Amigos que pasan y dejan su huella aqui. Gracias por estar .Paz a tu corazon

Recuerda amigo cuando entras a la Casa de Dios pisas Tierra Sagrada.

La Casa de Dios es el lugar más Santo de todo el universo. Cada vez que entres ,recuerda que allí ,vive Jesús en el Sagrario y te espera con AMOR.

Vístete decorosamente, apaga tu celular y ten fe que todo lo que pidas, si eres respetuoso , piadoso en tus actitudes y posturas en el Templo, sera recibido por el Señor con agrado .

Y tu alma ya no será la misma.

Haz silencio. Busca cerrar tus ojos y quédate quieto. Dios esta en su Casa. El Amor puede hablarte íntimamente .

Mi deseo es que Dios se manifieste en ti.


Cristo Resucito, DIOS VIVE ENTRE NOSOTROS

domingo, 18 de julio de 2010

Rindo homenaje a esta amiga del cielo que me busco

El contemplativo es un ser que vive bajo el resplandor de la faz de Cristo, que penetra en el misterio de Dios impulsado no por la luz que proyecta el pensamiento humano sino por la claridad que produce la palabra del Verbo encarnado. EP 137

Creo que si El me ha amado tan apasionadamente y me ha hecho tantos favores es por verme tan débil. EP 49.

Mi ideal consiste en ser la Alabanza de su gloria. EP 232.

Qué importa estar en el cielo o en la tierra. Vivamos en el amor para glorificar al Amor.
Cuanto más cerca se vive de Dios más se ama. EP 53.

Las almas penetran en Dios mediante la fe viva y allí, simplificadas y en paz, El las conduce por encima de las cosas y gustos sensibles hasta la tiniebla sagrada quedando transformadas en imagen de Dios. Esas almas viven, según la expresión de San Juan, en sociedad (Jn. 1,3) con las Tres adorables Personas, en comunión de vida. En esto consiste la vida contemplativa. Es una contemplación que conduce a la posesión. Ahora bien, esta posesión simple es la vida eterna disfrutada en el abismo sin fondo. Es allí, donde por encima de la razón, nos espera el profundo reposo de la inmutabilidad divina. (Tratados Espirituales, día 4to del Manuscrito “A”)

Las rejas no existirán nunca para nuestros corazones...en el Carmelo el corazón se dilata y su amor es aún más intenso. EP 81.
Mirad, en el Carmelo el corazón se dilata y sabe amar mejor. EP 82
Para vencer el orgullo: matarlo de hambre. Mira, el orgullo es amor propio. Pues bien; el amor de Dios debe ser tan fuerte que anule por completo nuestro amor propio. EP 276

¡Oh muerte! Yo misma te llamaría a gritos si no tuviese la esperanza de sufrir y hacer algún bien en la tierra. Yo he hallado mi cielo en la tierra en mi querida soledad del Carmelo, donde vivo a solas con Dios solo. Todo lo hago con El. Por eso realizo las cosas con alegría divina. Que barra, trabaje o haga oración, todo me resulta encantador y delicioso porque descubro a mi divino Maestro en todas partes. EP 83
Ya conoces el proverbio: No tener noticias es una buena noticia. EP 256.
Me parece que mi misión en el cielo consistirá en atraer las almas al recogimiento interior. La auténtica unión divina no está en las dulzuras espirituales sino en el desprendimiento y en el dolor. La Virgen me parece más imitable que cualquier santa. Su vida era tan sencilla… Cuando se ama, se desea el bien para la persona amada. Presiento que mi misión en el cielo consistirá en atraer las almas, ayudándoles a salir de ellas mismas, para unirse al Señor a través de un movimiento sencillo y amoroso, y conservarlas en ese gran silencio interior que permite a Dios imprimirse en ellas, transformarlas en El mismo. EP 295
Vivamos de amor para morir de amor y para glorificar a Dios que es Amor. EP 295
Todo depende de la intención que se tenga. Podemos santificar hasta las cosas más pequeñas y transformar en divinos los actos más ordinarios de la vida. EP 275

¡Amar! Es tan sencillo… Es entregarse a los designios de su voluntad divina como El se entregó a la voluntad del Padre. Es permanecer en El porque el corazón del que ama ya no vive en sí sino en Aquel que es el objeto de su amor. Es sufrir por El, aceptando alegremente todos los sacrificios e inmolaciones que nos permiten agradar a su Corazón. EP 257
No nos purificaremos considerando nuestra miseria sino contemplando a Aquel que es la pureza y la santidad. San Pablo dice que: el Señor nos ha destinado a ser semejanza de la imagen de su Hijo (Rm 8,29). En los momentos más angustiosos, piense que el Artista divino se sirve del cincel para embellecer más su obra y permanezca en paz bajo la mano que la está labrando. EP 228.
Cuando te aconsejo la oración, no se trata de imponerse una cantidad de oraciones vocales para rezarlas diariamente. Hablo, más bien, de esa elevación del alma a Dios a través de todas las cosas que nos constituye en una especie de comunión ininterrumpida con la Santísima Trinidad, obrando con sencillez a la luz de su mirada. EP 202.
Creo que nada refleja mejor el amor del Corazón de Dios que la Eucaristía. Es la unión, la comunión, es El en nosotros, nosotros en El. Y ¿ no es esto el cielo en la tierra ? EP 165



Alabanza para la Beata Isabel de la Trinidad

Ser Esposa de Cristo Beata Sor Isabel de la Trinidad

Pensamientos de Sor Isabel de la Trinidad


 
Vivamos con Dios como con un amigo, tengamos una fe viva para estar en todo unidos a Dios (H, 576).
Dios en mí, yo en Él, he ahí mi vida... ¡Oh Jesús, haz que nada pueda distraerme de ti, ni las preocupaciones, ni las alegrías, ni los sufrimientos, que mi vida sea una oración continua (T, 10).
El Amor habita en nosotros, por ello mi vida es la amistad con los Huéspedes que habitan en mi alma, éstos son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (T, 10).
Que mi vida sea una alabanza de gloria para las tres divinas Personas (cfr. T, 11).
Anhelo llegar al cielo, no solamente pura como ángel, sino transformada en Jesucristo crucificado (T, 12).
La adoración es un silencio profundo y solemne en que se abisma el que adora, confesando el todo del Dios Uno y Trino, y la pequeñez de la creatura (cfr. T, 26).
Nuestra adoración debe unirse a la otra adoración más perfecta: la adoración de Jesucristo, quien adora a Dios Padre en el Espíritu Santo, quien se ofrece como hostia viva (cfr. T, 27).
Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí misma para vivir en ti (cfr. T, 28).
Te adoro Padre fecundo, te adoro Hijo que nos ayudas a ser hijos del Padre, te adoro Santo Espíritu que sales del Padre y del Hijo (cfr. T, 52).
Morir a mí misma en cada instante, para vivir plenemente en Cristo (cfr. T, 68-69).
¡Oh Dios mío, apacigua mi espíritu, apacigua mis sentidos exteriores (cfr. T, 72).
Mi alma se alegra en Dios, de Él espero mi liberación (cfr. T, 79).
Quiero ser una morada de Dios buscando que mi corazón viva en la Trinidad... Un alma en estado de gracia es una casa de Dios, en donde habita Dios mismo, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (cfr. T, 80).
Oh Trinidad amada tú habitas en mi alma, y yo lo he ignorado (cfr. T, 83).
Todo pasa. En la tarde  la vida, sólo el amor permanece... Es necesario hacerlo todo por amor. Es necesario olviarse de uno para vivir en Dios (cfr. T, 126).
El Señor está en mí y yo en Él, mi vida en el tiempo no es otra que amarle y dejarme amar; despertar en el Amor, moverme en el Amor, dormirme en el Amor (cfr. T, 126).
El Señor nos invita a permanecer en Él, orar en Él, adorar en Él, amar en Él, trabajar en Él, vivir en Él (cfr. T, 137).
No debemos detenernos ante la cruz, sino acogerla con fe y descubrir que es el medio que nos acerca al Amor divino (cfr. T, 206).
He encontrado el cielo en la tierra, porque el cielo es Dios, y Dios está en mi alma (cfr. T, 206).



Desde el Carmelo de Dijón carta de Sor Isabel de la Trinidad a la Srta. Fea. Sourdon; "No nos hemos separado: las rejas no existirán nunca para nuestros corazones. En el Carmelo el corazón se dilata y su amor es aun más intenso. La celda, ese pequeño nido el más amado de todos es semej ante a mi habitación en cuanto a dimensiones. Me cuidan como a un bebé. Si vieras qué rápidamente pasa el tiempo en el Carmelo..."




(Cartas de Sor Isabel de la Trinidad ocd.)







