Amigos que pasan y dejan su huella aqui. Gracias por estar .Paz a tu corazon

Recuerda amigo cuando entras a la Casa de Dios pisas Tierra Sagrada.

La Casa de Dios es el lugar más Santo de todo el universo. Cada vez que entres ,recuerda que allí ,vive Jesús en el Sagrario y te espera con AMOR.

Vístete decorosamente, apaga tu celular y ten fe que todo lo que pidas, si eres respetuoso , piadoso en tus actitudes y posturas en el Templo, sera recibido por el Señor con agrado .

Y tu alma ya no será la misma.

Haz silencio. Busca cerrar tus ojos y quédate quieto. Dios esta en su Casa. El Amor puede hablarte íntimamente .

Mi deseo es que Dios se manifieste en ti.


Cristo Resucito, DIOS VIVE ENTRE NOSOTROS

jueves, 26 de noviembre de 2009

EL DESEO DE LA PERFECCIÓN

El deseo de la perfección debe ser constante, pues sin ello no se suman nuestros esfuerzos. En nuestra vida habrá paréntesis, vacíos y, acaso, algo peor. Cuando un hombre que edifica una casa se detiene en su trabajo por falta de materiales o de valor para continuarla, tal vez piensa que cuando tenga valor o materiales no tendrá que hacer sino reanudar en el mismo punto su interrumpida construcción. Nada de eso. Pues durante este tiempo habrán intervenido los agentes físicos: la lluvia, el viento, la nieve, el hielo, el calor, el frío habrán ejercido su influencia. La casa se desmoronará piedra a piedra, acabará por caer y hasta sus mismas ruinas perecerán.

Pues así sucede en la vida espiritual, cuando un alma deja apagarse en su corazón ese deseo de perfección: piensa que ha de poder recuperar sus ímpetus; pero no, nada de eso, aquella alma desciende hacia el abismo.

Y es que acumula los obstáculos entre ella y Dios. Porque en el proceso de la perfección, «quien no avanza retrocede». Bien sé que un alma, a pesar de ésas interrupciones, puede recuperar su fervor y reparar sus períodos de imprudencia, pues Dios es misericordioso. Pero eso es misión de la misericordia; y en la vida espiritual hacen falta la sabiduría y la prudencia. Mirad, si no, las vírgenes prudentes y las vírgenes locas; también estas últimas amaban, pero su amor no fue lo bastante constante.

El alma que de verdad quiere encontrar a Jesús, iluminada por el Espíritu Santo, comprende que le importa mucho no perder el tiempo en vanas búsquedas. Los menores retrasos constituyen para ella una desgracia o un martirio. Nunca es demasiado pronto para hallar a Dios.
Robert de Langeac - La vida oculta en Dios

La gracia santificante




Ya casi está dicho lo fundamental sobre la gracia. Vamos, sin embargo, a analizar la semántica del concepto en castellano. Gracia se relaciona etimológicamente en castellano con estas cuatro palabras: gratis, agraciado, grato y agradecido.

La gracia es algo que Dios nos da "gratis". Gratis quiere decir, sin merecerlo, sin que nos lo de contra la entrega de un recibo o de una factura,. Gratis es lo que se da porque si.

Gracia se relaciona también con "agraciado". Cuando nosotros decimos "la agraciada señorita" aunque suene un poco cursi, estamos dando a entender que una determinada persona tiene una serie de cualidades que nos la hacen grata. El haber recibido la gracia de Dios nos convierte en agraciados, porque trasforma lo que somos. Y el ser agraciados nos hace "gratos" a Dios. Es decir, agradables a Dios. Las personas nos son a veces gratas y otras veces no. A un embajador se le puede declarar persona "non grata" con lo que se pone fin a su representación. Cuando el hombre recibe la gracia de Dios se convierte en grato ante Dios. Es agradable a Dios. Dicho de otra manera, Dios le ha hecho amigo suyo y agradable a si mismo.

Y, por fin, gracia tiene que ver etimológicamente también con "agradecido". Lo que se da gratis produce en quien lo recibe agradecimiento. La persona que ha recibido la gracia de Dios ha de mostrarse agradecido. Tal como dice el refrán castellano, "es de bien nacidos ser agradecidos". Lo que se da gratis, lo que se regala, pide respuesta.

Entonces ¿qué es la gracia santificante?. Es un regalo de Dios que nos transforma, haciéndonos agradables a El, es decir "santos", por eso se llama santificante , y que exige de nuestra parte una respuesta, una correspondencia al regalo.

¿Esa gracia qué cosa es? La gracia no es ninguna cosa, sino Dios mismo. No es que Dios nos regale algo sino que se nos da a Sí mismo. La gracia santificante es Dios mismo que se nos regala a nosotros, gratis, sin que hayamos hecho nada para merecerlo, sin que podamos reclamar tampoco ese regalo, y que nos trasforma en agradables a El.

martes, 24 de noviembre de 2009

Amar

A la tarde te examinarán en el amor; aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu condición. San Juan de la Cruz

A veces se dice "Dios castiga a los que ama". Pero no es verdad, porque para
quienes Dios ama, las pruebas no son castigos, sino gracias. Cura de Ars

Al verdadero amor no se le conoce por lo que exige, sino por lo que ofrece. Jacinto Benavente

Ama y vivirás. Lc 10, 27-28.

Al amor lo pintan ciego y con alas, ciego para no ver los obstáculos; con alas, para poder salvarlos. Richard Bach

Al contacto del amor, todo mundo se vuelve poeta. Platón

Al verdadero amor no se le conoce por lo que exige, sino por lo que ofrece. Jacinto Benavente

Algunos piensan que el dolor sólo se combate con la medicina. Sin embargo, hay dolores que se curan con el amor. Autor desconocido

Allí donde hay amor, hay vida. Mohandas Karamchand Gandhi

Ama a tu vecino, pero no derribes la cerca de separación. George Herbert

Ama a una nube, ama a una mujer, pero ama. Theophile Gautier

Ama al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Mt 22,37

Ama hasta que te duela, si te duele es la mejor señal. Beata Madre Teresa de Calcuta

Ama un sólo día y el mundo entero habrá cambiado. Robert Browning

Ama y haz lo que quieras; si te callas, calla por amor; si hablas, habla por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor; ten la raíz del amor en el fondo de tu corazón: de esta raíz solamente puede salir lo que es bueno. San Agustín de Hipona

Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Mt 5,44-45

Amad y haced lo que queréis, porque quien posee el amor todo lo posee. Santa Margarita Maria de Alacoque

Amad y poned en práctica la sencillez y la humildad. San Pío de Pieltrecina

Ámalo con todas tus fuerzas, piensa siempre en Él, deja que Él haga contigo y para ti todo lo que Él deseé, no ansíes nada mas. Santa Margarita Maria de Alacoque

Amamos siempre a los que nos admiran, pero no siempre a los que admiramos. François de La Rochefoucauld, Duque de Rochefoucauld

Amando a los demás descubriréis el sentido de la vida. Juan Pablo II

Amar a una criatura es tener necesidad de que esta criatura viva. Henri Barbusse

Amar al prójimo debe ser tan natural como vivir y respirar. Beata Madre Teresa de Calcuta

lunes, 23 de noviembre de 2009

Las gradas. Un misterio se revela alli.


Tú las has subido innumerables veces al ir a la iglesia. ¿Pero también has advertido lo que en esos momentos sucedía en ti? Pues efectivamente algo ocurre en nosotros cuando las subimos; sólo que ello es tan sutil y silencioso que llega a ser apenas perceptible.

Un misterio se revela allí. Uno de aquellos acontecimientos que proceden de lo profundo de la naturaleza humana, incomprensible, que no se puede descifrar con el entendimiento y sin embargo lo comprende todo aquél que no está embotado.

Cuando subimos las gradas asciende no sólo el pie sino todo nuestro ser. También subimos espiritualmente. Y si lo hacemos con cuidado, en este caso presentimos un elevarse hacia aquello superior donde todo se mantiene grande y perfecto: hacia el cielo, donde Dios habita.

No obstante, igualmente se agita el misterio: ¿está, pues, Dios "arriba"? Sin embargo, ¡para Él no hay ni arriba ni abajo! Nos acercamos a Dios únicamente cuando nos volvemos puros, sinceros, mejores. Pero, ¿qué tiene que ver el llegar a ser mejor con el subir corporal? ¿Qué tiene que ver el ser puro con el estar en lo alto? Aquí no se puede explicar más nada. Lo bajo es, simplemente, por esencia, imagen de lo insignificante, de lo malo; lo alto, imagen de lo noble, de lo bueno. Cada elevarse habla del ascenso de nuestro ser hacia el "Altísimo", hacia Dios…

Por eso las gradas conducen desde la calle hasta la iglesia. Ellas dicen: tú subes hacia la casa de oración, te acercas a Dios. Desde la nave de la iglesia otras gradas conducen hacia el coro. Ellas dicen: ahora tú penetras en el Santísimo. Y por último, otras gradas hacen subir al altar. Ellas le dicen, a quien la sube, lo que un día Dios le dijo a Moisés en el monte orbe: "quítate las sandalias de los pies, pues el lugar que estás pisando es sagrado" (Ex 3,5). El altar es umbral de la eternidad.

¡Qué grande es esto! ¿No es verdad que ahora subirás las gradas sabiendo lo que haces, sabiendo que ello te eleva? ¿Dejarás abajo todo lo ordinario y subirás efectivamente "hacia lo alto"?

