Autor: P. Ángel Peña | Fuente: Libro ateos y Judíos Convertidos.
Escritores, siquiatras, filósofos Ateos convertidos al Cristianismo.
Svetlana Stalin, Sergio Peña, Sandra Elam, Janne Haaland, tocados por la gracia de Dios, dejan todo y siguen a Cristo en la fe católica.
SVETLANA STALIN, conocida escritora, hija del famoso dictador comunista
Joseph Stalin. Su testimonio lo ha publicado en Lettera del Foyer en 1995. dice: Los
primeros 36 años de mi vida los pasé en el Estado ateo de Rusia. De Dios no se
hablaba. Mi abuela materna, Olga Allilouieva, sí nos hablaba de Dios: de ella escuché
por primera vez las palabras alma y Dios. En una ocasión, cuando mi hijo tenía 18
años, enfermó. No quería ir al hospital, a pesar de la insistencia del doctor. Por
primera vez en mi vida, a los 36 años, pedí a Dios que lo curara.
Después de su curación, un sentimiento intenso de la presencia de Dios me
invadió... Dios me hizo conocer al sacerdote más maravilloso que podía encontrar, al
Padre Nicolás Goloubtzov. Yo tenía necesidad de ser instruida sobre los dogmas
fundamentales del cristianismo y fui bautizada el 20 de mayo de 1962 en la fe ortodoxa.
Conocí a los católicos en Suiza, cinco años después de mi bautismo en la Iglesia
ortodoxa rusa. Después me trasladé a USA y me casé. Pero pronto vino la turbación y
la amargura y todo terminó en la separación conyugal... Durante estos años, mi vida
religiosa estaba confusa como todo el resto. Me encontraba frente a un cristianismo
americano múltiple. Cada denominación me invitaba. Busqué también en la Ortodoxia
la solución de mi búsqueda personal. Las respuestas a mis interrogantes me parecían
demasiado abstractas.
Un día recibí la carta de un sacerdote católico italiano de Pennsylvania, el
Padre Garvolino, que me invitó a visitar el santuario de Fátima, en Portugal, con
ocasión de los 70 años de las apariciones. De momento no fue posible, pero nuestra
correspondencia y amistad duró más de 20 años y me enseñó muchas cosas... En 1976
encontré en California una pareja de católicos, Rose y Michael Ginciracusa. Viví dos
años con ellos. Su piedad discreta y su solicitud por mí y mi hija me conmovieron
profundamente. En 1982 viajamos a Inglaterra para que mi hija recibiera allí una
buena educación europea. Mis contactos con los católicos continuaron siempre
alentadores, y me permitieron acercarme cada vez más a la Iglesia Católica. Y así, en
un frío día de diciembre, me brotó naturalísima la decisión esperada largo tiempo de
entrar en la Iglesia católica, mientras vivía en Cambridge, Inglaterra. Los años de mi
conversión han sido plenos de felicidad. En la Iglesia ortodoxa oriental una confesión
raramente es escuchada; generalmente, una vez al año por Pascua y sin la discreción
que permite el confesionario. Ahora la Eucaristía se ha hecho para mí, viva y
necesaria.
El amor a la Virgen María ha crecido. Yo creía que era cosa de campesinos
iletrados como mi abuela Georgiana. Me desengañé, cuando me encontré sola y sin
sustento. ¿Quién otro podía ser mi abogado, sino la Madre de Jesús? Ella se me hizo
cercana. Ella, a quien todas las generaciones llaman Bienaventurada entre todas las
mujeres 58.
SERGIO PEÑA Y LILLO es un siquiatra chileno, autor de muchos libros, que se
convirtió en 1970, y ha escrito el relato de su conversión en su libro. En el Corazón de
Cristo. Nos dice así:
Nací en un hogar católico, pero me convertí en agnóstico y librepensador...
Pasé brevemente por el partido comunista... Experimenté con drogas y comencé una
búsqueda obsesionada por lo sagrado. Leí con pasión los autores esotéricos y
herméticos del ocultismo occidental, la metafísica china, los arcanos del tarot y el
budismo Zen. Pero me faltaba algo que no sabía ni lograba precisar72.