BEATA ISABEL DE LA TRINIDAD

Isabel Catez Rolland, hija de Francisco José y de María, nació en Bourges, Francia, el 18.7.1880.
Desde su más tierna edad se distinguió por su temperamento apasionado, propenso a arrebatos de cólera y de una sensibilidad exquisita.
Cuando contaba siete años, perdió a su padre, lo que fue causa de su "conversión" y de su cambio de carácter como fruto de su vida de asceis y oración.
Aunque tomaba parte en las fiestas y participaba en los compromisos sociales, fue siempre fiel a sus promesas bautismales.
A los 14 años hizo voto de virginidad y a los 19 empezó a recibir las primeras gracias místicas.
Estaba dotada de gran talento musical y se ofreció a Dios como víctima por la salvación de Francia.
El 2 de enero de 1901, a los 21 años de edad, ingresaba en el convento carmelitano de Dijón, ciudad donde vivía con su familia.
Isabel -que en el Carmelo se llamaría Sor Isabel de la Trinidad- se propuso como lema ser "Alabanza de gloria de la Santísima Trinidad" y crecer de día en día "en la carrera del amor a los Tres".
Vistió el hábito el 8.12.1902 y el 11.1.1903 saltaba de gozo al emitir sus votos religiosos en la Orden del Carmen, a ¡a que amaba con toda su alma.
Con su vida y su doctrina -breve pero sólida- ha ejercido un gran influjo en la espiritualidad de nuestros días, debido, sobre todo, a su experiencia trinitaria. Preciosas son sus Elevaciones, Retiros, Notas Espirituales y sus Cartas.
Corrió, voló, en el camino de la perfección y el 9.11.1906 expiraba a cuasa de una úlcera de estómago.
En el capítulo "El Carmelo escuela de santidad",
Orecordamos una bella anécdota entre el Cardenal Mercier y la M. Priora de Dijón, sobre esta veloz carrera hacia la meta de la santidad de Sor Isabel de la Trinidad.
Fue beatificada por el papa Juan Pablo II el 25.11.1984, fiesta de Cristo Rey.
Su fiesta se celebra el 8 de noviembre.
Su espiritualidad
Fue más su vida misma que su doctrina. Esta sólo en parte fue escrita por ella.
Sor Isabel es un alma interior que se transforma de día en día en el Misterio Trinitario.
El silencio, la soledad, la oración contemplativa son la palestra que la disponen a ser dócil a la voluntad divina, que cumple siempre y en todo a la mayor perfección.
Enamorada de Cristo, que es "su libro preferido", se eleva a la Trinidad hasta que "Isabel desaparece, se pierde y se deja invadir por los Tres".
"La Trinidad: aquí está nuestra morada, nuestro hogar, la casa paterna de la que jamás debemos salir... Me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, puesto que el cielo es Dios y Dios está en mi alma. El día que comprendí eso todo se lluminó para mí."
"Creer que un ser que se llama El Amor habita en nosotros en todo instante del día y de la noche y que nos pide que vivamos en sociedad con El, he aquí, os lo confío, lo que ha hecho de mi vida un cielo anticipado"
'Mi Esposo quiere que yo sea para El una humanidad adicional en la cual El pueda seguir sufriendo para gloria del Padre y para ayudar a la Iglesia"
Amó profundamente su vocación carmelita y trató de amar y de imitar a la "Janua coeíi", como llamaba a la Virgen Purísima.
Murmurando casi como en un canto "Voy a la luz, al amor, a la vida", expiró."

Su mensaje


  • que corramos por el camino de la santidad.
  • que el Espíritu Santo eleve nuestro espíritu.
  • que seamos siempre "alabanza de gloda de la Sma. Trinidad"
  • que seamos dóciles a las mociones del Espíritu.

Su oración

Oh Dios, rico en misericordia, que descubriste a la Beata Isabel de la Trinidad el misterio de tu presencia secreta en el alma del justo e hiciste de ella una adoradora en espíritu y verdad, concédenos, por su intercesión, que también nosotros, permaneciendo en el amor de Cristo, merezcamos ser transformados en templos del Espíritu de Amor, para alabanza de tu gloria. Amén.
 
From Los Santos Carmelitas by P. Rafael María López-Melús

viernes, 16 de julio de 2010

Tenemos que ser santos ¿Como? Como hombres

Doy gracias a Dios por estos santos que honran el dia de mi nacimiento.

17 DE JULIO
SANTAS JUSTA y RUFINA ¿304?
justarufina1n.jpg (14816 bytes)Uno de los modos en que los fabricantes de cerámica obtienen beneficios es a través de la producción en masa. Hora tras hora, día tras día, sus factorías sacan miles y miles de tazas y platos, todos exactamente iguales. Aunque la producción en masa signifique que puedes reemplazar cualquier artículo que rompas con uno de idéntico aspecto, significa también que toda individualidad se pierde. Dos piezas de cerámica trabajadas a mano rara vez tienen la misma apariencia. Aunque puedan estar hechas de la misma arcilla y tener el mismo brillo, cada una de ellas es un poquito diferente. Antes de la invención de las modernas cadenas de montaje, toda cerámica, incluso la que se producía en cantidad, era hecha a mano.
Las Santas Justa y Rufina eran mujeres cristianas que vendían cerámica en la España del siglo cuarto. Como valoraban sus artículos, no quisieron permitir que se vendieran para sacrificios paganos. Como resultado, toda su cerámica fue rota y ellas mismas fueron ejecutadas.
Cada uno de nosotros es tan individual como una pieza cerámica hecha a mano. Incluso gemelos idénticos, lo más iguales que puedan llegar a ser dos seres humanos, tienen sus propias huellas dactilares y personalidades distintivas. Eres único. Nunca ha habido y nunca habrá otra persona como tú, con tus talentos y capacidades, tus sueños, tus esperanzas, tus dones. Eres una creación irrepetible del alfarero divino. Valórate a ti mismo como un tesoro.

ALEJO SIGLO V
alejo1.jpg (17228 bytes)Hay santos con cuya vida la tradición teje estupendos relatos para envidia de los escritores, y éste es el caso de san Alejo, cuya historia es como una novela bizantina, con sorpresas, viajes, naufragios, sucesos extremados, estatuas parlantes y una anagnórisis, el reconocimiento final, que no puede ser más novelesco. Y así desde la Edad Media la literatura se ha ocupado complacidamente de este formidable personaje.
Era hijo único de Eufemiano, opulento y caritativo senador de Roma, estaba adornado, dicen, con todas las gracias y virtudes, y el mismo día en que se casa abandona a su dulce esposa y vaga como un peregrino por tierras lejanísimas hasta recalar en Edesa, más allá del Eúfrates, donde vive a la manera de un piadoso mendigo junto a la basílica del apóstol Tomás, pidiendo limosna y repartiéndola entre los demás pobres.
Diversos prodigios señalan su presencia y le sacan del anonimato, tiene que volver a correr mundo y va a parar de nuevo a su ciudad natal, donde su padre, que le ha buscado afanosamente por todas partes, no le reconoce y le da albergue, como a un pordiosero más, en el hueco de la escalera principal del patio de su casa.
Allí - una antigua tradición romana supone que en el Aventino, donde hoy se levanta la iglesia de San Alessio -, ejemplo de paciencia y humildad, ayunó y rezó entre las burlas de la servidumbre durante diecisiete años, al término de los cuales, al morir, se le encontró en la mano una carta dirigida a sus padres y a su esposa declarando al fin quién era.
Otro mendigo por Dios, en medio del esplendor de Roma, al igual que Benito José Labre, pero en su propia casa, irreconocible para los suyos, peregrino en su patria y ciudadano ya del Cielo.

17 DE JULIO
BEATO CESLAUS DE POLONIA 1180-1242
ceslauspolonian.jpg (12999 bytes)En un mundo que parece haber enloquecido, la vida individual parece haberse vuelto menos valiosa. Oímos hablar constantemente de muertes sin sentido, genocidios masivos y guerras carentes de una razón de ser. Cuando oímos hablar de tanta violencia, resulta muy fácil perder sensibilidad frente al dolor de los demás. Resulta muy fácil empezar a plantear principios abstractos acerca de la vida humana y aislarnos del sufrimiento de otra gente con palabras sublimes acerca del humanitarismo.
Para el doctor Albert Schweitzer, uno de los más grandes humanitarios del mundo, una acción así sería un anatema. «El humanitarismo», dice, «consiste en no sacrificar nunca un ser humano por un propósito».
El Beato Ceslaus de Polonia fue a Roma a ser testigo de la consagración de su tío San Jacinto como obispo de Cracovia. Mientras estuvo allí, fue inspirado por Santo Domingo y retomó a Polonia como misionero. El resto de su vida la pasó en actos insuperables de predicación y enseñanza. Sus actos más grandes, sin embargo, tienen que ver con los individuos. Entre otras cosas, se hizo famoso por curar a los enfermos y tullidos.
Cuán fácil es vemos tan obsesionados por salvar el bosque, que olvidamos apreciar los árboles concretos. El Evangelio de Mateo dice que no puede caer un simple gorrión al suelo sin que Dios lo sepa. Si Dios sigue la huella de los gorriones, ¿cuánto más no será valorado cada uno de nosotros?