Pero aquí hay mucho para decir. Tiene que llegar a ser interiormente claro para ti, para que los "ascensos del Señor" se produzcan en ti. Eso es todo.

de "Los Signos Sagrados"
Romano Guardini

El cáliz


Una vez, hace ya muchos años, he descubierto el cáliz. En verdad yo ya había visto muchos de ellos, pero lo he "descubierto" aquella vez en Beuron, cuando el amable sacerdote que administraba la sacristía me mostró sus tesoros.

El cáliz tenía un pie ancho, el cual se apoyaba sólidamente sobre la base; muy esbelto se elevaba el tronco. Algo se destacaba en el medio, rigurosamente configurado: el capitel. En lo alto del tronco, allí donde un anillo esbelto recogía sus nobles fuerzas como en un postrer esfuerzo, surgía por todos lados un follaje delicado, y en éste descansaba la envoltura.

¡Cuán vivamente he sentido en aquel entonces la forma! El tronco esbelto asciende desde un fundamento profundo. De él ha surgido la figura que no es para otra cosa que para contener y ofrecer.

Venerable instrumento que resguarda en su fondo resplandeciente las gotas misteriosas, en las cuales se manifiesta el misterio del amor divino.

Entonces el pensamiento avanzaba. Pero no era ningún pensar, sino un contemplar o sentir: ¿no está aquí el todo, condensado en forma pequeña, concentrado en el corazón del hombre, cuyo sentido completo se encuentra –según las palabras de San Agustín- en que él "es capaz de contener a Dios"?.

de "Los Signos Sagrados"
Romano Guardini

La Señal de la Cruz

Tú haces la Señal de la Cruz; hazla correctamente. No un signo precipitado, deformado, que nadie sabe lo que significa sino una Señal de la Cruz bien hecha, lenta amplia, desde la frente al pecho, desde un hombro al otro. ¿Sientes cómo te envuelve completamente?

Concéntrate debidamente. Concentra todos tus pensamientos y todo tu ánimo en este signo: cómo va desde la frente al pecho, de hombro a hombro. Entonces sientes que te transforma completamente.

¿Por qué? Es el signo del Todo –y es el signo de la salvación. En la Cruz ha redimido nuestro Señor a todos los hombres, a la historia, al mundo. Por medio de la Cruz Él santifica al hombre, totalmente hasta la más íntima fibra de su ser. Por eso la hacemos antes de rezar, para que ella nos ordene y concentre, ponga pensamientos, corazón y voluntad en Dios. Después de la oración, para que permanezca en nosotros lo que Dios nos ha obsequiado. En la tentación, para que Él nos fortalezca. En el peligro, para que Él nos proteja. En la bendición, para que la plenitud de la vida de Dios penetre en el alma y en ella fecunde y consagre todo.

Piensa en esto cada vez que haces la Señal de la Cruz Es el signo sencillo, el signo de Cristo. Hazlo debidamente: lentamente, ampliamente, con esmero. Pues este signo envuelve todo tu ser, figura y alma, tus pensamientos y tu voluntad, sentido y ánimo, actividades, y en él todo esta fortalecido, delineado, consagrado en la fuerza de Cristo, en el nombre del Dios trinitario.

de "Los Signos Sagrados"
Romano Guardini

El lino.


Está extendido sobre el altar. Está colocado como "corporal", como paño corporal del Señor bajo el cáliz y la hostia. Cuando celebra el santo Sacrificio el sacerdote se reviste con él, con el "alba", "vestidura blanca". Cubre la mesa del Señor, en la que es presentado el pan divino.

Magnífico es el lino legítimo; puro, fino y consistente. Cuando está allí, extendido tan blanco y fresco, entonces pienso en un paseo invernal en el bosque. En una oportunidad fui hasta una ladera que estaba completamente cubierta por la nieve caída, inmaculada, entre abetos oscuros. No me atreví a pasar al otro lado con mis gruesos zapatos; lleno de respeto pasé a su alrededor… Así se encuentra extendido el lino para recibir lo santo.

Sobre el altar, donde es ofrecido el sacrificio divino, tiene que colocarse ante todo el lino. Ya se dijo cómo el altar –el lugar más sagrado en el santuario- se destacaba El altar externo es imagen de lo más íntimo en el hombre creyente, pero no una mera imagen. El altar visible evoca no sólo la disposición del corazón; la figura externa y la profundidad van juntas: son, de un modo misterioso, una sola cosa.

Por eso el lino nos habla tan intensamente. Sentimos que algo le responde en nuestro interior. Experimentamos una exigencia, un reproche, un anhelo. Sólo desde un corazón puro procede la ofrenda auténtica. El lino nos dice mucho sobre la pureza auténtica.

Fino y noble es el lino legítimo. Una naturaleza tosca no constituye de por sí nada puro. La pureza no tiene nada que ver con una conducta taciturna: su fuerza es fuerza de la delicadeza, su recato es noble… El lino genuino es consistente, no una telaraña vaporosa que se deshace ante cualquier soplo. Tampoco la verdadera pureza es una cosa enfermiza. No huye de la vida, sino que camina sin entusiasmarse por sueños falsos e ideales extravagantes. Tiene las mejillas rojas por la alegría de vivir y el puño firme por la lucha heroica… Y todavía algo más dice el lino al espíritu pensativo: aquél no era tan consistente y puro como lo es ahora aquí. En un principio era áspero y poco vistoso, tuvo que ser lavado muchas veces y blanqueado hasta que adquirió su frescura fragante. La pureza no existe desde los comienzos. Por cierto que ella es gracia. Hay hombres que la llevan en su alma como regalo, porque todo su ser tiene la vigorosa frescura de la más íntima castidad natural. Pero éstas son excepciones. Lo que generalmente se considera pureza es una cosa dudosa y significa solamente que todavía ninguna tormenta se ha desatado en ella. La verdadera pureza no se encuentra en el comienzo sino en el final.

En el Apocalipsis de San Juan se habla en una oportunidad de "una gran muchedumbre, suyo número nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, parada ante el trono y ante el Cordero y vestida con ropas blancas…". Alguien pregunta: "Estos, los que están vestidos con ropas blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?". La respuesta fue: "Estos son los que vienen de la gran tribulación y han lavado sus ropas y las han blanqueado en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios y le sirven día y noche" (7,9-15).

"Vísteme con una túnica blanca, Señor", reza el sacerdote cuando se pone el alba para celebrar el santo Sacrificio.

de "Los Signos Sagrados"
Romano Guardini

lunes, 16 de noviembre de 2009

Los doce grados de silencio


Marie Aimeé de Jesus,( OCD)


1- Hablar poco a las criaturas, y mucho a Dios.Éste es el primer pero imprescindible paso para descubrir que una de las formas más saludables del silencio. En nuestra escuela se enseñan los elementos para disponerse a alcanzar la unión divina. Aquí el alma entra profundo en el estudio de esta virtud según el espíritu de los evangelios, el espíritu de la regla que ella ha abrazado; en vista delos lugares consagrados a su práctica, a las personas y sobretodo, en vista dela lengua , sobre la cual descansa tan a menudo la Palabra, la elocución del padre,la Palabra Encarnada : Silencio al mundo, silencio en cuanto a noticias, silencio con las alma más justas: la voz de María llamada por el ángel.


2. Silencio en trabajo y en el movimiento.Silencio en la presencia, silencio de los ojos, de los oídos, de la lengua, silencio del ser exterior entero, preparando el alma para entrar en Dios. El alma, ya que en ella yacen los méritos por estos esfuerzos justos de oír la voz del Señor. ¿Como se ve recompensado este primer paso?Él la llama al desierto, y por lo tanto aquí en el segundo grado que ella se aparta de todos que podrían distraerla; ella se retira lejos de ruido; ella huye solamente hacia él que está solo. Allí para probar los primeros frutos de la unión divina, y celo de su DiosÉste es el silencio del recuerdo, o recuerdo en silencio.


3. El silencio de la imaginaciónEsta facultad es la primera que critica mordazmente en la puerta cerrada del jardín del Novio, con su almacenaje de emociones, de las impresiones vagas y tristeza. Pero en este punto retirado, el alma que desea dar a las pruebas queridas de su amor, ofrece esta energía que ella no pueda aniquilar, las bellezas del Cielo,los encantos de su Señor, las escenas del Calvario, las perfecciones de su Dios.Entonces permanecerá también en silencio; sentirá que es el siervo silencioso del amor divino.


4. Silencio del silencioDe la memoria en cuanto al pasado, falta de memoria, que esta facultad puede estar saturada con el recuerdo de las mercedes de dios. Ésta es la gratitud en silencio,el silencio de la gratitud


5. Silencio con las criaturas.Oh Miseria de de nuestra actual condición: El alma vigilante se sorprende a menudo que conversa interiormente con las criaturas, contestando en su nombre. Oh ¡Humillación de que ha hecho a santos gemir! Cuando ocurre esto, el alma debe retirarse suavemente en las profundidades de este lugar oculto, en donde la majestad inaccesible del Santo de santos descansa, y donde Jesús, su Consolador y su Dios, se descubrirán a ella, revelará a sus secretos, y hará que ella comience a experimentar la beatitud del futuro. Entonces él revelara sus secretos le dará una repugnancia amarga para todo aquello que no sea él sí mismo, y todas las cosas terrenales cesarán, poco a poco, a distraerla.


