Amigos que pasan y dejan su huella aqui. Gracias por estar .Paz a tu corazon

Recuerda amigo cuando entras a la Casa de Dios pisas Tierra Sagrada.

La Casa de Dios es el lugar más Santo de todo el universo. Cada vez que entres ,recuerda que allí ,vive Jesús en el Sagrario y te espera con AMOR.

Vístete decorosamente, apaga tu celular y ten fe que todo lo que pidas, si eres respetuoso , piadoso en tus actitudes y posturas en el Templo, sera recibido por el Señor con agrado .

Y tu alma ya no será la misma.

Haz silencio. Busca cerrar tus ojos y quédate quieto. Dios esta en su Casa. El Amor puede hablarte íntimamente .

Mi deseo es que Dios se manifieste en ti.


Cristo Resucito, DIOS VIVE ENTRE NOSOTROS

jueves, 9 de julio de 2009

La intercesión de los Santos

La Iglesia considera que aquellos que pertenecen a la Iglesia triunfante pueden interceder por nosotros ante Dios para que nos brinde su auxilio oportuno y nos ayude en nuestro camino hacia Él. Los ángeles que también están en comunión con Dios y ven constantemente su rostro también pueden interceder por nosotros. El catecismo a este respecto nos dice:

CIC 957: “Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad… no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra… Su solicitud fraterna ayuda pues, mucho a nuestra debilidad.”

Dice San Bernardo Abad, en uno de sus sermones ¿De qué sirven a los santos nuestras alabanzas?'

¿De qué les sirven los honores terrenos o nuestros elogios, si reciben del Padre celestial los honores que les había prometido verazmente el Hijo?

Los santos no necesitan de nuestros honores, mas sin embargo, la veneración de su memoria redunda en provecho nuestro. Despierta en nosotros dos deseos:

1. El de gozar de su compañía, tan deseable, y de llegar a ser conciudadanos con los bienaventurados, santos, patriarcas, mártires, apóstoles, confesores, las vírgenes, para resumir, asociarnos y alegrarnos juntos en la comunión de todos los santos.

2. Que como a ellos, también a nosotros se nos manifieste Cristo, que es nuestra vida, y que nos manifestemos también nosotros con él, revestidos de gloria.

La Comunión de los Santos: Santa Teresita y el Criminal Pranzini

Cuenta Santa Teresita del Niño Jesús que oyó hablar de un famoso criminal llamado Pranzini, condenado a muerte por crímenes horrendos. El criminal, que había oído en la cárcel su sentencia de muerte, no quería arrepentirse de su vida pasada; no quería confesarse y, por tanto, hacía temer su eterna condenación.

Santa Teresita, que entonces contaba unos catorce años de edad, con el candor y pureza de su alma, llegó a interesarse inusitadamente por Pranzini. Y queriendo ella librarle de la muerte eterna, ofreció a Dios los infinitos méritos de Jesucristo y los tesoros de la Santa Iglesia. Ella estaba persuadida de que por sí misma no lograría nada. Todo lo confiaba en el Amor y en la Misericordia de Cristo en la Cruz. Sintió un convencimiento íntimo de que Pranzini se iba a arrepentir. Mas con el fin de cobrar ánimos para proseguir en la conquista de las almas, hizo esta sencilla oración: «Dios mío, tengo la completa seguridad de que perdonáis al desdichado Pranzini: lo creería aunque no se confesase ni diese señal alguna de contrición; tanta es mí confianza en vuestra misericordia Infinita. Pero, Señor, es el primer pecador que os encomiendo; por tanto, os suplico que me concedáis tan sólo una señal de su arrepentimiento únicamente para consuelo de mi alma.»

Articulo escrito por Por Gabriel Marañon Baigorrí
Continua en comentario.

La canonización de los Santos

Muchos hermanos separados se preguntan: - Si todos somos parte de los santos ¿Por qué razón la Iglesia Católica proclama que algunos son santos?



La canonización de los santos por parte de la Iglesia antes que nada tenemos que aclarar que no tiene propósito alguno de quitar gloria a Dios, ni compararlos con Jesucristo quien es el Santo de Dios (Mc 1,24) y plenitud de todas las virtudes, sino que estos hermanos glorifican a Dios por su santidad, confirmando que al Dios que siguieron, es Santo.

La Iglesia reconoce a santos como todos los miembros de la Iglesia (1 Co 14,33), así seamos los más pecadores, somos parte del pueblo de Dios, a quien se llama santos, pero la Iglesia hace un reconocimiento especial de esos miembros de la Iglesia que han llevado una vida recta con todas las cualidades de la santidad.



