Encontré estas palabras de santos amados, que expresan en idéntica sintonía algo de aquello que hay en el interior de mi corazón. .
"¡Oh, la dignidad venerable del sacerdote", exclamaba San Agustín, "en cuyas manos se encarna el Hijo de Dios, igual que se encarnó en el Vientre de la Virgen !"
El Santo Cura de Ars decía: " …los dedos del sacerdote que han tocado el Cuerpo adorable de Jesucristo, que se han puesto dentro del Cáliz donde estaba Su Sangre y en el Ciborio donde estaba su Cuerpo - ¿no puede ser que esos dedos sean más preciosos?"
Durante un éxtasis, la Venerable Catarina Vannini vio a los Ángeles apostarse alrededor de las manos del sacerdote durante la Misa , y sostenerse las durante la elevación de la Hostia y el Cáliz. ¡Ya nos podemos imaginar la reverencia y afecto con que esta Venerable sierva de Dios acostumbraba a besar esas manos!
La Reina Santa Eduviges asistía todas las mañanas a todas la Misas que se celebraban en la Capilla de la Corte , mostrando gratitud y reverencia hacia los sacerdotes que celebraban la Santa Misa. Tenía por costumbre ofrecerles hospitalidad, besar devotamente sus manos, asegurarse de que fueran alimentados y a que se les mostrara todo honor. Exclamaba mostrando un gran sentimiento: "¡Que Dios bendiga a quien hizo que Jesús bajara del Cielo y me Lo dió!"
San Pascual Baylon era portero en un Monasterio. Cada vez que llegaba un sacerdote, el Santo Hermano laico se arrodillaba y besaba sus dos manos reverentemente. La gente decía de el, como decían de San Francisco, que el tenia devoción por las manos consagradas de los sacerdotes. El juzgaba que esas manos tenían poder para alejar los males y para conseguir bendiciones a quien las trataba con veneración, puesto que son las manos de que Jesús hace uso.
El Padre Pío de Pietrelcina deseaba besar afectuosamente las manos de los sacerdotes, al grado que en ocasiones las tomaba sorpresivamente y sin que se lo esperaron, las besaba
El Siervo de Dios, el sacerdote Don Dolindo Ruotolo, quien no admitía que ningún sacerdote rehusara la "caridad" de permitir alguien el besar sus manos.
. "En los sacerdotes yo veo al Hijo de Dios," decía San Francisco de Asís.
El Santo Cura de Ars remarcó en un sermón: "Cada vez que veo un sacerdote, pienso en Jesús." Cuando Santa María Magdalena de Pazzi hablaba de un sacerdote, acostumbraba a referirse a él como a "este Jesús". Por motivo de esta misma estimación, Santa Catarina de Siena acostumbraba a besar el piso por donde un sacerdote había pasado. Un día, Santa Verónica Giuliani vio que un sacerdote subía las escaleras del monasterio para llevar la Sagrada Comunión a los enfermos, y se arrodilló al pie de las escaleras, y entonces así, de rodillas, subió los escalones besando cada uno y humedeciéndolo con las lágrimas que su amor produjo.
El Santo Cura de Ars solía decir: "Si yo me encontrara a un sacerdote y a un angel, le mostraría respeto primero al sacerdote, y después al ángel El sacerdote tiene las llaves para los tesoros celestiales." ¿Quién hace que Jesús venga en las blancas Hostias? ¿Quién pone a Jesús en nuestros Tabernáculos? ¿Quién da Jesús a nuestras almas? ¿Quién purifica nuestros corazones para que podamos recibir a Jesús? Es el sacerdote y nadie más que el sacerdote. El es "el que sirve el Tabernáculo" (Heb. 13:10), quien tiene el "ministerio de la reconciliación" (2 Cor. 5:18), "quien es para ustedes un ministro de Jesucristo" (Col. 1:7), y distribuidores "de los misterios de Dios" (1 Cor. 4:1). ¡OH, cuantas instancias se podrían reportar acerca de sacerdotes heroicos que se sacrificaron y se sacrifican para poder dar a Jesús sus rebaños! Aquí reportamos uno entre muchos casos.
El Santo Cura de Ars solía decir que "únicamente en el Cielo podremos medir la grandeza de esto. Si lo pudiéramos apreciar aquí en la tierra, moriríamos; no de terror, sino de amor... Después de Dios, el sacerdote lo es todo."
"El sacerdote," dice San Bernardo, "por naturaleza es como todos los demás hombres; en dignidad sobrepasa a todos los demás hombres sobre la tierra; por su conducta se debería comparar con los ángeles."
San Francisco de Asís no quiso ser sacerdote porque se consideraba indigno de tan sublime vocación. El honraba a los sacerdotes con una devoción especial, considerándolos como sus "señores", porque en ellos veía únicamente "al Hijo de Dios". Su amor por la Eucaristía convergía con su amor por el sacerdote quien consagra y administra el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Tenía una veneración especial por las manos del sacerdote, las que acostumbraba siempre besar de rodillas, y con mucha devoción. Aun más, acostumbraba hasta besar los pies del sacerdote y las huellas que uno había dejado al caminar.
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