6. Silencio del corazón – (Sor. Marie Aimee de Jesús, OCD)Si la lengua está muda, si los sentidos están tranquilos, si la imaginación,la memoria, criaturas es silenciosa causando soledad, si no fuera, por lo menos conel alma interior de la novia, el corazón hará poco ruido.Silencio del afecto, de los antipatías silencio de nuestros vehementes deseos, silencio del celo indiscreto; silencio del fervor exagerado; ¡silencio incluso de nuestros suspiros!Silencio del amor que es emoción demasiado sensible; no de esa exaltación santa de la cual Dios es el autor, pero de el que se mezcla con la naturaleza. El silencio del amor es amor en silencio. Es silencio ante Dios que es Belleza, Bondad, Perfección. Silencio que no tiene nada forzado o filtrado. ¡Este silencio que no daña más la dulzura y el vigor del amor que el reconocimiento de las faltas o heridas en el silencio de la humildad, que el agitar de las alas de los ángeles, de las cuales el profeta habla, detrae de su obediencia, entorpece el silencio de los Serafines! Un corazón silencioso es un corazón virginal, una melodía para el corazón de Dios. La lámpara se consume sin ruido ante el Tabernáculo; el incienso monta silenciosamente incluso al trono del salvador; tan solo con el silencio del amor.Grados precedentes el silencio seguía siendo el plaint de la tierra, pero en ésteel alma, debido a su pureza, comienza a aprender la primera notadel cántico sagrado que es la canción del cielo.


7. SILENCIO DE LA NATURALEZA, del silencio del amor a si mismo en la vista de su corrupción, de su incapacidad. Silencio del alma satisfecha en su abyección. Silencio antes de la alabanza y de la estima.Silencio frente al desprecio, preferencias, murmullos. Éste es el silencio del dulzor y de la humildad. El silencio de la naturaleza en presencia de alegrías o de placeres. La flor revela sus pétalos en silencio, y su perfume elogia silenciosamente a creador. El alma interior debe hacer igual. Silencio de la naturaleza en dolor o la contradicción. Silencio en el ayuno, en vigilias, en debilidad, en frío, en calor. Silencio en salud, en enfermedad, en la privación de todas las cosas. Éste es el silencio elocuente de la pobreza y de la penitencia humana verdadera; es el silencio más amable de la muerte a todas las cosas creadas y humanas, es el silencio del uno mismo que pasa en la voluntad divina. El estremecimiento de la naturaleza no disturbará este silencio, porque está sobre la naturaleza.


8. El SILENCIO de la MENTE.De los pensamientos conformes inútiles aquí cesa, para esos apuros solo el silenciode la mente. El pensamiento en sí mismo no puede dejar de existir; la mente debe buscarsiempre verdad y le damos falsedad. La verdad esencial es Dios. ¡Dios que essuficiente a su inteligencia divina, pero no es suficiente para la mente humana pobre! En cuanto a la contemplación sostenida directa del Dios, esto no es posible en la actual enfermedad de nuestra carne, por lo menos fuera como regalo puro de su generosidad, pero el silencio en los ejercicios apropiados de la mente es ser contento con la luz obscura de la fe, silenciar el razonamiento sutil que debilitan la voluntad y se secan encima de amor; silencio en la intención, pureza, simplicidad, silencio en egoísta en la meditación; en la contemplación, silencio en unas operaciones, que sirven solamente al trasmallo el trabajo del Dios; silencio al orgullo que se habla en todos, por todas partes y siempre. Alguien desea lo bueno, lo hermoso, la sublimación, sabe del silencio de la simplicidad santa,del abandono total, de la honradez desnuda . Un espíritu que combate a tales enemigos escomo a esos ángeles que contemplan sin cesar la faz del dios. Es tal la inteligencia colocada en el silencio, que incluso ante estos argumentos el Señor, se eleva


9. El silencio del cualquier juicioDel juicio en cuanto a personas, silencio en cuanto a las cosas, no juzgando ni dejando que sus opiniones se sepan, a veces no uniforme teniendo una opinión, pero rindiendo en simplicidad si ni la caridad ni la prudencia opone. Éste es el silencio de la infancia bendecida y santa; es el silencio del perfecto; es el silencio de los Angeles y Arcángeles cuando ejecutan los designios de Dios.Es el silencio de la Palabra Encarnada.


10. Silencio de la voluntad De la voluntad en cuanto a se ordena qué; el silencio en cuanto a las obligaciones santasde la regla todavía está, así que hablar, solamente el silencio exterior de la obstinación. El Señor es algo más difícil y más profundo de enseñarnos; el silenciodel esclavo debajo de los soplos de su amo. Pero la esclavitud feliz, porque el amoes Dios. Éste es el silencio de la víctima en el altar, él es silencio del cordero inmaculado de su paño grueso y suave, él hace silencio en oscuridad, el silencio que se refrena de pedir la luz, por lo menos esa luz cuál es una fuente de la alegría. Es silencio en la angustia del corazón en medio de los dolores del alma;¡el silencio de aquel favorecido hasta ahora por Dios , que repelió la sensación misma de pronunciar a borbotones las palabras ¿Por que? ¿* * Cuánto tiempo? * Es el silencio de la crucifixión más bien que el silencio de los mártires. Es el silencio de la agonía de Jesús Sí, este silencio es el silencio divino, y nada es comparable a esta voz, nada resiste su rezo, nada es más digno de Dios que esta alabanza en dolor, este fíat bajo presión de este silencio en tribulación de la muerte.Mientras que este humilde gesto libera, un holocausto verdadero del amor, y aquello que aniquila y se destruye para la gloria del nombre de Dios, a los ojos del mundo él lo transforma en su voluntad divina. ¿Cómo entonces está deseando su perfección? ¿Cuál es requisito inmóvil para la unión? ¿Qué resta para alcanzar el trabajo de Cristo en esta alma? Dos cosas: el primero es,Un repaso por la vida pasado de uno mismo ; el segundo es una absorción viva enel querido beso divino que es la recompensa inefable.


11.Para no hablar, ni escuchar, ni quejarse, ni consolarse interiormente ¡En una palabra olvidarse completamente de uno mismo, volar para separarse de uno mismo, solo descansar del todo en Dios! Este silencio más difícil es sin embargo, esencial para la unión con Dios, el grado de perfección posible a una criatura frágil, de quien, por tolerancia, alcanza a menudo hasta el momento pero no más allá, no pudiendo comprender y aún de menos, practicarlo. Es el silencio de la nada


12. Silencio con Dios¡En el principio, Dios dice al alma “Háblame” Aquí le dice: No me hables más* Silencio con Dios; éste es adherir a Dios ahora, ante El, A su exposición, ofrecerse, Aniquilarse ante su presencia Para adorarlo, Amarlo,Oírlo y descansar en ElÉste es el silencio de la eternidad; es la unión del alma con Dios.colaboracion especial de Lorie Sorensen OCD, quien me faciilito el texto en Frances e hizo las correcciones pertinentes

jueves, 12 de noviembre de 2009

La amistad espiritual por Elredo de Rieval

¡Ay del solo, porque si cae no tiene otro que le levante!. Verdaderamente está solo quien no tiene un amigo. En cambio, qué dicha, qué seguridad, qué alegría si tienes a alguien a quien puedes hablar como a ti mismo, a quien puedes confesar sin temor las propias faltas, a quien puedes revelar sin rubor tus progresos en la virtud, a quien puedes confiar todos los secretos y comunicar los planes que abrigas en tu corazón ¿Puede haber cosa más agradable que unirse un alma con otra, de suerte que no formen más que una sola...?

el amigo, dice el sabio, es la medicina de la vida... Quien no se ama a sí mismo ¿Cómo podrá amar a otro?... Amándose así ame al prójimo...

Elevándonos, pues, de ese amor santo por el que abrazamos al amigo a este otro por el que nos lanzamos a Cristo, se saborea con gozo y a boca llena el fruto espiritual de la amistad.

Esperamos para más tarde la plenitud total, cuando desaparezca el temor que sentimos unos por otros... Esta amistad... se extenderá a todos y se anegará en Dios, cuando Dios sea todo en todos.


, (abad cisterciense inglés del siglo XII, amigo de S. Bernardo).
La Amistad espiritual
Ed. Monte Carmelo

miércoles, 11 de noviembre de 2009

IV. Rito de conclusión de la Santa Misa.Saludo y bendición. -Despedida y misión.

La inclusión es una forma poética, por la que el final vuelve al principio. No es rara en los salmos, por ejemplo, en el 102, que empieza y termina diciendo: «Bendice, alma mía, al Señor». También ocurre así en la misa.

Saludo y bendición

Al finalizar la misa, en efecto, se vuelve al saludo de su comienzo:

-«El sacerdote, extendiendo las manos, saluda al pueblo diciendo: El Señor esté con vosotros; a lo que el pueblo responde: Y con tu espíritu».

Y si la celebración se inició en el nombre de la santísima Trinidad y en el signo de la cruz, también en este Nombre y signo va a concluirse:

«En seguida el sacerdote añade: «la bendición de Dios todopoderoso -haciendo aquí la señal + de la bendición-, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros». Y todos responden «Amén».

El sacerdote aquí no pide que la bendición de Dios descienda «sobre nosotros», no. Lo que hace -si realiza la liturgia católica- es transmitir, con la eficacia y certeza de la liturgia, una bendición, que Cristo finalmente concede a su pueblo. De tal modo que, así como el Señor, al despedirse de sus discípulos en el momento de su ascensión, «alzó sus manos y los bendijo; y mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo» (Lc 24,50-51), así ahora, por medio del sacerdote que le representa, el Señor bendice al pueblo cristiano, que se ha congregado en la eucaristía para celebrar el memorial de «su pasión salvadora, y de su admirable resurrección y ascensión al cielo, mientras espera su venida gloriosa» (PE III).

Despedida y misión

La palabra misa, que procede de missio (misión, envío, despedida), ya desde el siglo IV viene siendo uno de los nombres de la eucaristía. En efecto, la celebración de la eucaristía termina con el envío de los cristianos al mundo. Y no se trata aquí tampoco de una simple exhortación, «vayamos en paz», apenas significativa, sino de algo más importante y eficaz. En efecto, así como Cristo envía a sus discípulos antes de ascender a los cielos -«id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Mc 16,15)-, ahora el mismo Cristo, al concluir la eucaristía, por medio del sacerdote que actúa en su nombre y le visibiliza, envía a todos los fieles, para que vuelvan a su vida ordinaria, y en ella anuncien siempre la Buena Noticia con palabras y más aún con obras.