Nadie puede negar que san Pablo era pecador, pero después de conocer a Cristo fue un hombre que practicó la santidad y por eso lo llamamos “san”, así podemos decir lo mismo que el apóstol Juan, Mateo, etc. pero no solo personajes bíblicos, ha habido a través de los años, cristianos que amaron mucho a Dios, así sean laicos o dedicados al servicio de la Iglesia y por su amor a Dios les hemos reconocido como ejemplos a seguir y les hemos puesto el prefijo de “san”.



La Iglesia no hace santos, la iglesia los declara santos porque anduvieron muy cerca de Dios, quien es Todo Santo. La Iglesia no declara que tal o cual persona vivió en santidad para hacerla competir con Cristo, nadie compite con la santidad de Cristo, sino que Cristo es glorificado con la santidad de estos hermanos proclamados, pues ¿Que mejor honra podría tener el Todo Santo que alguien le haya imitado? Jesús nos invitó a seguirle y a ser santos (Mt 5,48) ¿Por qué perder esa oportunidad?

La Iglesia primitiva y la comunión de los santos

En la Iglesia primitiva abundó el fervor por los hombres de la Iglesia que mostraban mucha santidad, sobre todo cuando eran martirizados. Hay testimonios de sus invocaciones pidiendo intercesión, y también de procesiones con sus restos, como pasó con los restos de san Ignacio de Antioquia, que tuvo lugar desde su martirio (Roma) hasta Antioquia. En las catacumbas de la Iglesia primitiva se ven decenas de inscripciones con plegarias por el alma del cristiano muerto, inclusive hay unas que piden la intercesión de María y de algunos cristianos.



Policarpo de Esmirna antes de ser martirizado aparte de invocar a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, invocó a los Ángeles y a los santos mártires, según Eusebio de Cesárea en su primera narración de los acontecimientos de la Iglesia, a los mártires se les daba tributo, honores y culto de homenaje, no adoración, algo que creían los judíos de ese tiempo, es decir, los judíos creían que homenajear a un mártir era darle adoración como a Cristo “Historia Eclesiástica I”.



“(Policarpo) Finalmente terminó su oración, no sin antes mencionar a todos los que durante su vida habían tenido trato con él, de los humildes al igual que de los grandes, de ilustres lo mismo que de los sencillos, así como de toda la iglesia universal extendida por todo el mundo… pero el maligno, dispuso las cosas de manera que no pudiéramos llevarnos el cuerpo (de Policarpo) aunque muchos eran los deseosos de apoderarse de su santo cuerpo. En Efecto, Nicetas (un Judío) fue a rogar al emperador para que no se nos diera el cuerpo, diciendo: no valla a ser que abandonen a su Dios crucificado y adoren a este… ignoraba que nosotros jamás podemos abandonar a Cristo, que padeció por la salvación del mundo entero de los que se salvan, él inocente, por nosotros pecadores, ni jamás daremos culto a ningún otro. Porque a él adoramos por ser hijo de Dios, mientras que a los mártires les tributamos un justo homenaje de afecto por ser discípulos imitadores del Señor… así pues, se hizo quemar el cadáver y nosotros nos llevamos sus restos, mas valiosos que las piedras preciosas y el oro, y los llevamos a un lugar adecuado. Allí nos concederá el Señor celebrar el natalicio de su martirio, reuniéndonos todos cuantos nos sea posible con júbilo y alegría”.



San Cipriano, obispo de Cartago, año 250 aprox. “De Lapsis”



15-17… Ciertamente creemos que por los meritos de los mártires y las obras de los justos tienen mucho poder delante de este juez (Jesucristo)…

COMUNION EN LAS COSAS SANTAS

La comunión en lo santo, -koinonía ton hagion-, es lo primero que confiesa la fe del Símbolo Apostólico: la participación de los creyentes en las cosas santas, especialmente en la Palabra y en la Eucaristía.

Yavé, Dios de la historia, ha entrado en comunión con su Pueblo a través de la Palabra y de la Ley, con las que se comunica para sellar «su alianza» con el Pueblo. La comunión con Dios, el Santo, no es, pues, obra del hombre. No son sus ritos, ofrendas, magia, cosas o lugares sagrados los que alcanzan la comunión con Dios. Es el mismo Dios quien ha decidido romper la distancia que le separa del hombre y entrar en comunión con él, «participando, en Jesucristo, de la carne y de la sangre del hombre» (Heb 2,14).