Estando una tarde, que jamás olvidaré, en mi oficina privada de la clínica
siquiátrica universitaria, me puse a leer casi por mera curiosidad los Evangelios. En
Mateo me enfrenté, podría decir de improviso y a quemarropa, con el pasaje que iba a
ser decisivo para el resto de mi vida, la vocación del propio Mateo. Al leer SÍGUEME,
sentí una brusca sacudida. Me quedé como petrificado en el SÍGUEME. Era la alegría
emocionante de un reencuentro largo tiempo anhelado. Era la irrupción repentina de lo
sobrenatural... Sollocé con la pena más hermosa y dulce de toda mi vida: un llanto que
brotaba de la raíz misma de mi ser. Como un rayo de luz, que visita de improviso las
tinieblas, todo se me hacía más claro. Tenía la sorprendente vivencia de que el Señor a
mí me decía: SÍGUEME, SÍGUEME, SÍGUEME. Se repetía la extraña voz en mi
interior, con la indescriptible certeza de que, en ese preciso instante, era a mí a quien
Jesús llamaba. ¡Era Cristo y era todo! Había sido siempre a ÉL a quien yo buscaba y
yo no lo sabía. Me arrodillé y lloré cerca de dos horas con el llanto más puro y más
sagrado que puede brotar de mí. Y repetía obsesionado en voz alta: “Eras Tú, Señor,
eras Tú...”
Como le ocurrió a Frossard, en un minuto se había trastocado el eje de mi
existencia. Había sido ateo y ahora era cristiano para el resto de mi vida. Desde
entonces hasta hoy, quedé cautivo en las redes del divino pescador... Nunca me he
vuelto a sentir solo. Siempre ha estado Él conmigo, sosteniéndome en los momentos
más duros y crueles de mi dolor y de mi prueba. Y ahora sé con indecible alegría y
gratitud que jamás me abandonará, porque el encuentro con Él es un encuentro para
siempre. Sí, Dios existe, yo también lo encontré. Sólo que no estaba donde yo suponía...
Era en lo más profundo de mí mismo, donde habitaba, en lo más íntimo y cercano, en
las entrañas de mi propio ser. Desde ese momento, todo me parecía diferente. Mi
existencia adquiría un nuevo sentido... Era un camino de amor hacia Dios73.
SANDRA ELAM dice sobre su conversión: Durante 30 años fui atea y pensaba
que los cristianos eran fanáticos, no podía comprender cómo alguien podía rechazar el
aborto o la eutanasia, Mi padre era ateo y, desde los siete años, viví sin Dios, excepto
durante unos meses en que canté en el coro de la iglesia presbiteriana.
Me casé con un católico, pero no le permití que colgara un crucifijo de la pared
de nuestra habitación. Yo despreciaba a los que creían en Dios.
Mi camino a Dios comenzó en noviembre de 1995, cuando mis dos hijos, Kevin
y Rebeca, empezaron a aprender la Biblia en una escuela cristiana. Yo también empecé
a leer la Biblia, muchas de cuyas historias desconocía. En 1997, mi esposo y mis hijos
iban a la misa católica los domingos, mientras yo me quedaba en casa. Un día decidí ir
a la iglesia protestante, a cuya escuela iban mis hijos a estudiar la Biblia y me gustaron
los sermones del pastor y la buena música. Comencé a creer en Dios, pero no a amarlo
ni a servirlo. Durante seis meses, asistí a esa iglesia protestante, pero un día el
profesor de Biblia dijo que el Espíritu Santo revela a cada uno el verdadero significado
de cada pasaje bíblico. Yo le dije: ¿cómo puede cada uno interpretar distintas cosas, si
todos están inspirados por el mismo Espíritu Santo? ¿Quién tiene la razón? Me retiré
del estudio bíblico.
Un amigo me prestó el libro Surprised by truth (Sorprendidos por la verdad) de
Patrick Madrid, que describe la conversión de varios protestantes a la Iglesia católica,
y respondía a varias de mis preguntas. Empecé a leer libros católicos y escuché
cassettes. El día de Pascua de 1998, fuimos en familia a la misa de la basílica de la
Inmaculada Concepción en Washington D.C. Por primera vez en mi vida, me di cuenta
de que la misa no era como un servicio protestante, sino el momento en el que Jesús se
hace presente en el altar, en la Eucaristía, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad bajo
las apariencias de pan y vino.