-«Podéis ir en paz».

-«Demos gracias a Dios».

Entonces el sacerdote, según costumbre, venera el altar [como al principio de la misa] con un beso y, hecha la debida reverencia, se retira» (OGMR 124-125).

La misa ha terminado.

Los santos y la comunión eucarística

Sólo los santos conocen y viven plenamente la vida cristiana. Y, concretamente, sólo los santos veneran como se debe el gran sacramento de la eucaristía. Por eso en esto, como en todo, nosotros hemos de tomarles como maestros. Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, según declaran en el proceso de canonización sus compañeros, «omni die celebrabat missam cum lacrymis» (n.49), sobre todo a la hora de comulgar (n.15). Y también San Ignacio de Loyola lloraba con frecuencia en la misa (Diario espiritual 14). Nosotros, hombres de poca fe, no lloramos, pues apenas sabemos lo que hacemos cuando asistimos a la misa. Son los santos, realmente, los que entienden, en fe y amor, qué es lo que en la misa están haciendo, o mejor, qué está haciendo en ella la Trinidad santísima. Por eso han de ser ellos los que nos enseñen a celebrar el sacrificio eucarístico y a recibir en la comunión el cuerpo y la sangre de Cristo.

San Francisco de Asís, siendo diácono, pocos años antes de morir, escribe una Carta a los clérigos, en la que confiesa conmovedoramente toda la grandeza del ministerio eucarístico que desempeñan. Y en su Carta a toda la Orden reitera las mismas exhortaciones: «Así, pues, besándoos los pies y con la caridad que puedo, os suplico a todos vosotros, hermanos, que tributéis toda reverencia y todo el honor, en fin, cuanto os sea posible, al santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, en quien todas las cosas que hay en cielos y tierra han sido pacificadas y reconciliadas con el Dios omnipotente [+Col 1,20]» (12-13). Él, personalmente, «ardía de amor en sus entrañas hacia el sacramento del cuerpo del Señor, sintiéndose oprimido y anonadado por el estupor al considerar tan estimable dignación y tan ardentísima caridad. Reputaba un grave desprecio no oír, por lo menos cada día, a ser posible, una misa. Comulgaba muchísimas veces, y con tanta devoción, que infundía fervor a los presentes. Sintiendo especial reverencia por el Sacramento, digno de todo respeto, ofrecía el sacrificio de todos sus miembros, y al recibir al Cordero sin mancha, inmolaba el espíritu con aquel sagrado fuego que ardía siempre en el altar de su corazón» (II Celano 201).

Es un dato cierto que los santos, muchas veces, han recibido precisamente en la comunión eucarística gracias especialísimas, decisivas en su vida.

Recordemos, por ejemplo, a Santa Teresa de Jesús. Ella, cuando no era costumbre, «cada día comulgaba, para lo cual la veía [esta testigo] prepararse con singular cuidado, y después de haber comulgado estar largos ratos muy recogida en oración, y muchas veces suspendida y elevada en Dios» (Ana de los Angeles: Bibl. Míst. Carm. 9,563).

Las más altas gracias de su vida, y concretamente el matrimonio espiritual, fueron recibidas por Santa Teresa en la eucaristía. Ella misma afirma que fue en una comunión cuando llegó a ser con Cristo, en el matrimonio, «una sola carne»: «Un día, acabando de comulgar, me pareció verdaderamente que mi alma se hacía una cosa con aquel cuerpo sacratísimo del Señor» (Cuenta conciencia 39; +VII Moradas 2,1). Y Teresa encuentra a Jesús en la comunión resucitado, glorioso, lleno de inmensa majestad: «No hombre muerto, sino Cristo vivo, y da a entender que es hombre y Dios, no como estaba en el sepulcro, sino como salió de él después de resucitado. Y viene a veces con tran grande majestad que no hay quien pueda dudar sino que es el mismo Señor, en especial en acabando de comulgar, que ya sabemos que está allí, que nos lo dice la fe. Represéntase tan Señor de aquella posada que parece, toda deshecha el alma, se ve consumir en Cristo» (Vida 28,8).

Otros santos ha habido que vivían alimentándose sólamente con el Pan eucarístico, es decir, con el cuerpo de Cristo. En esos casos milagrosos ha querido Dios manifestarnos, en una forma extrema, hasta qué punto tiene Cristo capacidad en la eucaristía de «darnos vida y vida sobreabundante» (Jn 10,10).

III. Liturgia del SacrificioA. Preparación de los dones. -B. Plegaria eucarística. -C. Rito de la comunión.


A. Preparación de los dones

-El pan y el vino -Oraciones de presentación -Súplicas -Lavabo -Oración sobre las ofrendas.

El pan y el vino

La acción litúrgica queda centrada desde ahora en el altar, al que se acerca el sacerdote. A él se llevan, en forma simple o procesional, el pan y el vino, y quizá también otros dones. En el pan y el vino, que se han de convertir en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, va actualizarse a un tiempo la Cena última y la Cruz del Calvario.

«Es conveniente que la participación de los fieles se manifieste en la presentación del pan y del vino para la celebración de la eucaristía, o de dones con los que se ayude a las necesidades de la Iglesia o de los pobres» (OGMR 101). Es éste, pues, el momento más propio, y más tradicional, para realizar la colecta entre los fieles.

Oraciones de presentación

El sacerdote toma primero la patena con el pan, «y con ambas manos la eleva un poco sobre el altar, mientras dice la fórmula correspondiente»; y lo mismo hace con el vino (OGMR 102). Las dos oraciones que el sacerdote pronuncia, en alta voz o en secreto, casi idénticas, son muy semejantes a las que empleaba Jesús en sus plegarias de bendición, siguiendo la tradición judía (berekáh; +Lc 10,21; Jn 11,41). Primero sobre el pan, y después sobre el vino, como lo hizo Cristo, el sacerdote dice:

-«Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan [vino], fruto de la tierra [vid] y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; él será para nosotros pan de vida [bebida de salvación]».

-«Bendito seas por siempre, Señor» (+Rm 9,5; 2Cor 11,31).

Súplicas del sacerdote y del pueblo

Después de presentar el pan y el vino, el sacerdote se inclina ante el altar orando en secreto:

-«Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro».

Ahora puede realizarse la incensación de las ofrendas, del altar, del celebrante y de todo el pueblo. En seguida, el sacerdote lava sus manos, procurando así su «purificación interior» (OGMR 52), y vuelto al centro del altar solicita la súplica de todos:

-«Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios, Padre todopoderoso».

-«El Señor reciba de tus manos este sacrificio para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia» (OGMR 107).

Las oraciones de los fieles, uniéndose a la de Cristo, se elevan aquí a Dios como el incienso (+Sal 140,2; Ap 5,8; 8,3-4). Y el pueblo asistente, uniéndose a Cristo víctima, se dispone a ofrecerse a Dios «en oblación y sacrificio de suave perfume» (+Ef 5,2).

Oración sobre las ofrendas

El rito de preparación al sacrificio concluye con una oración sacerdotal sobre las ofrendas. Es una de las tres oraciones propias de la misa que se celebra. La oración sobre las ofrendas suele ser muy hermosa, y expresa muchas veces la naturaleza mistérica de lo que se está celebrando. Valga un ejemplo:

«Acepta, Señor, estas ofrendas en las que vas a realizar con nosotros un admirable intercambio, pues al ofrecerte los dones que tú mismo nos diste, esperamos merecerte a ti mismo como premio. Por Jesucristo nuestro Señor» (29 dicm.).

Lecturas en el ambon. Significa liturgia de la misa

Lecturas en el ambón

El Vaticano II afirma que «la Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la palabra de Dios y del cuerpo de Cristo» (DV 21). En efecto, al Libro sagrado se presta en el ambón -como al símbolo de la presencia de Cristo Maestro- los mismos signos de veneración que se atribuyen al cuerpo de Cristo en el altar. Así, en las celebraciones solemnes, si el altar se besa, se inciensa y se adorna con luces, en honor de Cristo, Pan de vida, también el leccionario en el ambón se besa, se inciensa y se rodea de luces, honrando a Cristo, Palabra de vida. La Iglesia confiesa así con expresivos signos que ahí está Cristo, y que es Él mismo quien, a través del sacerdote o de los lectores, «nos habla desde el cielo» (Heb 12,25).

((Un ambón pequeño, feo, portátil, que se retira quizá tras la celebración, no es, como ya hemos visto, el signo que la Iglesia quiere para expresar el lugar de la Palabra divina en la misa. Tampoco parece apropiado confiar las lecturas litúrgicas de la Palabra a niños o a personas que leen con dificultad. Si en algún caso puede ser esto conveniente, normalmente no es lo adecuado para simbolizar la presencia de Cristo que habla a su pueblo. La tradición de la Iglesia, hasta hoy, entiende el oficio de lector como «un auténtico ministerio litúrgico» (SC 29a; +Código 230; 231,1).))

Podemos recordar aquí aquella escena narrada en el libro de Nehemías, en la que se hace en Jerusalén, a la vuelta del exilio (538 a.C.), una solemne lectura del libro de la Ley. Sobre un estrado de madera, «Esdras abrió el Libro, viéndolo todos, y todo el pueblo estaba atento... Leía el libro de la Ley de Dios clara y distintamente, entendiendo el pueblo lo que se le leía» (Neh 8,3-8).