BEATAS MÁRTIRES DE COMPIEGNE, vírgenes ( + 1794)
martirescompiegne.jpg (23106 bytes)Conocemos a este ramillete de carmelitas contemplativas mártires como las DIECISÉIS CARMELITAS MÁRTIRES DE COMPIEGNE (Francia).Este Monasterio fue fundado el 1641 y pronto comenzó a llamar la atención de todos aquellos alrededores por la observancia regular y almas santas que allí abrazaban la vida carmelita contemplativa siguiendo el ejemplo de su santa Madre Teresa de Jesús. Al estallar la Revolución francesa casi todas las religiosas de la nación se vieron obligadas a abandonar sus hábitos religiosos. Pero las 16 que formaban esta fervorosa comunidad, de común acuerdo, decidieron seguir vestidas con aquel signo de consagración a Dios y de testimonio ante los hombres.
La Madre Priora era la Madre Teresa de San Agustín. Cuando el 1792 los disturbios por las calles aumentaban y amenazaba una hecatombe, todas las religiosas carmelitas de la comunidad, por inspiración de la Madre Priora, se ofrecieron al Señor en holocausto "para aplacar la cólera de Dios y para que la paz divina, traída al mundo por su amado Hijo, fuese devuelta a la Iglesia y al Estado".
Cada día repetían este generoso y heroico acto de consagración al
martirio. El gozo les inundaba por dentro y por fuera. Redoblaron su vida de oración y mortificación.
El día 14 de septiembre de 1792 fueron arrojadas de su Monasterio y
se dividieron en cuatro grupos por distintas casas de Compiegne, pero siempre unidas en la fraternidad y en el género de vida que procuraban llevar como en el convento y bajo la vigilancia solícita y maternal de la Madre Priora, Teresa de San Agustín.
El Comité revolucionario dio con su paradero y a pesar de que sus vidas no tenían trascendencia externa, porque se dedicaban sólo a rezar y a
hacer el bien, nada de política ni otra misión que podía perturbar el orden, las apresó y encerró el día 24 de junio de 1794 en lo que fuera Monasterio de la Visitación, Sainte-Marie, convertido ahora en cárcel.
Desde Compiegne las dieciséis carmelitas fueron conducidas a París a
donde llegaron el día 13 de julio. Fueron encerradas en la cárcel de Conciergerie, que estaba abarrotada de sacerdotes, religiosos y religiosas, condenados a muerte.
La llegada de las carmelitas fue como un maravilloso bálsamo de paz y
alegría ya que ellas, con su ejemplo, serenidad y alegría ponían ánimos en aquellos amedrentados espíritus. Sería largo detallar las maravillas que aquellas valientes carmelitas realizaron durante aquel mes en la cárcel: cantaban, rezaban, ayudaban, vivían alegres y animaban a los más pusilánimes a confiar en el Señor y a prepararse para el holocausto.
Por fin, el 17 de julio, en un juicio en el que demostraron cuánta era
su fe y su heroísmo... fueron condenadas a muerte, a la guillotina, por su "fanatismo", por su amor a Dios y a la Virgen... Mientras eran conducidas a la guillotina iban cantando el Miserere, la Salve, el Te Deum... Y al llegar al pie de la guillotina, una por una renovaba su profesión ante la M. Priora y cantando el Veni Creator... subían a ser decapitadas... La última fue la misma Madre Priora quien tan bien había infundido el amor a Dios y el valor cristiano a todas sus hijas. Era el 17 de julio de 1794. Fueron beatificadas por el Papa San Pío X el 1906. De todos es conocida la obra de Bernanos: Diálogos de Carmelitas...

Otros Santos: Beato Gregorio Escribano, mártir; Generoso, mártir; León IV, papa confesor; Esperado, Narzal, Citino, Veturio, Félix, Acilino, Letancio, Jenara, Generosa, Jacinto, Generoso, Teodota, Vestina, Donata, Segunda, mártires; Ennodio, Teodosio, obispos; Marcelina, virgen.
http://sagradafamilia.devigo.net/santoral/julio/17julio.htm

San Alejo mendigo 17 de julio

Vida y milagros de San Alejo mendigo

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Bella y larga es la historia de este hombre de Dios que, desde la Edad Media, alimenta la fantasía, piedad, sentimientos religiosos y deseos de entrega a Dios por parte de los cristianos. Su figura, que debió ser formidablemente llamativa y ejemplar, viene narrada en el género novelesco, llena de encanto, pródiga en situaciones que mantienen el suspense, con abundancia de escenas que alucinan y toda ella plena de actitud ejemplarizante y moralizadora. En fin, la historia de san Alejo es tan pletórica de imaginación, viveza y adornos que su autor suscita la envidia de los que escriben.

En este estupendo relato, Alejo viene descrito como el hijo único del importante, opulento y caritativo senador de Roma llamado Eufemiano. Huyó de su casa el mismo día de su boda -como otro Abrahán, solitario y eremita - llamado súbitamente a realizar la más alta de las aspiraciones y la renuncia más excelsa por el amor al Reino de Dios. Presentado Alejo por el autor de su biografía novelada como un joven que es el compendio de todas las virtudes y gracias que puede tener un ser humano, deja inconcebiblemente la casa paterna y a su dulce esposa. Quizá sucediera que recordó la exigencia evangélica de posponer todo al Reino de los Cielos y se dispuso a ponerla por obra.

Dice su leyenda o novela que comienza entonces un largo peregrinaje hacia extrañísimas tierras llegando hasta Edesa, pasado el Eufrates. Esta es la ciudad que la incansable viajera y también peregrina Eteria describe como la metrópoli imposible de evitar a todo peregrino que desde occidente llega a visitar, movido por la fe, los lugares santos donde nació, vivió, murió y resucitó el Señor para nuestra salvación. El bullicio, la piedad, el humo y aroma del incienso en la basílica del Apóstol Tomás -el que metió su puño en el costado abierto de Jesús- cuyos restos cercanos son día y noche venerados, la oración privada pública, las continuas idas y venidas de las gentes que besan las estatuas de los santos rebajando las piedras con los labios y las manos, el visiteo a la estatua del rey Abgar a quien Cristo escribió una carta, son el ambiente normal de Edesa a donde ha arribado Alejo. Llegó rico, pero ahora es un mendigo más de los que abundan entre los pórticos y en los ambientes más frecuentados por el hormigueo de la gente. Entre rezo y rezo, contento y alegre, pide limosna y la reparte entre los más pobres. Vive gozoso y sin ataduras, pensando que así lo quiere Jesús. Disfruta con el gozo de sentirse cercano a los restos mortales -reliquias- del discípulo del Señor, entre aquellas piedras que huelen a fe y a santo, participa hondamente en misterios sagrados, entre el bullicio está sumido en contemplación y hace todo el bien que puede a los desafortunados.

Se preocuparon tanto en la casa paterna por la pérdida del hijo y su actitud tan extraña, infrecuente e inesperada que el padre ha enviado a más de cien esclavos para que recorran la tierra, prometiendo llenar de honor y de riqueza a quien lo encuentre. Emisarios por el mundo buscan infatigablemente al hijo del potentado buen padre.

Alejo se ve obligado a abandonar Edesa porque algunos prodigios sucedidos le sacan del anonimato. Llena de accidentes, sorpresas y naufragios está descrita la historia de su nuevo peregrinaje por el mundo huyendo de la notoriedad, hasta que de modo imprevisto se ve de nuevo en Roma donde termina viviendo en la casa de su padre que, aunque continua buscándolo afanosamente en la lejanía, no lo reconoce próximo y cercano; hasta llega a darle albergue, como a un mendigo más, en el hueco de la escalera del patio principal de su casa, por caridad.

Por el espacio de diecisiete años -según dice una antigua tradición romana explicando la historia de la iglesia de san Alessio, situada en el Aventino- vivió allí Alejo, siendo un ejemplo de paciencia, humildad y pobreza; allí supo ayunar y rezar; allí soportó las burlas de la servidumbre; allí quiso permanecer ignorado de sus padres y de su esposa que sólo le saludaban de vez en cuando como a un mendigo desaliñado y pestilente; allí también lo encontraron muerto un día y ¿sabes lo que pasó? En su mano encontraron ese día una carta dirigida a sus padres y a su esposa en la que declaraba quién era y todo su amor.

Alejo quiso ser un mendigo por Dios. No es el único en la historia de los santos; también en Roma Benito José Labre quiso vivir como mendigo por Dios. Pero Alejo lo fue en casa propia e irreconocible para los suyos.