Ahora puedo decir que, a través del estudio, llegué a conocer que Dios existía,
pero a través de la misa, llegué a convencerme del amor de Dios. La enseñanza moral
que más me costó aceptar fue la contracepción. Leí el pasaje, donde se describe el
pecado de Onán, que derramó su semilla antes de darle un hijo a Tamar. Y me
sorprendí al saber que hasta 1930 todas las iglesias cristianas habían rechazado la
contracepción, pero que ese año la Conferencia de Lambeth de la Iglesia anglicana,
había aceptado permitir los métodos anticonceptivos a los matrimonios. Y, en los años
sucesivos, todas las iglesias cristianas, menos la Iglesia católica, habían aceptado estos
métodos artificiales de control de natalidad.
Por eso, a mis 37 años, en julio de 1998, no quise usar más anticonceptivos y
comencé mi preparación para hacerme católica.
Después de dos años de estudios de la historia de la Iglesia y de la Biblia, llegué
a convencerme de que la Iglesia católica contiene la verdad revelada en plenitud y que
Jesús le dio la autoridad para dirigir la Iglesia a Pedro como obispo de Roma. El 3 de
abril de 1999, vigilia pascual, fui recibida en la una, santa, católica y apostólica
Iglesia74.
JANNE HAALAND MATLARY es noruega, doctora en filosofía y profesora de
política internacional en la Universidad de Oslo. Fue secretaria de Estado de Asuntos
Exteriores de su país durante tres años. Formó parte de la delegación vaticana en la
Conferencia mundial de la ONU sobre la mujer en Pekín y actualmente es miembro del
Consejo pontificio Justicia y Paz. Está casada y tiene cuatro hijos. Es una gran mujer,
que en su libro El amor escondido nos habla de su vida y de su conversión al
catolicismo.
A pesar de haber nacido en un ambiente cristiano luterano, desde sus primeros
años, se hizo agnóstica, rechazando toda religión y, concretamente, el cristianismo, que
le parecía apto para retrógrados. Pero, estudiando filosofía, pidió luces sobre la filosofía
de santo Tomás de Aquino a un sacerdote dominico de Oslo. Durante año y medio, fue
todas las semanas a visitarlo para hablar de santo Tomás; pero, poco a poco, se iba
sintiendo atraída hacia la cultura católica.
Un día tuvo su primer encuentro con Cristo de modo inesperado. Dice: Estaba
sentada con el dominico, en los jardines del claustro, una tarde de agosto de 1981. Le
dije que la persona de Cristo había aparecido en la escena de forma misteriosa. Nunca
había rezado y a duras penas vivía fuera de los libros. Pero, de pronto, me había
sucedido este hecho inquietante, intuí que el catolicismo no era un precioso sistema
filosófico, sino una persona que exigía derecho a estar hoy tan vivo como hace dos mil
años... De repente, empecé a interesarme por Cristo y por su vida ¿Podría ser verdad
todo lo que los cristianos creían? Ahora Cristo era como una llama que me iluminaba
de vez en cuando 75.
Esperaba con ilusión la misa del domingo, me dediqué a leer historias de
conversiones y empezaron a interesarme los escritores místicos... La cuestión de la
conversión volvía a mí continuamente, pero pensar en las reacciones negativas de una
conversión me echaron para atrás. Pensaba en mis padres, en mis compañeros de
estudio, en mis amigos y en el sentimiento general anticatólico de Noruega. Los
católicos eran vistos todavía como extraños y papistas antinoruegos 76.
El descubrimiento de que Cristo estaba presente en la Eucaristía la lleno de
alegría y dice: Yo captaba que el verdadero amor y el verdadero sentido de la vida
estaban allí escondidos, frente al tabernáculo, donde la hostia consagrada se guarda en
la iglesia... Después de un tiempo valoraba tanto la misa que empecé a anhelarla
durante toda la semana... Uno no llega a entender nunca el misterio de la presencia
real, pero se sienten sus efectos de verdad. Hay una presencia en la Iglesia para los que
quieren experimentarla 77.