Otra anécdota significativa. San Cipriano, obispo de Cartago, en el siglo III, reflejaba bien la veneración de la Iglesia antigua hacia el oficio de lector cuando instituye en tal ministerio a Aurelio, un mártir que ha sobrevivido a la prueba. En efecto, según comunica a sus fieles, le confiere «el oficio de lector, ya que nada cuadra mejor a la voz que ha hecho tan gloriosa confesión de Dios que resonar en la lectura pública de la divina Escritura; después de las sublimes palabras que se pronunciaron para dar testimonio de Cristo, es propio leer el Evangelio de Cristo por el que se hacen los mártires, y subir al ambón después del potro; en éste quedó expuesto a la vista de la muchedumbre de paganos; aquí debe estarlo a la vista de los hermanos» (Carta 38).

El leccionario

Desde el comienzo de la Iglesia, se acostumbró leer las Sagradas Escrituras en la primera parte de la celebración de la eucaristía. Al principio, los libros del Antiguo Testamento. Y en seguida, también los libros del Nuevo, a medida que éstos se iban escribiendo (+1Tes 5,27; Col 4,16).

Al paso de los siglos, se fueron formando leccionarios para ser usados en la eucaristía. El leccionario actual, formado según las instrucciones del Vaticano II (SC 51), es el más completo que la Iglesia ha tenido, pues, distribuido en tres ciclos de lecturas, incluye casi un 90 por ciento de la Biblia, y respeta normalmente el uso tradicional de ciertos libros en determinados momentos del año litúrgico. De este modo, la lectura continua de la Escritura, según el leccionario del misal -y según también el leccionario del Oficio de Lectura-, nos permite leer la Palabra divina en el marco de la liturgia, es decir, en ese hoy eficacísimo que va actualizando los diversos misterios de la vida de Cristo.

Esta lectura de la Biblia, realizada en el marco sagrado de la Liturgia, nos permite escuchar los mensajes que el Señor envía cada día a su pueblo. Por eso, «el que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice [hoy] a las iglesias» (Ap 2,11). Así como cada día la luz del sol va amaneciendo e iluminando las diversas partes del mundo, así la palabra de Cristo, una misma, va iluminando a su Iglesia en todas las naciones. Es el pan de la palabra que ese día, concretamente, y en esa fase del año litúrgico, reparte el Señor a sus fieles. Innumerables cristianos, de tantas lenguas y naciones, están en ese día meditando y orando esas palabras de la sagrada Escritura que Cristo les ha dicho. También, pues, nosotros, como Jesús en Nazaret, podemos decir: «Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oir» (Lc 4,21).

Por otra parte, «en la presente ordenación de las lecturas, los textos del Antiguo Testamento están seleccionados principalmente por su congruencia con los del Nuevo Testamento, en especial del Evangelio, que se leen en la misma misa» (Orden de lecturas, 1981, 67). De este modo, la cuidadosa distribución de las lecturas bíblicas permite, al mismo tiempo, que los libros antiguos y los nuevos se iluminen entre sí, y que todas las lecturas estén sintonizadas con los misterios que en ese día o en esa fase del Año litúrgico se están celebrando

II. Liturgia de la Palabra.Lecturas -Evangelio -Homilía -Credo -Oración de los fieles.

Cristo, Palabra de Dios

Nos asegura la Iglesia que Cristo «está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la sagrada Escritura, es él quien nos habla» (SC 7a). En efecto, «cuando se leen en la iglesia las Sagradas Escrituras, Dios mismo habla a su pueblo, y Cristo, presente en su palabra, anuncia el Evangelio. Por eso, las lecturas de la palabra de Dios, que proporcionan a la liturgia un elemento de la mayor importancia, deben ser escuchadas por todos con veneración» (OGMR 9).

«En las lecturas, que luego desarrolla la homilía, Dios habla a su pueblo, le descubre el misterio de la redención y salvación, y le ofrece alimento espiritual; y el mismo Cristo, por su palabra, se hace presente en medio de los fieles. Esta palabra divina la hace suya el pueblo con los cantos y muestra su adhesión a ella con la Profesión de fe; y una vez nutrido con ella, en la oración universal, hace súplicas por las necesidades de la Iglesia entera y por la salvación de todo el mundo» (OGMR 33).

Recibir del Padre el pan de la Palabra encarnada

En la liturgia es el Padre quien pronuncia a Cristo, la plenitud de su palabra, que no tiene otra, y por él nos comunica su Espíritu. En efecto, cuando nosotros queremos comunicar a otro nuestro espíritu, le hablamos, pues en la palabra encontramos el medio mejor para transmitir nuestro espíritu. Y nuestra palabra humana transmite, claro está, espíritu humano. Pues bien, el Padre celestial, hablándonos por su Hijo Jesucristo, plenitud de su palabra, nos comunica así su espíritu, el Espíritu Santo.

Siendo esto así, hemos de aprender a comulgar a Cristo-Palabra como comulgamos a Cristo-pan, pues incluso del pan eucarístico es verdad aquello de que «no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Dt 8,3; Mt 4,4).

En la liturgia de la Palabra se reproduce aquella escena de Nazaret, cuando Cristo asiste un sábado a la sinagoga: «se levantó para hacer la lectura» de un texto de Isaías; y al terminar, «cerrando el libro, se sentó. Los ojos de cuantos había en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oir» (Lc 4,16-21). Con la misma realidad le escuchamos nosotros en la misa. Y con esa misma veracidad experimentamos también aquel encuentro con Cristo resucitado que vivieron los discípulos de Emaús: «Se dijeron uno a otro: ¿No ardían nuestros corazones dentro de nosotros mientras en el camino nos hablaba y nos declaraba las Escrituras?» (Lc 24,32).

Si creemos, gracias a Dios, en la realidad de la presencia de Cristo en el pan consagrado, también por gracia divina hemos de creer en la realidad de la presencia de Cristo cuando nos habla en la liturgia. Recordemos aquí que la presencia eucarística «se llama real no por exclusión, como si las otras [modalidades de su presencia] no fueran reales, sino por antonomasia, ya que es substancial» (Mysterium fidei).

Cuando el ministro, pues, confesando su fe, dice al término de las lecturas: «Palabra de Dios», no está queriendo afirmar sólamente que «Ésta fue la palabra de Dios», dicha hace veinte o más siglos, y ahora recordada piadosamente; sino que «Ésta es la palabra de Dios», la que precisamente hoy el Señor está dirigiendo a sus hijos.

La doble mesa del Señor

En la eucaristía, como sabemos, la liturgia de la Palabra precede a la liturgia del Sacrificio, en la que se nos da el Pan de vida. Lo primero va unido a lo segundo, lo prepara y lo fundamenta. Recordemos, por otra parte, que ése fue el orden que comprobamos ya en el sacrificio del Sinaí (Ex 24,7), en la Cena del Señor, o en el encuentro de Cristo con los discípulos de Emaús (Lc 24,13-32).

En este sentido, el Vaticano II, siguiendo antigua tradición, ve en la eucaristía «la doble mesa de la Sagrada Escritura y de la eucaristía» (PO 18; +DV 21; OGMR 8). En efecto, desde el ambón se nos comunica Cristo como palabra, y desde el altar se nos da como pan. Y así el Padre, tanto por la Palabra divina como por el Pan de vida, es decir, por su Hijo Jesucristo, nos vivifica en la eucaristía, comunicándonos su Espíritu.

Por eso San Agustín, refiriéndose no sólo a las lecturas sagradas sino a la misma predicación -«el que os oye, me oye» (Lc 10,16)-, decía: «Toda la solicitud que observamos cuando nos administran el cuerpo de Cristo, para que ninguna partícula caiga en tierra de nuestras manos, ese mismo cuidado debemos poner para que la palabra de Dios que nos predican, hablando o pensando en nuestras cosas, no se desvanezca de nuestro corazón. No tendrá menor pecado el que oye negligentemente la palabra de Dios, que aquel que por negligencia deja caer en tierra el cuerpo de Cristo» (ML 39,2319). En la misma convicción estaba San Jerónimo cuando decía: «Yo considero el Evangelio como el cuerpo de Jesús. Cuando él dice «quien come mi carne y bebe mi sangre», ésas son palabras que pueden entenderse de la eucaristía, pero también, ciertamente, son las Escrituras verdadero cuerpo y sangre de Cristo» (ML 26,1259).

Oración colecta. Liturgia. Rito inicial

Para participar bien en la misa es fundamental que esté viva la convicción de que es Cristo glorioso el protagonista principal de las oraciones litúrgicas de la Iglesia. El sacerdote es en la misa quien pronuncia las oraciones, pero el orante principal, invisible y quizá inadvertido para tantos, «¡es el Señor!» (Jn 21,7). En efecto, la oración de la Iglesia en la eucaristía, lo mismo que en las Horas litúrgicas, es sin duda «la oración de Cristo con su cuerpo al Padre» (SC 84). Dichosos, pues, nosotros, que en la liturgia de la Iglesia podemos orar al Padre encabezados por el mismo Cristo. Así se cumple aquello de San Pablo: «El mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; él mismo ora en nosotros con gemidos inefables» (Rm 8,26).

De las tres oraciones variables de la misa -colecta, ofertorio, postcomunión-, la colecta es la más solemne, y normalmente la más rica de contenido. Y de las tres, es la única que termina con una doxología trinitaria completa. El sacerdote la reza -como antiguamente todo el pueblo- con las manos extendidas, el gesto orante tradicional.

La palabra collecta procede quizá de que esta oración se decía una vez que el pueblo se había reunido -colligere, reunir- para la misa. O quizá venga de que en esta oración el sacerdote resume, colecciona, las intenciones privadas de los fieles orantes. En todo caso, su origen en la eucaristía es muy antiguo.