(Fuente: mercaba.org)

lunes, 12 de julio de 2010

Quiero rendir homenaje a un martir y discipulo de Juan el apostol amado.San Policarpo

Vida de San PolicarpoSan Policarpo fue uno de los más famosos entre aquellos obispos de la Iglesia primitiva a quienes se les da el nombre de "Padres Apostólicos", por haber sido discípulos de los Apóstoles y directamente instruidos por ellos. Policarpo fue discípulo de San Juan Evangelista, y los fieles le profesaban una gran veneración. Entre sus muchos discípulos y seguidores se encontraban San Ireneo y Papías. Cuando Florino, que había visitado con frecuencia a San Policarpo, empezó a profesar ciertas herejías, San Ireneo le escribió: "Esto no era lo que enseñaban los obispos, nuestros predecesores. Yo te puedo mostrar el sitio en el que el bienaventurado Policarpo acostumbraba a sentarse a predicar. Todavía recuerdo la gravedad de su porte, la santidad de su persona, la majestad de su rostro y de sus movimientos, así como sus santas exhortaciones al pueblo. Todavía me parece oírle contar cómo había conversado con Juan y con muchos otros que vieron a Jesucristo, y repetir las palabras que había oído de ellos. Pues bien, puedo jurar ante Dios que si el santo obispo hubiese oído tus errores, se habría tapado las orejas y habría exclamado, según su costumbre: ¡Dios mío!, ¿por qué me has hecho vivir hasta hoy para oír semejantes cosas? Y al punto habría huído del sitio en que se predicaba tal doctrina".
La tradición cuenta que, habiéndose encontrado San Policarpo con Marción en las calles de Roma, el hereje le increpó, al ver que no parecía advertirle: '¿Qué, no me-conoces?" "Sí, -le respondió Policarpo-, se que eres el primogénito de Satanás". El santo obispo había heredado este aborrecimiento hacia las herejías de su maestro San Juan, quien salió huyendo de los baños, al ver a Cerinto. Ellos comprendían el gran daño que hace la herejía. 
San Policarpo besó las cadenas de San Ignacio, cuando éste pasó por Esmirna, camino del martirio, e Ignacio a su vez, le recomendó que velara por su lejana Iglesia de Antioquía y le pidió que escribiera en su nombre a las Iglesias de Asia, a las que él no había podido escribir. San Policarpo escribió poco después a los Filipenses una carta que se conserva todavía y que alaban mucho San Ireneo, San Jerónimo, Eusebio y otros. Dicha carta, que en tiempos de San Jerónimo se leía públicamente en las iglesias, merece toda admiración por la excelencia de sus consejos y la claridad de su estilo. Policarpo emprendió un viaje a Roma para aclarar ciertos puntos con el Papa San Aniceto, especialmente la cuestión de la fecha de la Pascua, porque las Iglesias de Asia diferían de las otras en este particular. Como Aniceto no pudiese convencer a Policarpo ni éste a aquél, convinieron en que ambos conservarían sus propias costumbres y permanecerían unidos por la caridad. Para mostrar su respeto por San Policarpo, Aniceto le pidió que celebrara la Eucaristía en su Iglesia. A esto se reduce todo lo que sabemos sobre San Policarpo, antes de su martirio.

El año sexto de Marco Aurelio, según la narración de Eusebio, estalló una grave persecución en Asia, en la que los cristianos dieron pruebas de un valor heroico. Germánico, quien había sido llevado a Esmirna con otros once o doce cristianos se señaló entre todos, y animó a los pusilánimes a soportar el Martirio. En el anfiteatro, el procónsul le exhortó a no entregarse a la muerte en plena juventud, cuando la vida tenía tantas cosas que ofrecerle, pero Germánico provocó a las fieras para que le arrebataran cuanto antes la vida perecedera. Pero también hubo cobardes: un frigio, llamado Quinto, consintió en hacer sacrificios a los dioses antes que morir. 
La multitud no se saciaba de la sangre derramada y gritaba: "¡Mueran los enemigos de los dioses! ¡Muera Policarpo!" Los amigos del santo le habían persuadido que se escondiera, durante la persecución, en un pueblo vecino. Tres días antes de su martirio tuvo una visión en la que aparecía su almohada envuelta en llamas; esto fue para él una señal de que moriría quemado vivo como lo predijo a sus compañeros. Cuando los perseguidores fueron a buscarle, cambió de refugio, pero un esclavo, a quien habían amenazado si no le delataba, acabó por entregarle.
Los autores de la carta de la que tomamos estos datos, condenan justamente la presunción de los que se ofrecían espontáneamente al martirio y explican que el martirio de San Policarpo fue realmente evangélico, porque el santo no se entregó, sino que esperó a que le arrestaran los perseguidores, siguiendo el ejemplo de Cristo. 
Herodes, el jefe de la policía, mandó por la noche a un piquete de caballería a que rodeara la casa en que estaba escondido Policarpo; éste se hallaba en la cama, y rehusó escapar, diciendo: "Hágase la voluntad de Dios". Descendió, pues, hasta la puerta, ofreció de cenar a los soldados y les pidió únicamente que le dejasen orar unos momentos. Habiéndosele concedido esta gracia, Policarpo oró de pie durante dos horas, por sus propios cristianos y por toda la Iglesia. Hizo esto con tal devoción, que algunos de los que habían venido a aprehenderle se arrepintieron de haberlo hecho. Montado en un asno fue conducido a la ciudad. En el camino se cruzó con Herodes y el padre de éste, Nicetas, quienes le hicieron venir a su carruaje y trataron de persuadirle de que no "exagerase" su cristianismo: "¿Qué mal hay -le decían- en decir Señor al César, o en ofrecer un poco de incienso para escapar a la muerte?" Hay que notar que la palabra "Señor" implicaba en aquellas circunstancias el reconocimiento de la divinidad del César. El obispo permaneció callado al principio; pero, como sus interlocutores le instaran a hablar, respondió firmemente: "Estoy decidido a no hacer lo que me aconsejáis". Al oír esto, Herodes y Nicetas le arrojaron del carruaje con tal violencia, que se fracturó una pierna.
El santo se arrastró calladamente hasta el sitio en que se hallaba reunido el pueblo. A la llegada de Policarpo, muchos oyeron una voz que decía: "Sé fuerte, Policarpo, y muestra que eres hombre". El procónsul le exhortó a tener compasión de su avanzada edad, a jurar por el César y a gritar: "¡Mueran los enemigos de los dioses!" El santo, volviéndose hacia la multitud de paganos reunida en el estadio, gritó: "¡Mueran los enemigos de Dios!" El procónsul repitió: "Jura por el César y te dejaré libre; reniega de Cristo". "Durante ochenta y seis años he servido a Cristo, y nunca me ha hecho ningún mal. ¿Cómo quieres que reniegue de mi Dios y Salvador? Si lo que deseas es que jure por el César, he aquí mi respuesta: Soy cristiano. Y si quieres saber lo que significa ser cristiano, dame tiempo y escúchame". El procónsul dijo: "Convence al pueblo". El mártir replicó: "Me estoy dirigiendo a ti, porque mi religión enseña a respetar a las autoridades si ese respeto no quebranta la ley de Dios. Pero esta muchedumbre no es capaz de oír mi defensa". En efecto, la rabia que consumía a la multitud le impedía prestar oídos al santo.
El procónsul le amenazó: "Tengo fieras salvajes". "Hazlas venir -respondió Policarpo-, porque estoy absolutamente resuelto a no convertirme del bien al mal, pues sólo es justo convertirse del mal al bien". El precónsul replicó: "Puesto desprecias a las fieras te mandaré quemar vivo". Policarpo le dijo: "Me amenazas con fuego que dura un momento y después se extingue; eso demuestra ignoras el juicio que nos espera y qué clase de fuego inextinguible aguarda a los malvados. ¿Qué esperas? Dicta la sentencia que quieras".
Durante estos discursos, el rostro del santo reflejaba tal gozo y confianza y actitud tenía tal gracia, que el mismo procónsul se sintió impresionado. Sin embargo, ordenó que un heraldo gritara tres veces desde el centro del estadio: Policarpo se ha confesado cristiano". Al oír esto, la multitud exclamó: "¡Este es el maestro de Asia, el padre de los cristianos, el enemigo de nuestros dioses que enseña al pueblo a no sacrificarles ni adorarles!" Como la multitud pidiera al procónsul que condenara a Policarpo a los leones, aquél respondió que no podía hacerlo, porque los juegos habían sido ya clausurados. Entonces gentiles y judíos pidieron que Policarpo fuera quemado vivo.
En cuanto el procónsul accedió a su petición, todos se precipitaron a traer leña de los hornos, de los baños y de los talleres. Al ver la hoguera prendida, Policarpo se quitó los vestidos y las sandalias, cosa que no había hecho antes porque los fieles se disputaban el privilegio de tocarle. Los verdugos querían atarle, pero él les dijo: "Permitidme morir así. Aquél que me da su gracia para soportar el fuego me la dará también para soportarlo inmóvil". Los verdugos se contentaron pues, con atarle las manos a la espalda. Alzando los ojos al cielo, Policarpo hizo la siguiente oración: "¡Señor Dios Todopoderoso, Padre de tu amado y bienaventurado Hijo, Jesucristo, por quien hemos venido en conocimiento de Ti, Dios de los ángeles, de todas las fuerzas de la creación y de toda la familia de los justos que viven en tu presencia! ¡Yo te bendigo porque te has complacido en hacerme vivir estos momentos en que voy a ocupar un sitio entre tus mártires y a participar del cáliz de tu Cristo, antes de resucitar en alma y cuerpo para siempre en la inmortalidad del Espíritu Santo! ¡Concédeme que sea yo recibido hoy entre tus mártires, y que el sacrificio que me has preparado Tú, Dios fiel y verdadero, te sea laudable! ¡Yo te alabo y te bendigo y te glorifico por todo ello, por medio del Sacerdote Eterno, Jesucristo, tu amado Hijo, con quien a Ti y al Espíritu sea dada toda gloria ahora y siempre! ¡Amén!"
No bien había acabado de decir la última palabra, cuando la hoguera fue encendida. "Pero he aquí que entonces aconteció un milagro ante nosotros, que fuimos preservados para dar testimonio de ello -escriben los autores de esta carta-:  las llamas, encorvándose como las velas de un navío empujadas por el viento, rodearon suavemente el cuerpo del mártir, que entre ellas parecía no tanto un cuerpo devorado por el fuego, cuanto un pan o un metal precioso en el horno; y un olor como de incienso perfumó el ambiente". Los verdugos, recibieron la orden de atravesar a Policarpo con una lanza; al hacerlo, brotó de su cuerpo una paloma y tal cantidad de sangre, que la hoguera se apagó.