Esta comunión de Dios, en Cristo, con nuestra carne y sangre humanas nos ha abierto el acceso a la comunión con Dios por medio de la «carne y sangre» de Jesucristo, pudiendo llegar a «ser partícipes de la naturaleza divina» (2 Pe 1,4). Pues «en la fidelidad de Dios hemos sido llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo, Señor nuestro» (1 Cor 1,9).

Nuestro Señor Jesús puede ser designado Cristo de tres modos. El primero, en cuanto Dios, coeterno al Padre; el segundo, en cuanto, por la asunción de la carne, es Dios y Hombre; y el tercer modo es, en cuanto Cristo total en la plenitud de la Iglesia, es decir, Cabeza y Cuerpo, como «Varón perfecto» (Ef 4,13), del que somos miembros. Este tercer modo es, pues, el Cristo total según la Iglesia, es decir, Cabeza y Cuerpo, pues la Cabeza y el Cuerpo constituyen el único Cristo. Claramente lo afirma el Apóstol: «Los dos se harán una sola carne» (Gén 2,24) y precisa: «Gran sacramento es éste, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia» (Ef 5,31-32). Como el Esposo y la Esposa, así la Cabeza y el Cuerpo: porque «la cabeza de la mujer es el hombre» (1 Cor 11,3). Ya diga, pues, Cabeza y Cuerpo o Esposo y Esposa, entendemos una sola cosa ...La Cabeza es aquel Hombre que nació de la Virgen María... El Cuerpo de esta Cabeza es la Iglesia. No sólo la que está aquí, sino la extendida por toda la tierra; no sólo la de ahora, sino la que existió desde Abel hasta los que, mientras llega el fin del mundo, han de nacer y creer en Cristo, es decir, todo el pueblo de los santos, que pertenece a una Ciudad, la cual es el Cuerpo de Cristo, cuya Cabeza es El mismo. De ella son también conciudadanos nuestros los ángeles, con la diferencia que nosotros peregrinamos, mientras ellos esperan en la Ciudad nuestra llegada8.

Esta koinonía con Cristo se expresa en la aceptación de su Palabra, en el seguimiento de su camino por la cruz hacia el Padre, incorporándonos a su muerte para participar de su resurrección y de su gloria. Es lo que manifiesta San Pablo en tantas formas: «vivir en Cristo», «sufrir con Cristo», « crucificados con Cristo», «sepultados con Cristo», «resucitados con Cristo», «glorificados con Cristo», «Reinar con Cristo», «coherederos con Cristo», y hasta «sentados con Cristo a la derecha del Padre»". Toda la existencia cristiana es comunión de vida y de muerte, de camino y de esperanza con Cristo. La primera comunión en lo santo es, pues, «participación de la santidad de Dios», en Cristo Jesús.

La fe en Cristo nos lleva a la comunión con Cristo en la Iglesia. Cuando la fe languidece, Cristo se adormece y el cristiano, abandonado a sus fuerzas, corre el peligro de ser abatido por la tormentas de la vida, siendo arrastrado por la agitación de las tentaciones del mundo. Vivir la comunión con Cristo es no adormecerse ni dejarlo dormir. San Agustín contempla así la comunión de la Iglesia, arraigada en la fe en Cristo y en el amor fraterno. Comentando la primera carta de Juan (2,9;3,15) concluye que Cristo se duerme en quien rompe la comunión con el hermano, por el odio, quedando en las tinieblas y a merced de la agitación del mar:

A esto (1 Jn 2,9; 3,15) se refiere también aquello que habéis oído en el Evangelio: «La barca estaba en peligro y Jesús dormía» (Lc 8,23). Navegamos, en efecto, a través de un lago y no faltan ni viento ni tempestades; nuestra barca está allí y la invaden las tentaciones cotidianas de este mundo. Y, ¿cuál es la causa de esto, sino que Jesús duerme? Si Jesús no durmiera en ti, no sufrirías estas borrascas, sino que tendrías bonanza en tu interior, pues Jesús velaría contigo. Y, ¿que significa que Jesús duerme? Tu fe en Jesús se ha adormecido. Se levantan las tempestades de este lago, ves triunfar a los malvados y a los buenos que se debaten entre angustias: es la tentación, es la oleada. Y tu alma dice: Oh, Dios, ¿así es tu justicia, que los malvados triunfen y que los fieles se debatan entre angustias? Dices tú a Dios: ¿Es precisamente esta tu justicia? Y Dios te responde: ¿Esta es tu fe? ¿Son estas las cosas que te he prometido? ¿Te has hecho cristiano con el fin de triunfar en este mundo? ¿Te atormentas porque aquí triunfan los malvados, que luego serán atormentados por el diablo? ¿Por qué dices todo esto? ¿Que es lo que hace que te espanten los oleajes del lago? Que Jesús duerme, es decir, que tu fe en Jesús se ha adormecido en tu corazón. ¿Qué hacer para ser liberado? Despierta a Jesús y dile: «Maestro, estamos perdidos». La vicisitudes del lago se agitan: estamos perdidos. El se despertará, es decir, volverá a ti la fe; y, a su luz, verás que todos los éxitos que ahora alcanzan los malvados no perdurarán: de hecho, o los abandonan en vida o ellos los abandonarán cuando mueran. En cambio, lo que a ti te está prometido permanecerá para siempre. Lo que se les concede temporalmente, pronto lo perderán. Triunfan y florecen en verdad como flores de heno. «Toda carne es heno y toda su gloria como flor de heno. Secóse el heno y se cayó la flor; más la palabra del Señor permanece siempre» (Is 40,6-8; 1 Pe 1,24-25). Vuelve, pues, las espaldas a esto que cae y dirige tu mirada a lo que permanece. Si Cristo se despierta, la borrasca no agitará ya tu corazón, las olas no invadirán tu barca; porque tu fe manda a los vientos y a las olas y el peligro pasará10.