Veamos una que puede servir como ejemplo:

/ «Oh Dios, fuente de todo bien, /escucha sin cesar nuestras súplicas, y concédenos, inspirados por ti, pensar lo que es recto y cumplirlo con tu ayuda. / Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos. -Amén».

La oración, llena de concisión, profundidad y belleza, se inicia / invocando al Padre celestial, y evocando normalmente alguno de sus principales atributos divinos. En seguida, apoyándose en la anterior premisa de alabanza, viene / la súplica, en plural, por supuesto. Y la oración concluye apoyándose en / la mediación salvífica de Cristo, el Hijo Salvador, y en el amor del Espíritu Santo. Ésa suele ser la forma general de todas estas oraciones.

Otros ejemplos. «Padre de bondad, que por la gracia de la adopción nos has hecho hijos de la luz, concédenos vivir fuera de las tinieblas del error y permanecer siempre en el esplendor de la verdad. Por nuestro Señor, etc.» (dom. 13 T.O.). «Oh Dios, protector de los que en ti esperan, sin ti nada es fuerte ni santo; multiplica sobre nosotros los signos de tu misericordia, para que, bajo tu guía providente, de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros, que podamos adherirnos a los eternos. Por nuestro Señor, etc.» (dom. 17 T.O.).

Gran parte de las colectas tienen origen muy antiguo, y las más bellas proceden de la edad patrística. Vienen, pues, resonando en la Iglesia desde hace muchos siglos. Cada una suele ser una micro-catequesis implícita, y de ellas concretamente podría extraerse la más preciosa doctrina católica sobre la gracia.

¿Será posible, también, que muchas veces el pueblo conceda su Amén a oraciones tan grandiosas sin haberse enterado apenas de lo dicho por el sacerdote? Efectivamente. Y no sólo es posible, sino probable, si el sacerdote pronuncia deprisa y mal, y, sobre todo, si los fieles no hacen uso de un Misal manual que, antes o después de la misa, les facilite enterarse de las maravillosas oraciones y lecturas que en ella se hacen.

Señor, ten piedad y Gloria . Liturgia de la Santa Misa. Lee, conoce y AMA.

Señor, ten piedad

Con frecuencia los Evangelios nos muestran personas que invocan a Cristo, como Señor, solicitando su piedad: así la cananea, «Señor, Hijo de David, ten compasión de mí» (Mt 15,22); los ciegos de Jericó, «Señor, ten compasión de nosotros» (20,30-31) o aquellos diez leprosos (Lc 17,13).

En este sentido, los Kyrie eleison (Señor, ten piedad), pidiendo seis veces la piedad de Cristo, en cuanto Señor, son por una parte prolongación del acto penitencial precedente; pero por otra, son también proclamación gozosa de Cristo, como Señor del universo, y en este sentido vienen a ser prólogo del Gloria que sigue luego. En efecto, Cristo, por nosotros, se anonadó, obediente hasta la muerte de cruz, y ahora, después de su resurrección, «toda lengua ha de confesar que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (+Flp 2,3-11).

Es muy antigua la inserción, en una u otra forma, de los Kyrie en la liturgia. Hacia el 390, la peregrina gallega Egeria, en su Diario de peregrinación, describe estas aclamaciones en la iglesia de la Resurrección, en Jerusalén, durante el oficio lucernario: «un diácono va leyendo las intenciones, y los niños que están allí, muy numerosos, responden siempre Kyrie eleison. Sus voces forman un eco interminable» (XXIV,4).

Gloria a Dios

El Gloria, la grandiosa doxología trinitaria, es un himno bellísimo de origen griego, que ya en el siglo IV pasó a Occidente. Constituye, sin duda, una de las composiciones líricas más hermosas de la liturgia cristiana.

«Es un antiquísimo y venerable himno con que la Iglesia, congregada en el Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre y al Cordero, y le presenta sus súplicas... Se canta o se recita los domingos, fuera de los tiempos de Adviento y de Cuaresma, en las solemnidades y en las fiestas y en algunas peculiares celebraciones más solmenes» (OGMR 31).

Esta gran oración es rezada o cantada juntamente por el sacerdote y el pueblo. Su inspiración primera viene dada por el canto de los ángeles sobre el portal de Belén: Gloria a Dios, y paz a los hombres (Lc 2,14). Comienza este himno, claramente trinitario, por cantar con entusiasmo al Padre, «por tu inmensa gloria», acumulando reiterativamente fórmulas de extrema reverencia y devoción. Sigue cantando a Jesucristo, «Cordero de Dios, Hijo del Padre», de quien suplica tres veces piedad y misericordia. Y concluye invocando al Espíritu Santo, que vive «en la gloria de Dios Padre».

¿Podrá resignarse un cristiano a recitar habitualmente este himno tan grandioso con la mente ausente?...

Saludo inicial y acto penitencial.Significado en la Liturgia MisaEl Señor esté con vosotros»

Saludo

El Señor nos lo aseguró: «Donde dos o tres están congregados en mi Nombre, allí estoy yo presente en medio de ellos» (Mt 18,19). Y esta presencia misteriosa del Resucitado entre los suyos se cumple especialmente en la asamblea eucarística. Por eso el saludo inicial del sacerdote, en sus diversas fórmulas, afirma y expresa esa maravillosa realidad:

-«El Señor esté con vosotros» (+Rut 2,4; 2Tes 3,16)... «La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros» (2Cor 13,13)...

-«Y con tu espíritu».

«La finalidad de estos ritos [iniciales] es hacer que los fieles reunidos constituyan una comunidad, y se dispongan a oír como conviene la palabra de Dios y a celebrar dignamente la eucaristía» (OGMR 24).

Acto penitencial

Moisés, antes de acercarse a la zarza ardiente, antes de entrar en la Presencia divina, ha de descalzarse, porque entra en una tierra sagrada (+Ex 3,5). Y nosotros, los cristianos, antes que nada, «para celebrar dignamente estos sagrados misterios», debemos solicitar de Dios primero el perdón de nuestras culpas. Hemos de tener clara conciencia de que, cuando vamos a entrar en la Presencia divina, cuando llevamos la ofrenda ante el altar (+Mt 5,23-25), debemos examinar previamente nuestra conciencia ante el Señor (1Cor 11,28), y pedir su perdón. «Los limpios de corazón verán a Dios» (Mt 5,8).

Este acto penitencial, que puede realizarse según diversas fórmulas, ya estaba en uso a fines del siglo I, según el relato de la Didaqué: «Reunidos cada día del Señor, partid el pan y dad gracias, después de haber confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro» (14,1). Antiguamente, el acto penitencial era realizado sólamente por los ministros celebrantes. Y por primera vez este acto se hace comunitario en el Misal de Pablo VI. En las misas dominicales, especialmente en el tiempo pascual, puede convenir que la aspersión del agua bendita, evocando el bautismo, dé especial solemnidad a este rito penitencial.

-«Yo confieso, ante Dios todopoderoso»... A veces, con malevolencia, se acusa de pecadores a los cristianos piadosos, «a pesar de ir tanto a misa»... Pues bien, los que frecuentamos la eucaristía hemos de ser los más convencidos de esa condición nuestra de pecadores, que en la misa precisamente confesamos: «por mi gran culpa». Y por eso justamente, porque nos sabemos pecadores, por eso frecuentamos la eucaristía, y comenzamos su celebración con la más humilde petición de perdón a Dios, el único que puede quitarnos de la conciencia la mancha indeleble y tantas veces horrible de nuestros pecados. Y para recibir ese perdón, pedimos también «a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos», que intercedan por nosotros.

-«Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna». Esta hermosa fórmula litúrgica, que dice el sacerdote, no absuelve de todos los pecados con la eficacia ex opere operato propia del sacramento de la penitencia. Tiene más bien un sentido deprecativo, de tal modo que, por la mediación suplicante de la Iglesia y por los actos personales de quienes asisten a la eucaristía, perdona los pecados leves de cada día, guardando así a los fieles de caer en culpas más graves. Por lo demás, en otros momentos de la misa -el Gloria, el Padrenuestro, el No soy digno- se suplica también, y se obtiene, el perdón de Dios.

El Catecismo enseña que «la eucaristía no puede unirnos [más] a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados» (1393). «Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la eucaristía fortelece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales (+Conc. Trento). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en Él» (1394). Así pues, «por la misma caridad que enciende en nosotros, la eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más dificil se nos hará romper con él por el pecado mortal. La eucaristía [sin embargo] no está ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. Lo propio de la eucaristía es ser el sacramento de los que están en plena comunión con la Iglesia» (1395).

En este sentido, «nadie, consciente de pecado mortal, por contrito que se crea, se acerque a la sagrada eucaristía, sin que haya precedido la confesión sacramental. Pero si se da una necesidad urgente y no hay suficientes confesores, emita primero un acto de contrición perfecta» (Eucharisticum mysterium 35), antes de recibir el Pan de vida.

Rito inicial . Liturgia de la Misa.

Canto de entrada

Ya en el siglo V, en Roma, se inicia la eucaristía con una procesión de entrada, acompañada por un canto. Hoy, como entonces, «el fin de este canto es abrir la celebración, fomentar la unión de quienes se han reunido, y elevar sus pensamientos a la contemplación del misterio litúrgico o de la fiesta» (OGMR 25).

Nótese que en las celebraciones solemnes de la eucaristía puede haber tres procesiones hacia el altar: ésta, en la entrada; la que se realiza al ir a presentar los dones en el ofertorio; y la de la comunión.

Veneración del altar

El altar es, durante la celebración eucarística, el símbolo principal de Cristo. Del Señor dice la liturgia que es para nosotros «sacerdote, víctima y altar» (Pref. pascual V). Y evocando, al mismo tiempo, la última Cena, el altar es también, como dice San Pablo, «la mesa del Señor» (1Cor 10,21).

