiza, donde Lou trabajó por un corto espacio de tiempo como delegado de las Naciones Unidas y como embajador en Suiza. Sea como fuere, la salud de su mujer no se recuperó y murió en 1926. En consecuencia, Lou decidió retirarse de la vida pública por completo y, habiéndose bautizado como católico 15 años antes, ingresó en el noviciado de la abadía de san Andrés en la nación de su mujer. Allí vivió en clausura, estudiando teología y finalmente, fue ordenado sacerdote.

Cualquier sueño de vivir el resto de sus días en la paz del monasterio fue desterrado por la irrupción de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación nazi de Bélgica. Como quiera que aquellos hechos fueran devastadores, marcaron una nueva fase en la vida del hombre que ahora era conocido como Don Pierre Célestin.

La «vocación cristiana de China»

Cuando la abadía fue incautada por los Nazis en 1942, se desplazó a Brujas, donde empezó –de forma titubeante al principio- a compartir los frutos de sus experiencias. En 1943, a pesar del acoso de los nacional socialistas, empezó a escribir «Souvenirs et Pensées», un libro que rápidamente fue traducido al Inglés. No todos sus planteamientos políticos han resistido el paso del tiempo. Pero sus reflexiones sobre su propia vocación religiosa y sobre lo que él llamaba la «vocación cristiana de China» mantienen una honda frescura. Su espíritu ecuménico también es impactante. Lejos de suponer un problema para Lou, aseguraba que el «protestantismo ha sido para mí una fase sin la que creo que no me hubiera sido posible alcanzar el catolicismo».

De cualquier forma, en una época en la que la duda de ser plenamente católico y chino al tiempo se esparcía entre los católicos del gigante asiático, tal vez la parte más relevante del libro es aquella en la que explica cómo sus compatriotas pueden «reconocerse con problemas en una institución que, aún hoy, en su apariencia externa, latina y occidental, no expresa completamente la profunda universalidad interna».
Parte de su respuesta era litúrgica. Veinte años antes del Concilio Vaticano II, Lou pidió la introducción del chino en la liturgia. Sin embargo, apoyando tanto la continuidad como la reforma, quería ver el uso del lenguaje literario chino en la liturgia por «su profunda belleza, su vigor y elegancia».

Otra parte de su respuesta se refiere a su profunda devoción personal al Papado -una devoción basada en los conceptos de piedad filial de Confucio- realizada con recomendaciones prácticas basadas en parte en el estudio de la lengua y la cultura chinas. La crítica de Lou no era una mera teorización. En su séptima década de vida, esperaba volver a casa para ser parte del renacimiento monástico en China. Pero la incipiente guerra civil se lo impidió y murió en 1949, poco antes de la Victoria comunista.

Movido por un hondo sentido de la humildad y una profunda espiritualidad, el hombre que había rechazado firmar el Tratado de Versalles, terminó sus días como abad en Bélgica, orando con estas palabras: «En todas las naciones de la tierra, sea honrado y glorificado».

Publicado el 29 Junio 2009 - 12:44pm

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