Amigos que pasan y dejan su huella aqui. Gracias por estar .Paz a tu corazon

Recuerda amigo cuando entras a la Casa de Dios pisas Tierra Sagrada.

La Casa de Dios es el lugar más Santo de todo el universo. Cada vez que entres ,recuerda que allí ,vive Jesús en el Sagrario y te espera con AMOR.

Vístete decorosamente, apaga tu celular y ten fe que todo lo que pidas, si eres respetuoso , piadoso en tus actitudes y posturas en el Templo, sera recibido por el Señor con agrado .

Y tu alma ya no será la misma.

Haz silencio. Busca cerrar tus ojos y quédate quieto. Dios esta en su Casa. El Amor puede hablarte íntimamente .

Mi deseo es que Dios se manifieste en ti.


Cristo Resucito, DIOS VIVE ENTRE NOSOTROS

lunes, 18 de enero de 2010

¡Cuán necesario es exhortar a los agonizantes a la confianza! »

« ¡Qué necesario es -decía Santa Teresa del Niño Jesús-, qué necesario es orar por los agonizantes! ¡Si lo entendiéramos bien! » Razón tenía ella para expresarse de esta suerte, pues a pesar de haber llevado una vida tan pura, percibía el sonido de una voz maldita que murmuraba a sus oídos: «¿Tienes seguridad de ser amada de Dios? ¿Ha venido El a decírtelo?» Con esto permaneció durante muchos días en un estado de angustia que no se puede explicar. «¡Padre mío -decía a su confesor Santa Juana de Chantal en su agonía-, os aseguro que los juicios de Dios son espantosos! » Preguntóle aquél si tenía miedo. - «No, respondió ella; mas os aseguro que los juicios de Dios son terribles.» Es el grito de la naturaleza en el último trance, es el pasmo de este momento decisivo, infinitamente solemne; es la angustia de una conciencia delicada, alarmada por su misma humildad. Un alma que vive en el Santo Abandono triunfará de este temor. No descuida medio alguno de completar su preparación, mas ante todo piensa en que va por fin a ver a su Padre, a su Amigo, a su Amado, a Aquel en quien ella ha puesto todas sus complacencias; el Dios de su corazón, al cual no ha cesado de dar su vida gota a gota; gusta recordar con una dulce emoción las innumerables pruebas de su amor, de sus misericordias, de sus inefables ternuras, y siente que ella le ama del fondo de su alma y que a su vez es aún mucho más amada. ¡Cuán feliz se considera pudiendo decir con el Salmista en esta hora tan seria y decisiva: «Vos sois mi Dios, y mi suerte está en vuestras manos!». En una palabra, ella ha vivido de amor y de confianza, muere en el amor y en la confianza. Después de una vida tan llena de penas interiores, Santa Juana de Chantal y San Alfonso de Ligorio tuvieron la más dulce muerte. Tal vez quiera Dios conservarnos sobre la cruz hasta el fin, mas no es raro ver a las almas que han practicado el abandono morir sin temor alguno, irse a la eternidad tranquilas y alegres, como un niño que entra en el hogar paterno, cual religioso que se dirige a cantar el Oficio. Tal fue el fin de la bienaventurada María Magdalena Postel: «En su muerte no encontramos debilidad alguna, ningún temor. Después de haber estado tan perfectamente sometida a la divina voluntad durante su larga carrera, no podía dejar de estarlo en el día decisivo. Sus horas postreras rebosan en calma, en confianza y en abandono. A la invitación del capellán para que ofrezca el sacrificio de su vida, responde: "Nada me cuesta, ¡hágase en todo la voluntad de Dios!" Maravilladas de su serenidad y sosiego, pregúntanle sus hijas si es feliz. "¡Que si soy feliz!" y su rostro se tomó radiante, parecía transparente como un alma que vuela al cielo, no cesando de unirse a su Amado por actos de fe y amorosas aspiraciones.» En esta hora decisiva nadie se encontrará sobradamente puro ni bastante rico en méritos. Es verdad, mas nada hay de tanta eficacia como el Santo Abandono para hacer del todo fructuosa la suprema prueba. ¡Cuánto se gana soportando con una amorosa paciencia el duro trabajo de la destrucción, recibiendo de la mano de Dios con filial confianza el golpe de la muerte! Esto formará un magnifico haz de méritos añadidos a otros muchos, y éste será el más cargado de buen grano. Es además una ofrenda muy agradable a la justicia divina, y quizá una satisfacción suficiente por nuestros pecados. Según San Alfonso, «aceptar la muerte que Dios nos presenta para conformarnos con su voluntad, es merecer una recompensa parecida a la de los mártires: éstos no son reputados por tales, sino en cuanto han aceptado los tormentos y la muerte para agradar a Dios. El que muere conformándose con la Divina Voluntad tiene una muerte santa, y el que muere en una mayor conformidad tiene una muerte más santa. Asegura el Padre Luis de Blosio que en la muerte, un acto de perfecta conformidad nos preserva no tan sólo del infierno, sino que también del purgatorio».

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