Por eso, ya desde el inicio de la misa, el altar es honrado con signos de suma veneración: «cuando han llegado al altar, el sacerdote y los ministros hacen la debida reverencia, es decir, inclinación profunda... El sacerdote sube al altar y lo venera con un beso. Luego, según la oportunidad, inciensa el altar rodeándolo completamente» (OGMR 84-85).

El pueblo cristiano debe unirse espiritualmente a éstos y a todos los gestos y acciones que el sacerdote, como presidente de la comunidad, realiza a lo largo de la misa. En ningún momento de la misa deben los fieles quedarse como espectadores distantes, no comprometidos con lo que el sacerdote dice o hace. El sacerdote, «obrando como en persona de Cristo cabeza» (PO 2c), encabeza en la eucaristía las acciones del Cuerpo de Cristo; pero el pueblo congregado, el cuerpo, en todo momento ha de unirse a las acciones de la cabeza. A todas.

La Trinidad y la Cruz

«En el nombre del Padre, + y del Hijo, y del Espíritu Santo». Con este formidable Nombre trinitario, infinitamente grandioso, por el que fue creado el mundo, y por el que nosotros nacimos en el bautismo a la vida divina, se inicia la celebración eucarística. Los cristianos, en efecto, somos los que «invocamos el nombre del Señor» (+Gén 4,26; Mc 9,3). Y lo hacemos ahora, trazando sobre nosotros el signo de la Cruz, de esa Cruz que va a actualizarse en la misa. No se puede empezar mejor.

El pueblo responde: «Amén». Y Dios quiera que esta respuesta -y todas las propias de la comunidad eclesial congregada- no sea un murmullo tímido, apenas formulado con la mente ausente, sino una voz firme y clara, que expresa con fuerza un espíritu unánime.

Amén

La palabra Amén es quizá la aclamación litúrgica principal de la liturgia cristiana. El término Amén procede de la Antiguo Alianza: «Los levitas alzarán la voz, y en voz alta dirán a todos los hombres de Israel... Y todo el pueblo responderá diciendo: Amén» (Dt 27,15-26; +1Crón 16,36; Neh 8,6). Según los diversos contextos, Amén significa, pues: «Así es, ésa es la verdad, así sea». Por ejemplo, las cuatro primeras partes del salterio terminan con esa expresión: «Bendito el Señor, Dios de Israel: Amén, amén» (Sal 40,14; +71,19; 88,53; 105,48).

Pues bien, en la Nueva Alianza sigue resonando el Amén antiguo. Es la aclamación característica de la liturgia celestial (+Ap 3,14; 5,14; 7,11-12; 19,4), y en la tradición cristiana conserva todo su antiquísimo vigor expresivo (+1Cor 14,16; 2Cor 1,20). En efecto, el pueblo cristiano culmina la recitación del Credo o del Gloria con el término Amén, y con él responde también a las oraciones presidenciales que en la misa recita el sacerdote, concretamente a las tres oraciones variables -colecta, ofertorio y postcomunión- y especialmente a la doxología final solemnísima, con la que se concluye la gran plegaria eucarística. Y cuando el sacerdote en la comunión presenta la sagrada hostia, diciendo «El cuerpo de Cristo», el fiel responde Amén: «Sí, ésa es la verdad, ésa es la fe de la Iglesia».

Estructura fundamental de la misa

La estructura fundamental de la eucaristía, desde el principio de la Iglesia, ha sido siempre la misma. Lo podremos comprobar, al final, en un breve apéndice histórico. Como en la última Cena, siempre la eucaristía ha celebrado primero una liturgia de la Palabra, seguida de una liturgia sacrificial, en la que el cuerpo de Cristo se entrega y su sangre se derrama; y este banquete, sacrificial y memorial, se ha terminado en la comunión.

Pues bien, aquí nosotros analizaremos la celebración eucarística en su forma actual, que ya halla antecedentes muy directos en la segunda mitad del siglo IV, cuando la Iglesia -tras la conversión de Constantino, obtenida ya la libertad cívica-, va dando a su liturgia, como a tantas otras cosas, formas comunitarias y públicas más perfectas.

Examinemos, pues, la misa en sus partes fundamentales:

-I. Ritos iniciales

-II. Liturgia de la Palabra

-III. Liturgia del Sacrificio: A. Preparación de los dones; B. plegaria eucarística; C. comunión.

-IV. Rito de conclusión.

La liturgia de la eucaristía. Lugar de la celebracion


Nombres

Los nombres hoy más usuales para designar la actualización litúrgica del misterio pascual son: misa, eucaristía, cena del Señor, sacrificio de la Nueva Alianza, memorial de la Pascua, mesa del Señor, sagrados misterios... Otros nombres, muy antiguos y venerables, como synaxis, anáfora, sacrum, y especialmente fracción del pan (Hch 2,42), hoy han caído en desuso.

Lugar de la celebración

-El templo. La eucaristía se celebra normalmente en el templo, lugar de sacralidad muy intensa y patente. Y recordemos aquí que porque todo el mundo y todos sus lugares son de Dios, por eso precisamente los cristianos le consagramos públicamente a Él algunos lugares, los templos, que están edificados como Casa de Dios, es decir, como lugares privilegiados para orar, glorificar a Dios y santificar a los hombres. El Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, renovado después del Vaticano II (1977), expresa estas realidades de la fe con preciosas lecturas y oraciones.

«Con razón, pues, desde muy antiguo, se llamó iglesia al edificio en el cual la comunidad cristiana se reúne para escuchar la palabra de Dios, para orar unida, para recibir los sacramentos y celebrar la eucaristía. Por el hecho de ser un edificio visible, esta casa es un signo peculiar de la Iglesia peregrina en la tierra e imagen de la Iglesia celestial» (OGMR 257).

Ahora bien, dentro del templo, y en orden a la eucaristía, hay tres lugares fundamentales cuya significación hemos de conocer bien: el altar, la sede y el ambón.

-El altar. El altar es el lugar de Cristo-Víctima sacrificada. Su forma ha ido variando al paso de los siglos, conservando siempre como referencias fundamentales la mesa del Señor, en la que cena con sus discípulos, y el ara, significada a veces antiguamente por el sepulcro de un mártir, en la que se consuma el sacrificio del Calvario. En todo caso, la distribución espacial no sólo del presbiterio, sino de todo el templo, debe quedar centrada en el altar.

-El ambón. Es el lugar propio de Cristo-Palabra divina. Los fieles congregados reciben cuanto desde allí se proclama «no como palabra humana, sino como lo que es realmente, como palabra divina» (1Tes 2,13). Ha de dársele, pues, una importancia semejante a la del altar.

En efecto, «la dignidad de la palabra de Dios exige que en la iglesia haya un sitio reservado para su anuncio... Conviene que en general este sitio sea un ambón estable, no un fascistol portátil... Desde el ambón se proclaman las lecturas, el salmo responsorial y el pregón pascual; pueden también hacerse desde él la homilía y la oración universal de los fieles. Es menos conveniente que ocupen el ambón el comentarista, el cantor o el director del coro» (OGMR 272).

-La sede. Es el lugar de Cristo, Señor y Maestro, que está sentado a la derecha del Padre, y que preside la asamblea eucarística, haciéndose visible, en la fe, por el sacerdote. Cristo, en efecto, «está presente en la persona del ministro» (SC 7a). Por eso, lugar propio del sacerdote, presedente de la asamblea eclesial, es la sede, o si se quiere, la cátedra -de ahí viene el nombre de las catedrales-, desde la cual, en el nombre de Cristo, el obispo o el presbítero preside y predica, ora y bendice al pueblo.

((No parece, pues, que una silla normal o una banqueta sean los signos más adecuados de algo tan noble. Sería, por otra parte, en general, un error pretender que la liturgia de la Iglesia exprese la pobreza que Cristo vivió en Nazaret o en su ministerio público. Entonces sí, la sede sería una banqueta, el ambón un atril cualquiera, el altar y los manteles una mesa común de familia, etc. Pero aunque es verdad que la hermosura propia de la pobreza evangélica debe marcar, sin duda, los signos de la liturgia, éstos deben remitir eficazmente a las realidades celestiales. Y en este sentido, como el Vaticano II enseña, fiel a la tradición unánime de Oriente y Occidente, «la santa madre Iglesia siempre fue amiga de las bellas artes, y buscó constantemente su noble servicio y apoyó a los artistas, principalmente para que las cosas destinadas al culto sagrado fueran en verdad dignas, decorosas y bellas, signos y símbolos de la realidades celestiales» (SC 122b).))