Nicetas aconsejó al procónsul que no entregara el cuerpo a los cristianos, no fuera que estos, abandonando al Crucificado, adorasen a Policarpo. Los judíos habían sugerido esto a Nicetas, "sin saber -dicen los autores de la carta- que nosotros no podemos abandonar a Jesucristo ni adorar a nadie porque a El le adoramos como Hijo de Dios, y a los mártires les arnamos simplemente como discípulos e imitadores suyos, por el amor que muestran a su Rey y Maestro". Viendo la discusión provocada por los judíos, el centurión redujo a cenizas el cuerpo del mártir. "Más tarde -explican los autores de la carta- recogimos nosotros los huesos, más preciosos que las más ricas joyas de oro, y los depositamos en un sitio dónde Dios nos concedió reunirnos, gozosarnente, para celebrar el nacimiento de este mártir". Esto escribieron los discípulos y testigos. Policarpo recibió el premio de sus trabajos, a las dos de la tarde del 23 de febrero de 155, o 166, u otro año.

sábado, 10 de julio de 2010

San Benito José Labre

Ese hombre -suele decirse ante el desvalido- va dejado de la mano de Dios. Se acierta, sí, cuando tal se dice y cuando, ingenua y reverenciosamente, se toma la mano de Dios por el próvido cuerno de la abundancia. Pero sucede que los designios de Dios -los modos que tiene Dios de dar la mano- son infinitos como las arenas de la mar, innúmeros, como no llegan a serlo, siendo tantas, las mismas arenas de la mar.
Aquel hombre desvalido, Benito José Labre, no iba dejado, sino guiado por la mano de Dios, conducido por su andadura clemente y amorosa, providencial y tierna.
Benito José Labre nació en Amèttes el 26 de marzo de 1748. Regía el orbe cristiano el papa Benedicto XIV, cantado por Voltaire en verso latino, y reinaba en Francia, «bajo Voltaire», Luis XV, el firmante del Pacto de Familia, el galán de la marquesa de Pompadour y el protector de la porcelana de Sèvres.
Si los vagabundos tuviéramos un santo patrono, Benito José Labre lo sería. Con alas en los pies, Benito José Labre devoraba las leguas y los caminos en busca de la huella de Dios, que en todas partes se presenta.
Nacido para la miseria del cuerpo, Benito José Labre sintió la llamada siendo aún niño. A los doce años dormía con la cabeza reclinada sobre un madero y a los dieciséis, pareciéndole corto el sacrificio, descansaba sobre el frío y duro suelo de ladrillo: el «santo suelo» dícese, con frecuencia, en español.
Dos curas de pueblo parecen disputarse, ante la Historia, la siembra de la semilla cristiana en la huerta feraz del alma de Benito José: el cura de Conteville, que le inició en la práctica piadosa, y el cura de Érin, su padrino, que le abrió las puertas de la liturgia.
Cuando Benito José oyó hablar de la Gran Trapa y sus humildes perfecciones, se estremeció como un iluminado. Sus padres prefieren que siga estudiando, y Benito José cae en una honda sima de dudas. De un lado, su vocación que le fuerza. Del otro, lo que no acaba de ver claro: la validez, la ley, de su vocación.
Sobre Érin pasa, con su mano de luto, la epidemia, y su padrino, el cura, sucumbe atacado del mal. Benito José se esfuerza por llevar la caridad a los hogares en los que hizo su nido el dolor y, cuando el mal pasa y se sabe desvalido y solo, se vuelve a Amèttes, a la casa paterna. Es el año 1766, el del motín de Esquilache, y Benito José es todavía un adolescente.
Sus padres le mandan a Conteville, a que continúe sus estudios. Al cura -Santiago José Vincent, que todo se lo da a los pobres- le llaman el nuevo San Vicente por su inmenso amor al desvalido. El cura de Conteville, viendo a Benito José tan dispuesto para la vida monástica, habla con los padres del mozo y obtiene de ellos el necesario permiso.
En el mes de abril de 1767, pintándose la primavera en los campos, Benito José, con el corazón radiante de gozo, llama a la puerta de la cartuja de Val Sainte Aldegonde, tras la que había de esperarle la desilusión. La cartuja es pobre, demasiado pobre para acoger a un solo monje más, y Benito José no cabe en ella.
Sigue su peregrinaje y en octubre del mismo año consigue entrar en otra cartuja, la de Notre-Dame de Pres. Pero su temple había de ponerse una vez más a prueba. Los cartujos viven en la contemplación y Benito José siente las tentaciones constantes del diablo. «No; en la cartuja -piensa Benito José- no quepo...» Y vuelve a casa de sus padres.
Benito José tiene ya veinte años y consigue que sus padres le permitan hacer otra tentativa, ahora en la Trapa. Emprende el camino y tras sesenta leguas a pie y bajo la lluvia, llega hasta el viejo portón de la Gran Trapa.
-¿Cuántos años tenéis, hermano?
-Veinte, ya.
-Veinte años no son bastantes para entrar aquí; os faltan cuatro todavía.
Y a Benito José, ante la puerta que se cerró, se le cayó el alma a los pies. Siguió su camino y llamó a otra puerta trapense: la de Sept-Fons. Pero los años que le faltaban para poder profesar eran los mismos y la puerta tampoco se le abrió.
El obispo de Boulogne le aconseja que no pruebe en la Trapa y que pruebe otra vez fortuna en la Cartuja. Benito José obedece el consejo del obispo e ingresa en la cartuja de Neuville.
Como en la Notre-Dame de Pres vuelven a asaltarle las tentaciones y Benito José Labre, huyendo de ellas, abandona por segunda vez la cartuja. Fue el prior quien le animó a que dejase la lucha cortando por lo sano.
Benito escribe a sus padres para comunicarles su nuevo norte: otra vez la trapa de Sept-Fons, a cien leguas de andar, durmiendo al raso y comiendo el parvo y sabroso pan de la limosna.
El día 2 de noviembre de 1769, sin tener los veinticuatro años que previene la regla, Benito José fue admitido entre los trapenses. Su dicha era inmensa y una inefable paz invadió su alma. Pero los escrúpulos no tardaron en aparecer, la noche se extendió de nuevo sobre su atormentado espíritu y la galerna azotó otra vez las flacas carnes de Benito José. A los seis meses fue llevado, exánime, a la enfermería y poco más tarde al hospital de pobres, fuera de la clausura. El prior le llamó a su presencia:
-Vuestra alma, hermano, no está en su lugar. Debéis abandonar la cogulla y volver al mundo.
Benito José bajó humildemente la cabeza.
-Hágase la voluntad de Dios.
Benito José volvió al campo abierto, a los caminos sin fin, al cielo por techo y las estrellas, en medio del alto cielo, como brújula y compañía. Toda su vida anterior la entiende como el forzoso noviciado de lo que se propone ser: un monje errante, un vagabundo de Dios, una pura llama que, olvidada de su cuerpo, vivirá de lo que a los demás les sobre.
El abad de Sept-Fons le bendice y Benito José emprende, serena el alma y el llanto brillándole en los ojos, el largo camino de Roma.
Desde Chieri, ya en tierra italiana, Benito José escribe a sus padres su última carta: una ingenua y patética despedida entre cuyos trazos se adivina la beatitud.
Benito José es ya, y para siempre, el mendigo errante que se propuso ser. Vestido con la túnica y el escapulario de Sept-Fons, de los que no habría de desprenderse en vida; con un rosario al cuello, un crucifijo sobre el corazón y el fardelejo, entre mendrugos de pan, el Evangelio, la Imitación de Cristo y un breviario, Benito José era la imagen misma del vagabundo si a los vagabundos, ¡ay!, nos habitase Dios con la misma clemencia con que se posó sobre aquel pecho elegido.
Entra en Roma el 3 de septiembre de 1770 y pasa las tres primeras noches en el hospicio de Saint Louis-des-Français; después, pesaroso quizá ante lo que entiende como un innecesario regalo, dormirá siempre al raso, en el quicio de una puerta, bajo un puente, al cobijo de una escalera, donde la noche le alcanza.
A fines del año siguiente va a Loreto -donde ya se detuvo al venir a Roma-, a visitar la Santa Casa. Su anual peregrinación a Loreto sólo fue interrumpida por la muerte. Benito José reza, en Fabiano, ante el sepulcro de San Romualdo, fundador de los camaldulenses, y en Bari, ante la tumba de San Nicolás. También en Bari Benito José se postra en oración al pie de los presos de la cárcel, que se ven, a través de las rejas, desde la calle, y entre quienes reparte las limosnas que le dan.
Benito José tiene un pobre, un desdichado aspecto. Vestido de harapos, daba asco a casi todos y producía, sin embargo, una honda admiración en los menos. Cierto día, preguntado sobre la rara sustancia de que estaba hecho su corazón, respondió:
-De fuego para Dios, de carne para el prójimo, de bronce para conmigo mismo.
Su filosofía era la del pájaro del cielo, la de la poética avecilla que todo lo confía en Dios.
-Se ofende a Dios -dijo al cura de Cossignano- porque no se conoce su bondad.
En Roma se unía al Vía Crucis de los mendigos y, a diferencia de los mendigos, llegaba a rechazar lo que le daban. Nada quería porque nada, tampoco, le era menester. En la plaza Monte Cavallo, mientras dormía, tan breve y miserable era su carne mortal que con frecuencia era confundido con un perro. Por las noches rezaba ante las puertas de las ermitas y más de una vez fue apaleado por los anónimos golfos de la oscuridad. Benito José, bajo la lluvia de palos, sonreía y adoraba a Dios.
En Loreto, un clérigo, al verle sobre el duro suelo de la iglesia, le preguntó:
-¿No sabe, hermano, que el frío de la piedra y el aire colado del campanario pueden matarle?
Y Benito José, con la sonrisa de la bienaventuranza pintándosele en el semblante, le habló con su más humilde voz:
-Dios lo quiere así. Los pobres dormimos en el lugar donde nos llega la noche... Los pobres no necesitamos buscar una cama demasiado cómoda... Además, padre, me gusta estar solo con Dios...
El padre Temple, penitenciario de Loreto, dejó constancia escrita de los hechos de Benito José, que tanto le admiraran después de que tanto y tanto le hicieran dudar.
Un viejo noble persa, Jorge Zitli, antiguo gobernador de Teherán, que, convertido a la fe cristiana, tuvo que huir de su tierra, se encontró a Benito José medio muerto de hambre y le dio de comer. El día antes Jorge Zitli había sabido de la milagrosa curación de un niño por aquel vagabundo de tan ruin aspecto. En una casa del camino en cuyo establo Benito José se había guarecido, una mujer rompió a gritar desesperadamente porque su único hijo, entre horribles dolores, se moría. Benito José salió de la cuadra, tocó la cabeza del niño y habló a la madre.
-Cálmese, madre; vuestro hijo ya no llorará más.
El niño se quedó dormido y al cabo de varias horas se despertó, sano como una manzana. El milagro se había producido.
Benito José, andarín infatigable, recorrió durante ocho años los más renombrados santuarios de Europa. En España visitó Montserrat y Compostela.
En 1777, antes de llegar a los treinta años de aquel cuerpo que se quemó en el sacrificio, Benito José abandona la vida del vagabundo para quedarse en Roma, dedicado a la oración. De sus largas jornadas de caminante sólo le queda el rumbo de Loreto, adonde nunca faltó.
En 1780 -y en Loreto- conoció a Gaudencio Sori, el santero, y a Barba, su mujer, que le socorrían esforzándose en que Benito José no lo notase. El padre Almerici, que le confesaba a menudo, le preguntó dos años más tarde:
-¿Volverá el año que viene, hermano?
-No, padre.
-¿Por qué?
-Porque debo ir a mi patria -respondió, con diáfana clave, Benito José.
En 1783 el padre Daffini, familiar del cardenal Achinto, vio a Benito José, en la iglesia de los Santos Apóstoles, circundado por un nimbo de luz. María Poeti, una piadosa mujer que solía rezar en la iglesia de Nuestra Señora de los Montes, vio resplandecer, en medio de la penumbra, la faz de Benito José, cuyo cuerpo se elevaba por encima del peldaño en que estaba arrodillado. El abate Luigi Pompei, en Santa María la Mayor, vio arder en llamas la cara de Benito José.
Nuestro vagabundo, ardiendo en su propia santa sustancia, se consumía a la vista de todos sus admiradores y atónitos amigos. El Miércoles Santo, después de asistir a los oficios, Benito José rodó las escaleras del templo. Todos le socorrieron y el carnicero Zaccarelli le llevó a su casa. Recibió la extremaunción y a la una de la mañana, mientras las campanas de Roma repicaban el anuncio de la Salve, Benito José Labre, claro espejo de vagabundos, cerró los ojos para siempre. Su alma, también para siempre, voló, escoltada por el sonar de los clarines del gozo, hasta el alto cielo de los elegidos.
Camilo José Cela, San Benito José Labre, en Año Cristiano, Tomo II, Madrid, Ed. Católica (BAC 184), 1959, pp. 110-116.