A finales de 1981 vinieron mis padres a una audiencia general (con el Papa en
Roma). Me parece que fue el 2 de diciembre. Nos sentamos en primera fila en el gran
auditorio Pablo VI. El Papa se acercó a saludarnos a todos. Nos causó una gran
impresión su cariño, algo inexplicable, que nos hizo felices y que nos duró mucho
tiempo. Mi madre, agnóstica, y todavía muy escéptica sobre el catolicismo, también
sintió lo mismo. Después de aquel encuentro, quiere mucho al Papa, aunque no le
interesa demasiado su doctrina. Pero hasta hoy, veinte años después, tiene expuesta su
fotografía.
Yo me convertí aquella Pascua. Era el año 1982. Tenía 25 años... Fue el amor,
el estar enamorada, lo que en definitiva me llevó a convertirme, no una decisión
racional. Había ido de la razón a la fe o, por lo menos, a cierta fe. Ésta no era muy
sólida, pero yo amaba a la Iglesia. No sé de dónde provenía ese amor. Pero sabía que
si borraba a la Iglesia de mi vida, sería una desgraciada 78.
Después de convertirme, viví durante muchos años en lo que yo llamo estado de
cristiano dominguero. Iba a misa cada domingo y vivía el resto de la semana como si
ese domingo no tuviese nada que ver con mi vida cotidiana. Cumplía con las
obligaciones de la Iglesia y me consideraba una buena católica 79.
En 1992 fue con toda su familia a visitar la abadía benedictina de Pannonhalma,
al oeste de Hungría, donde su esposo, que es húngaro, se había educado gratis. Al llegar
el régimen comunista al país, su padre, que había sido general del ejército, fue
destituido y privado de todos sus bienes, pero los monjes lo conocían y dieron
educación gratuita a su hijo. Allí, en la abadía, ella conoció a un monje que sería su
amigo y confidente durante muchos años en su camino a Dios. Dice: Era un sabio,
mayor, aunque joven de espíritu y de mente abierta. Era un hombre lleno de alegría y
de juventud interior, pese a su avanzada edad. Este monje era una fuente de agua
viva80.
Hablé con él. Jamás pensé que la confesión funcionaría y hubiese querido
evitarla... De pronto, sucedió la cosa más asombrosa e inesperada. Me recorrió una
oleada de inmensa alegría que no se parecía a nada que me hubiese ocurrido antes. No
puedo explicarlo con palabras, pero fue un giro absoluto a mi vida como católica. Dios,
que hasta ese momento me resultaba una entidad bastante lejana, se convirtió en un
Dios personal allí y en ese momento. El brillo de aquella experiencia duró mucho
tiempo. Ahora estaba suspirando por Cristo, mi amigo. Ya no era una posibilidad
teológica, sino una realidad íntima y personal. Era la segunda vez que Cristo se me
hacía presente de forma directa. La primera fue en el jardín de los dominicos de Oslo,
con el asombro de que Cristo era una persona viva. En aquella ocasión, me quedé, no
sólo sorprendida sino asustada, pero marcó en mí una diferencia que produjo una
conversión formal. El segundo encuentro fue más fuerte. Igualmente sorprendente. Es
casi imposible describirlo. Fue un giro aún mayor81.
Este giro en su vida determinó que, a partir de ese momento, se dedicara a vivir
en unión con Cristo las 24 horas del día, a vivir en continuo amor con Jesús y a influir
en la medida de sus posibilidades en todas sus acciones como católica, sea como
miembro del partido de la Democracia cristiana a la que perteneció, y en el que era la
única católica, sea en actividades políticas o universitarias. A partir de ese día, ser
católica para ella significaba vivir para los demás y comunicarles la alegría de ser
católica.
Una vez le preguntaron a Chesterton, el gran escritor inglés, convertido al
catolicismo, por qué se había hecho católico y respondió: porque quiero ser feliz. Esto
mismo podría haber dicho ella.
Dice: Yo me hice católica, porque buscaba la verdad, pero una vez que empecé
a frecuentar la misa fui inmersa en la fuente de felicidad de la Eucaristía. Siempre
volvía por la alegría que podía encontrar allí de un modo completamente misterioso.
Me enamoré de Cristo. Sin saber cómo ni por qué me encontré enamorada82.
Janne Haaland, una enamorada de Jesús, que quiere hacer partícipe de su
felicidad y de su amor a Cristo Eucaristía a todos los que la rodean.
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Querido hermano en Cristo espero tus palabras. Entre todos nos unimos en comunion de oracion.
Un abrazo