Juan, no ofrece al cristiano los éxitos del mundo, sino que nos comunica «la Palabra de vida» (1 Jn 1,1) para que participemos con él «en la comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1,3-4)11. Esta comunión se realiza visiblemente en la Eucaristía: «La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso la comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo» (1 Cor 10,16-17).

La comunión de los santos, dirá J. Ratzinger, alude en primer lugar a la comunión eucarística; el cuerpo del Señor une en una Iglesia a la comunidad esparcida por todo el mundo. Consiguientemente, la palabra sanctorum no se refiere a las personas, sino a los dones santos, a lo santo que Dios concede a la Iglesia en su celebración eucarística, como auténtico lazo de unidad. La Iglesia se define, pues, por su culto litúrgico como participación en el banquete en torno al Resucitado que la congrega y la une en todo lugar.

Allí donde la comunidad se reúne y celebra a su Señor, los fieles, unidos entre sí, «comulgan con Cristo» y, al participar de vida y de su muerte, hacen pascua con El hacia el Padre. Por ello los creyentes en Cristo, reunidos en asamblea, celebran siempre el memorial del misterio pascual de Cristo y, de este modo, lo actualizan, haciéndose partícipes de él, entrando en comunión con él. Así los cristianos viven el misterio de la comunión con Dios.

Esta koinonía con Dios es don y fruto del Espíritu Santo en la Iglesia. Pablo se lo desea a los corintios, en el saludo final, con la fórmula de ayer y de hoy en la liturgia de la Iglesia: «La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con vosotros» (2 Cor 13,13). A esta comunión en el Espíritu, como lo más santo, se apela Pablo en su llamada a la unidad de los filipenses (Flp 2,1).

A la Iglesia fue confiado por el Señor «el Don de Dios» (Jn 4,10; He 8,20) para que, participando de El, sus miembros sean vivificados. En ella fue depositada la comunión con Cristo, es decir, el Espíritu Santo, arra de incorrupción (Ef 1,14; 2 Cor 1,22), confirmación de nuestra fe (Col 2,7) y escala de nuestro ascenso a Dios (Gén 28,12)12.

¿Qué es la comunión de los santos?

Comunión quiere decir "común unión"; y Comunión de los Santos quiere decir unión común con Jesucristo de todos los santos del cielo, de las almas del purgatorio y de los fieles que aún peregrinamos en la tierra.

Es la unión de todos los santos con la Cabeza de la Iglesia, que es Jesucristo, y de todos los santos entre sí. Los del cielo interceden por los demás; los de la tierra honran a los del cielo y se encomiendan a su intercesión, también oran y ofrecen sufragios por los difuntos del purgatorio, y estos también interceden a favor nuestro.

¿Qué es la comunión de los santos?

La comunión de los santos es la unión común que hay entre Jesucristo, Cabeza de la Iglesia, y sus miembros, y de éstos entre sí.

¿Quiénes son los miembros de la Iglesia?

Los miembros de la Iglesia son los santos del cielo, las almas del purgatorio y los fieles de la tierra.

Los que no están en gracia de Dios, ¿participan de la Comunión de los Santos?

Los que no están en gracia de Dios participan de la Comunión de los santos solamente en cuanto pueden alcanzar algunos beneficios del Señor y sobre todo, la gracia de la conversión

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Aqui estoy solo para Glorificar a Dios y hacerlo Amar.