San Rafael Arnaiz y su amor a la cruz y a la Virgen Santa

Día 7 de abril de 1938.

Jesús mío, arrodillado humildemente a los pies de tu santísima Cruz, te pido con todo fervor me des la virtud de la paciencia, me hagas humilde y me llenes de mansedumbre... Jesús mío, mira que esas tres cosas las necesito mucho.

Ayer sufrí un desprecio de un hermano..., me hizo llorar y si no hubiera sido porque Tú desde la Cruz me enseñaste a perdonar, quizás hubiera cometido una falta ¡Cuánto me costó vencerme!... Pero dormí más tranquilo.

Bendito Jesús, ¿qué me enseñarán los hombres, que no enseñes Tú desde la Cruz?

Ayer vi claramente que solamente acudiendo a Ti se aprende; que sólo Tú das fuerzas en las pruebas y tentaciones y que solamente a los pies de tu Cruz, viéndote clavado en ella, se aprende a perdonar, se aprende humildad, caridad y mansedumbre.

No me olvides, Señor..., mírame postrado a tus pies y accede a lo que te pido.

Vengan luego desprecios, vengan humillaciones, vengan azotes de parte de las criaturas..., ¡qué me importa! Contigo a mi lado lo puedo todo... La portentosa, la admirable, la inenarrable lección que Tú me enseñas desde tu Cruz, me da fuerzas para todo.

A Ti te escupieron, te insultaron, te azotaron, te clavaron en un madero, y siendo Dios, perdonabas humilde, callabas y aún te ofrecías... ¡Qué podrá decir yo de tu Pasión!.. Más vale que nada diga y que allá adentro de mi corazón medite en esas cosas que el hombre no puede llegar jamás a comprender.

Conténteme con amar profundamente, apasionadamente el misterio de tu Pasión, y aprenda a sufrir de la manera que Tú lo hiciste. Ya sé que eso es el imposible de los imposibles, pero mira Señor Jesús mi intención.

¡Qué dulce es la Cruz de Jesús! ¡Qué dulce es sufrir perdonando!

¡Qué dulce es sufrir abandonado de los hombres estando abrazado a la Cruz de Cristo! ¡Qué dulce es llorar un poquito nuestras penas y unirlas a la Pasión de Jesús! ¡Qué bueno es Dios, que así me prueba, y desde su Cruz santa, me enseña! Me enseña sus llagas manando sangre inocente; me enseña un semblante del que en medio de la agonía y del dolor, no salen quejas, sino palabras de amor y de perdón.

¡Cómo no volverme loco!... Me enseña su Corazón abierto a los hombres, y despreciado... ¡Dónde se ha visto ni quién ha soñado dolor semejante!

¡Qué bien se vive en el Corazón de Cristo! ¿Quién se puede quejar de padecer?

Sólo el insensato que no adore la Pasión de Cristo, la Cruz de Cristo, el Corazón de Cristo, puede desesperarse en sus propios dolores.

Pero el que de veras ame, y sienta lo que es unirse a Jesús en la Cruz, ese bien puede decir que es sabroso el padecer, que es dulce como miel el dolor, que es un enorme consuelo el padecer soledad tedio y tristeza por parte de los hombres.

¡Qué bien se vive, junto a la Cruz de Cristo!

Cristo Jesús, enséñame a padecer... Enséñame la ciencia que consiste en amar el menosprecio, la injuria, la abyección... Enséñame a padecer con esa alegría humilde y sin gritos de los santos... Enséñame a ser manso con los que no me quieren, o me desprecian... Enséñame esa ciencia que Tú desde la cumbre del Calvario muestras al mundo entero.

Mas ya sé..., una voz interior muy suave me lo explica todo..., algo que siento en mí que viene de Ti y que no sé explicar, me descifra tanto misterio que el hombre no puede entender... Yo, Señor, a mi modo, lo entiendo..., es el amor..., en eso está todo... Ya lo veo, Señor..., no necesito más, no necesito más... es el amor, ¿quién podrá explicar el amor de Cristo?... Callen los hombres, callen las criaturas... Callemos a todo, para que en el silencio oigamos los susurros del Amor, del Amor humilde, del Amor paciente, del Amor inmenso, infinito que nos ofrece Jesús con sus brazos abiertos desde la Cruz.

El mundo loco, no escucha... Loco e insensato vuela embriagado en su propio ruido..., no oye a Jesús, que sufre y ama desde la Cruz.

Pero Jesús necesita almas que en silencio le escuchen.

Jesús necesita corazones que olvidándose de sí mismos y lejos del mundo. adoren y amen con frenesí y con locura su Corazón dolorido y desgarrado por tanto olvido. Jesús mío, dulce dueño de mis amores, toma el mío.

A los pies de tu Cruz lo pongo... Está junto al de María. Jesús mío, tómalo..., enséñale tus heridas... Enséñale tus dolores y tus amarguras. Enséñale tus tesoros para que aprenda a despreciar el mundo y todo lo que no seas Tú... Enséñale el amor... Ponle junto a tu Corazón para que de una vez se embriague en tus delicias, y se empape en tu purísima divinidad.

Virgen María..., estoy loco, no sé lo que pido, no se lo que digo... Mi alma desbarra... No sé lo que siento; mis palabras son torpes y mal arregladas, pero tú, Virgen María, Madre mía, que ves los anhelos de todos tus hijos, sabrás comprender.

Ya sé que es mucho lo que pido, pues lo pido todo.

Yo en cambio, Señora, todo lo he dado y si aún me queda algo, tómalo también, Señora, y dáselo a Jesús. Ya sé que aunque diera mil vidas que tuviera, no sería digno de recibir ni siquiera un pensamiento bueno de Dios, pero es mi modo de hablar... Ya sé que lo he dado todo y... es nada. No alego, pues, lo que el mundo cree méritos, para pedir a Jesús un poquillo de amor. Él lo da a quien y cuando le place. Y ya que los sacrificios y renuncias que he hecho por Jesús no son bastante..., te ofrezco, Señora, algo que no puedes desechar, algo por medio de lo cual tienes que oírme, algo que hace abrirse los cielos y que el mismo Padre mira complacido... Es, Señora, la Pasión de Cristo, tu Hijo... Es la Sangre de Cristo; es la Cruz donde murió el Hijo de Dios.

Señora, Virgen María..., ¿ves?, con la Cruz lo puedo todo.

No me olvides Madre mía..., y perdona las chifladuras de este pobre oblato trapense, que quisiera volverse chiflado de veras, de tanto amarte a ti, Virgen Madre, y de tanto amar su obsesión..., que es la Cruz de Jesús su divino modelo. Así sea.

jueves, 8 de julio de 2010

Benedicto XVI: la teología es amor por Dios

San EUGENIO III, Papa 8 de julio

San Antonio lo señala como a "uno de los Pontífices más grandes y que más sufrieron". Nació en Montemagno, entre Pisa y Lucca. Después de ocupar un cargo en la curia episcopal de Pisa, ingresó en 1135 al monasterio cisterciense de Claraval. Tomó el nombre de Bernardo, y San Bernardo fue su superior en aquel monasterio. Cuando el Papa Inocencio II pidió que algunos cisterciences fuesen a Roma, San Bernardo envió a su homónimo como jefe de la expedición. Los cistercienses se establecieron en el convento de San Anastasio (Tre Fontane).

A la muerte del Papa Lucio II, en 1145, los cardenales eligieron para sucederle a Bernardo, el abad de San Anastasio. El nuevo Pontífice tomó el nombre de Eugenio y fue consagrado en la abadía de Farfa. En enero de 1147, aceptó con gusto la invitación que le hizo Luis VII de que fuese a predicar la cruzada en Francia. En la segunda cruzada no tuvieron buenos resultados. El Papa permaneció en Francia hasta que el clamor popular por el fracaso de la cruzada le hizo imposible permanecer más tiempo en ese lugar. Durante su estancia en aquel país, presidió los sínodos de París, Tréveris y Reims, que se ocuparon principalmente de promover la vida cristiana; también hizo cuanto pudo por reorganizar las escuelas de filosofía y teología. En mayo de 1148 el Pontífice volvió a Italia y excomulgó a Arnoldo de Brescia (quien en sus peores momentos presagiaba a los demagogos doctrinarios de épocas posteriores). San Bernardo dedicó al Sumo Pontífice su tratado ascético "De Consideratione", donde afirmaba que el Papa tenía como principal deber atender a las cosas espirituales y que no debía dejarse distraer demasiado por asuntos que corresponden a otros.

Eugenio III partió de Roma en el verano de 1150 y permaneció dos años y medio en la Campania, procurando obtener el apoyo del emperador Conrado III y de su sucesor, Federico Barbarroja.

El santo murió en Roma el 8 de julio de 1153. Su culto fue aprobado en 1872.

martes, 6 de julio de 2010

Santa Maria Goretti. Virgen y martir 6 de julio

María nació el 16 de octubre de 1890, en Corinaldo, provincia de Ancona, Italia. Hija de Luigi Goretti y Assunta Carlini, tercera de siete hijos de una familia pobre de bienes terrenales pero rica en fe y virtudes, cultivadas por medio de la oración en común, rosario todos los días y los domingos Misa y sagrada Comunión. Al día siguiente de su nacimiento fue bautizada y consagrada a la Virgen. A los seis años recibirá el sacramento de la Confirmación.

Después del nacimiento de su cuarto hijo, Luigi Goretti, por la dura crisis económica por la que atravesaba, decidió emigrar con su familia a las grandes llanuras de los campos romanos, todavía insalubres en aquella época.

Se instaló en Ferriere di Conca, poniéndose al servicio del conde Mazzoleni, es aquí donde María muestra claramente una inteligencia y una madurez precoces, donde no existía ninguna pizca de capricho, ni de desobediencia, ni de mentira. Es realmente el ángel de la familia.

Tras un año de trabajo agotador, Luigi contrajo una enfermedad fulminante, el paludismo, que lo llevó a la muerte después de padecer diez días. Como consecuencia de la muerte de Luigi, Assunta tuvo que trabajar dejando la casa a cargo de los hermanos mayores. María lloraba a menudo la muerte de su padre, y aprovecha cualquier ocasión para arrodillarse delante de su tumba, para elevar a Dios sus plegarias para que su padre goce de la gloria divina.

Junto a la labor de cuidar de sus hermanos menores, María seguía rezando y asistiendo a sus cursos de catecismo. Posteriormente, su madre contará que el rosario le resultaba necesario y, de hecho, lo llevaba siempre enrollado alrededor de la muñeca. Así como la contemplación del crucifijo, que fue para María una fuente donde se nutría de un intenso amor a Dios y de un profundo horror por el pecado.

Amor intenso al Señor

María desde muy chica anhelaba recibir la Sagrada Eucaristía. Según era costumbre en la época, debía esperar hasta los once años, pero un día le preguntó a su madre: -Mamá, ¿cuándo tomaré la Comunión?. Quiero a Jesús. -¿Cómo vas a tomarla, si no te sabes el catecismo? Además, no sabes leer, no tenemos dinero para comprarte el vestido, los zapatos y el velo, y no tenemos ni un momento libre. -¡Pues nunca podré tomar la Comunión, mamá! ¡Y yo no puedo estar sin Jesús! -Y, ¿qué quieres que haga? No puedo dejar que vayas a comulgar como una pequeña ignorante.

Ante estas condiciones, María se comenzó a preparar con la ayuda de una persona del lugar, y todo el pueblo la ayuda proporcionándole ropa de comunión. De esta manera, recibió la Eucaristía el 29 de mayo de 1902.

La comunión constante acrecienta en ella el amor por la pureza y la anima a tomar la resolución de conservar esa angélica virtud a toda costa. Un día, tras haber oído un intercambio de frases deshonestas entre un muchacho y una de sus compañeras, le dice con indignación a su madre: -Mamá, iqué mal habla esa niña! -Procura no tomar parte nunca en esas conversaciones. -No quiero ni pensarlo, mamá; antes que hacerlo, preferiría...Y la palabra morir queda entre sus labios. Un mes después, sucedería lo que ella sentenció.

Pureza eterna

Al entrar al servicio del conde Mazzoleni, Luigi Goretti se había asociado con Giovanni Serenelli y su hijo Alessandro. Las dos familias viven en apartamentos separados, pero la cocina es común. Luigi se arrepintió enseguida de aquella unión con Giovanni Serenelli, persona muy diferente de los suyos, bebedor y carente de discreción en sus palabras.

Después de la muerte de Luigi, Assunta y sus hijos habían caído bajo el yugo despótico de los Serenelli, María, que ha comprendido la situación, se esfuerza por apoyar a su madre: -Ánimo, mamá, no tengas miedo, que ya nos hacemos mayores. Basta con que el Señor nos conceda salud. La Providencia nos ayudará. ¡Lucharemos y seguiremos luchando!

Desde la muerte de su marido, Assunta siempre estuvó en el campo y ni siquiera tiene tiempo de ocuparse de la casa, ni de la instrucción religiosa de los más pequeños.

María se encarga de todo, en la medida de lo posible. Durante las comidas, no se sienta a la mesa hasta que no ha servido a todos, y para ella sirve las sobras. Su obsequiosidad se extiende igualmente a los Serenelli. Por su parte, Giovanni, cuya esposa había fallecido en el hospital psiquiátrico de Ancona, no se preocupa para nada de su hijo Alessandro, joven robusto de diecinueve años, grosero y vicioso, al que le gusta empapelar su habitación con imágenes obscenas y leer libros indecentes. En su lecho de muerte, Luigi Goretti había presentido el peligro que la compañía de los Serenelli representaba para sus hijos, y había repetido sin cesar a su esposa: -Assunta, regresa a Corinaldo! Por desgracia Assunta está endeudada y comprometida por un contrato de arrendamiento.

Después de tener mayor contacto con la familia Goretti, Alessandro comenzó a hacer proposiciones deshonestas a la inocente María, que en un principio no comprende.

Más tarde, al adivinar las intenciones perversas del muchacho, la joven está sobre aviso y rechaza la adulación y las amenazas. Suplica a su madre que no la deje sola en casa, pero no se atreve a explicarle claramente las causas de su pánico, pues Alessandro la ha amenazado: -Si le cuentas algo a tu madre, te mato. Su único recurso es la oración. La víspera de su muerte, María pide de nuevo llorando a su madre que no la deje sola, pero, al no recibir más explicaciones, ésta lo considera un capricho y no concede ninguna importancia a aquella reiterada súplica.

El 5 de julio, a unos cuarenta metros de la casa, están trillando las habas en la tierra. Alessandro lleva un carro arrastrado por bueyes. Lo hace girar una y otra vez sobre las habas extendidas en el suelo. Hacia las tres de la tarde, en el momento en que María se encuentra sola en casa, Alessandro dice:

-"Assunta, ¿quiere hacer el favor de llevar un momento los bueyes por mí?" Sin sospechar nada, la mujer lo hace. María, sentada en el umbral de la cocina, remienda una camisa que Alessandro le ha entregado después de comer, mientras vigila a su hermanita Teresina, que duerme a su lado.

-"¡María!, grita Alessandro. -¿Qué quieres? -Quiero que me sigas. -¿Para qué? -¡sígueme!

-Si no me dices lo que quieres, no te sigo".

Ante semejante resistencia, el muchacho la agarra violentamente del brazo y la arrastra hasta la cocina, atrancando la puerta. La niña grita, pero el ruido no llega hasta el exterior. Al no conseguir que la víctima se someta, Alessandro la amordaza y esgrime un puñal. María se pone a temblar pero no sucumbe. Furioso, el joven intenta con violencia arrancarle la ropa, pero María se deshace de la mordaza y grita:

-No hagas eso, que es pecado... Irás al infierno.

Poco cuidadoso del juicio de Dios, el desgraciado levanta el arma:

-Si no te dejas, te mato.

Ante aquella resistencia, la atraviesa a cuchilladas. La niña se pone a gritar:

-¡Dios mío! ¡Mamá!, y cae al suelo.

Creyéndola muerta, el asesino tira el cuchillo y abre la puerta para huir, pero, al oírla gemir de nuevo, vuelve sobre sus pasos, recoge el arma y la traspasa otra vez de parte a parte; después, sube a encerrarse a su habitación.

María recibió catorce heridas graves y quedó inconsciente. Al recobrar el conocimiento, llama al señor Serenelli: -¡Giovanni! Alessandro me ha matado... Venga. Casi al mismo tiempo, despertada por el ruido, Teresina lanza un grito estridente, que su madre oye. Asustada, le dice a su hijo Mariano: -Corre a buscar a María; dile que Teresina la llama.

En aquel momento, Giovanni Serenelli sube las escaleras y, al ver el horrible espectáculo que se presenta ante sus ojos, exclama: -¡Assunta, y tú también, Mario, venid! . Mario Cimarelli, un jornalero de la granja, trepa por la escalera a toda prisa. La madre llega también: -¡Mamá!, gime María. -¡Es Alessandro, que quería hacerme daño! Llaman al médico ya los guardias, que llegan a tiempo para impedir que los vecinos, muy excitados, den muerte a Alessandro en el acto.

Sufrimiento redentor

Al llegar al hospital, los médicos se sorprendieron de que la niña todavía no haya sucumbido a sus heridas, pues ha sido alcanzado el pericardio, el corazón, el pulmón izquierdo, el diafragma y el intestino. Al diagnosticar que no tiene cura, llamaron al capellán. María se confiesa con toda claridad. Luego, durante dos horas, los médicos la cuidaron sin dormirla.

María no se lamenta, y no deja de rezar y de ofrecer sus sufrimientos a la santísima Virgen, Madre de los Dolores. Su madre consiguió que le permitan permanecer a la cabecera de la cama. María aún tiene fuerzas para consolarla: -Mamá, querida mamá, ahora estoy bien... ¿Cómo están mis hermanos y hermanas?

En un momento, María le dice a su mamá: -Mamá, dame una gota de agua. -Mi pobre María, el médico no quiere, porque sería peor para ti. Extrañada, María sigue diciendo:

-¿Cómo es posible que no pueda beber ni una gota de agua? Luego, dirige la mirada sobre Jesús crucificado, que también había dicho ¡Tengo sed!, y entendió.

El sacerdote también está a su lado, asistiéndola paternalmente. En el momento de darle la Sagrada Comunión, le preguntó: -María, ¿perdonas de todo corazón a tu asesino? Ella le respondió: -Sí, lo perdono por el amor de Jesús, y quiero que él también venga conmigo al paraíso. Quiero que esté a mi lado... Que Dios lo perdone, porque yo ya lo he perdonado.

Pasando por momentos análogos por los que pasó el Señor Jesús en la Cruz, María recibió la Eucaristía y la Extremaunción, serena, tranquila, humilde en el heroísmo de su victoria.
Después de breves momentos, se le escucha decir: "Papá". Finalmente, María entra en la gloria inmensa de la Comunión con Dios Amor. Es el día 6 de julio de 1902, a las tres de la tarde.

La conversión de Alessandro

En el juicio, Alessandro, aconsejado por su abogado, confesó: -"Me gustaba. La provoqué dos veces al mal, pero no pude conseguir nada. Despechado, preparé el puñal que debía utilizar". Por ello, fue condenado a 30 años de trabajos forzados. Aparentaba no sentir ningún remordimiento del crimen tanto así que a veces se le escuchaba gritar:

-"¡Anímate, Serenelli, dentro de veintinueve años y seis meses serás un burgués!". Sin embargo, unos años más tarde, Mons. Blandini, Obispo de la diócesis donde está la prisión, decide visitar al asesino para encaminarlo al arrepentimiento. -"Está perdiendo el tiempo, monseñor -afirma el carcelero-, ¡es un duro!"

Alessandro recibió al obispo refunfuñando, pero ante el recuerdo de María, de su heroico perdón, de la bondad y de la misericordia infinitas de Dios, se deja alcanzar por la gracia. Después de salir el Prelado, llora en la soledad de la celda, ante la estupefacción de los carceleros.

Después de tener un sueño donde se le apareció María, vestida de blanco en los jardines del paraíso, Alessandro, muy cuestionado, escribió a Mons. Blandino: "Lamento sobre todo el crimen que cometí porque soy consciente de haberle quitado la vida a una pobre niña inocente que, hasta el último momento, quiso salvar su honor, sacrificándose antes que ceder a mi criminal voluntad. Pido perdón a Dios públicamente, ya la pobre familia, por el enorme crimen que cometí. Confío obtener también yo el perdón, como tantos otros en la tierra". Su sincero arrepentimiento y su buena conducta en el penal le devuelven la libertad cuatro años antes de la expiración de la pena. Después, ocupará el puesto de hortelano en un convento de capuchinos, mostrando una conducta ejemplar, y será admitido en la orden tercera de san Francisco.

Gracias a su buena disposición, Alessandro fue llamado como testigo en el proceso de beatificación de María. Resultó algo muy delicado y penoso para él, pero confesó: "Debo reparación, y debo hacer todo lo que esté en mi mano para su glorificación. Toda la culpa es mía. Me dejé llevar por la brutal pasión. Ella es una santa, una verdadera mártir. Es una de las primeras en el paraíso, después de lo que tuvo que sufrir por mi causa".

En la Navidad de 1937, Alessandro se dirigió a Corinaldo, lugar donde Assunta Goretti se había retirado con sus hijos. Lo hace simplemente para hacer reparación y pedir perdón a la madre de su víctima. Nada más llegar ante ella, le pregunta llorando. -"Assunta, ¿puede perdonarme? -Si María te perdonó -balbucea-, ¿cómo no voy a perdonarte yo?" El mismo día de Navidad, los habitantes de Corinaldo se ven sorprendidos y emocionados al ver aproximarse a la mesa de la Eucaristía, uno junto a otro, a Alessandro y Assunta.

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