lunes, 9 de noviembre de 2009

Iglesia en marcha y comunidad que se construye en comunión

DEDICACION DE LA BASILICA DE SAN JUAN DE LETRAN
Ez. 47, 1-2.8-9.12
Sal. 45
Jn. 2, 13-22


El día 9 de noviembre litúrgicamente se celebra la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, en Roma. Es la Catedral de Roma, la sede del Obispo de Roma y en consecuencia del Papa, Pastor de la Iglesia universal.
La fiesta nos quiere recordar y celebrar la Dedicación, la consagración de este templo, que se le llama el templo madre de toda la cristiandad. Y es al mismo tiempo una celebración profundamente eclesial, no sólo por este aspecto de la consagración de este templo, Iglesia, sino fundamentalmente porque quiere ser un signo de la comunión de todas las Iglesias con la Sede del Papa. Es la comunión necesaria de toda la Iglesia de Jesús, de todos los seguidores de Jesús.
En el marco de esta celebración la liturgia nos ofrece en la Palabra de Dios el texto que hace referencia a la expulsión de los vendedores del templo por parte de Jesús. ‘El celo de tu casa me devora’, recuerda el evangelista las palabras proféticas para aplicárselas a Jesús en este gesto de querer purificar el templo de Jerusalén de aquel mercado en que se había convertido.
La clave de la comprensión de este texto está en la respuesta de Jesús a los requerimientos de los judíos pidiendo explicación de con qué autoridad hacía aquello. ‘Destruid este templo y en tres días lo reedificaré’, les responde Jesús. No lo entienden, hablan del tiempo que habían tardado en su reconstrucción en los tiempos de Herodes, que incluso aún no había concluido, pero el evangelista nos dice que ‘él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron y dieron fe a la Palabra de Jesús y a la Escritura’. Una clara referencia en principio a su resurrección.
Pero en el marco de esta celebración se nos quiere decir algo más. Hablar de ese cuerpo y de ese templo, es hablar del Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia, que somos todos nosotros los que creemos en Jesús. Y aquí queremos centrar nuestra reflexión.
La imagen del templo edificio que se construye nos evoca no sólo la materialidad de un edificio material que se construye, sino que nos está hablando de ese templo que somos nosotros y que es la Iglesia.
Como dice uno de los prefacios de la Dedicación de una Iglesia, ‘esta casa visible… donde reúnes y proteges sin cesar a esta familia que hacia ti peregrina, manifiestas y realizas de manera admirable el misterio de tu comunión con nosotros…’ Podíamos decir, pues, que esta celebración es una invitación a la comunión; esa comunión necesaria que hemos de vivir en cuanto somos iglesia, comunidad, pueblo de Dios, o familia de Dios. Las mismas palabras lo indican; Iglesia es la convocatoria a un encuentro, los convocados a un encuentro que se encuentran unidos y reunidos; comunidad, ya la misma palabra la indica, los que viven en comunión; pueblo de Dios y familia que siempre implica que muchas se encuentran reunidos y en unidad.
Peregrinos que caminamos unidos; peregrinos hacia la Jerusalén del cielo, somos imagen y anticipo de esa Jerusalén celestial; peregrinos y constructores de esa Iglesia, de ese templo, de esa comunión que necesitamos tener los unos con los otros. ¡Cómo tenemos que cuidar la comunión entre nosotros! No puede faltar si en verdad nos sentimos Iglesia, nos sentimos familia y pueblo de Dios. Una tarea constante que tenemos que realizar. Un empeño y un compromiso, constructores de comunión. De cuántas maneras lo podemos expresar, lo tenemos que expresar en el día a día. Nunca destructores ni demoledores, siempre contribuyendo a la unidad, a la concordia, a la comunión.
Somos Iglesia en marcha, comunidad que se construye, familia que crece, cuerpo que se mantiene unido. Si nos faltara estaríamos destruyendo por la base nuestra fe, nuestro ser cristiano y no habría un auténtico seguimiento de Jesús. Que ese sea nuestro empeño.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Santo Cura de Ars. Hoy tuve la dicha de participar en una misa junto al corazon incorrupto del santo. Gracias Señor.

El santo peregrinara por la Argentina hasta el 27 de noviembre. Y hoy tuve la dicha de participar en el primer lugar que arribaron las reliquias el Carmelo de Santa Teresita.
Fue muy conmovedora la ceremonia, pude besar el corazon incorrupto , ESTOY MUY FELIZ.
GRACIAS SEÑOR.
Dejo aqui algunos pensamientos del santo




LA ORACIÓN

Hermosa obligación del hombre:
orar y amar

Consideradlo, hijos míos: el tesoro del hombre cristiano no está en la tierra, sino en el cielo. Por esto, nuestro pensamiento debe estar siempre orientado hacia allí donde está nuestro tesoro.

El hombre tiene un hermoso deber y obligación: orar y amar. Si oráis y amáis, habréis hallado la felicidad en este mundo.

La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Todo aquel que tiene el corazón puro y unido a Dios experimenta en sí mismo como una suavidad y dulzura que lo embriaga, se siente como rodeado de una luz admirable.

En esta íntima unión, Dios y el alma son como dos trozos de cera fundidos en uno solo, que ya nadie puede separar. Es algo muy hermoso esta unión de Dios con su pobre criatura; es una felicidad que supera nuestra comprensión.

Nosotros nos habíamos hecho indignos de orar, pero Dios, por su bondad, nos ha permitido hablar con él. Nuestra oración es el incienso que más le agrada.

Hijos míos, vuestro corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración es una degustación anticipada del cielo, hace que una parte del paraíso baje hasta nosotros. Nunca nos deja sin dulzura; es como una miel que se derrama sobre el alma y lo endulza todo.

En la oración hecha debidamente, se funden las penas como la nieve ante el sol.

Otro beneficio de la oración es que hace que el tiempo transcurra tan aprisa y con tanto deleite, que ni se percibe su duración. Mirad: cuando era párroco en Bresse, en cierta ocasión, en que casi todos mis colegas habían caído enfermos, tuve que hacer largas caminatas, durante las cuales oraba al buen Dios, y creedme, que el tiempo se me hacía corto.

Hay personas que se sumergen totalmente en la oración como los peces en eI agua, porque están totalmente entregadas al buen Dios. Su corazón no esta dividido. ¡Cuánto amo a estas almas generosas! San Francisco de Asís y santa Coleta veían a nuestro Señor y hablaban con del mismo modo que hablamos entre nosotros.

Nosotros, por el contrario, ¡cuántas veces venimos a la Iglesia sin saber lo que hemos de hacer o pedir! Y, sin embargo,
cuando vamos a casa de cualquier persona, sabemos muy bien para qué vamos. Hay algunos que incluso parece como si le dijeran al buen Dios: "Sólo dos palabras, para deshacerme de ti..." Muchas veces pienso que cuando venimos a adorar al Señor, obtendríamos todo lo que le pedimos si se lo pidiéramos con una fe muy viva y un corazón muy puro.

Juan Maria Vianney
(Cura de Ars)

lunes, 2 de noviembre de 2009

A los que han muerto admítelos a contemplar la luz de tu rostro

Lam 3, 17-26
Sal. 24
Mc. 15, 33-39; 16, 1-6


Si ayer celebrábamos la gran fiesta de la Iglesia, de Todos los Santos, y contemplábamos a quienes en la Jerusalén del cielo eternamente alaban a Dios con el Cántico del Cordero, el cántico de los vencedores que han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero, y al mismo tiempo queríamos echar una mirada a los que peregrinos aún en esta tierra quieren vivir en fidelidad y santidad, hoy queremos recordar, contemplar y sentirnos en una comunión solidaria con aquellos que habiendo salido ya de este mundo se purifican para poder entrar en el Banquete de las Bodas eternas.
Es la conmemoración de todos los fieles difuntos que hacemos en este día. Un día en el que, aún enfrentándonos a la cruda y dolorosa realidad de la muerte, sin embargo no queremos vivir desde la amargura sino desde la esperanza.
Es cruda y dura le realidad de la muerte a la que todos tenemos que enfrentarnos. Ya sea en la desaparición de nuestros seres queridos, familiares, amigos, conocidos, personas cercanas a nosotros, ya sea en esa realidad de la muerte que estamos viendo todos los días a nuestro alrededor, muchas veces muy dolorosa como consecuencia de la violencia de la vida manifestada en tantas cosas, ya sea la realidad de nuestra propia muerte a la que un día tenemos que enfrentarnos y que nos lo recuerda la propia debilidad de nuestro cuerpo, las enfermedades o también los achaques como consecuencia de la longeva edad.
Pero ante el hecho de la muerte nosotros no sufrimos como los hombres sin esperanza, como nos lo recuerda san Pablo en ese texto de la carta a los Tesalonicenses que tantas veces habremos escuchado y meditado. Nuestra esperanza está en el Dios de la vida. Nuestra esperanza está en Jesucristo, muerto y resucitado.
Sí, Jesús, el Hijo del Dios vivo que se hizo hombre como nosotros asumiendo nuestra naturaleza humana en toda su condición; asumiendo también el hecho de la muerte. Lo contemplamos muerto en la Cruz, pero lo contemplamos vivo y resucitado. Va delante de nosotros asumiendo nuestra realidad humana porque quiere conducirnos a la vida, y a una vida sin fin.
Cristo resucitó y quiere así llevarnos a nosotros a la vida. ‘Sé que mi Redentor vive’, decía el santo Job. Y, desde la experiencia dura de dolor que experimenta en su vida - muerte de sus hijos, pérdida de sus posesiones, enfermedad que envuelve su vida, desprecio de amigos y conocidos -, porque mi Salvador vive, sabe que él también vivirá. Podemos sentirnos abrumados por el dolor o la muerte que nos aterra, como veíamos en el autor de las Lamentaciones - ‘Se me acabaron las fuerzas y mi esperanza…’ decía el autor sagrado -, para enseguida sin embargo reacciona y pone toda su confianza en ‘la misericordia del Señor que no termina y en la compasión que no acaba’. Así nos confiamos en el Señor.
En la liturgia lo expresamos de muchas maneras. Cuando pedimos por los difuntos en la plegaria eucarística decimos ‘a cuantos murieron recíbelos en tu Reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria, allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, porque al contemplarte como Tú eres, Dios nuestro, seremos semejantes a ti y cantaremos eternamente tus alabanzas’.
Llegaremos al Reino eterno de Dios. Es nuestra esperanza y eso pedimos para el que ha muerto. Pero decimos más, vamos a gozar de la plenitud eterna de la gloria de Dios. ¿No hay ansias de plenitud en nuestro corazón? Pues esa es nuestra certeza y esperanza. Pero aún más, podremos contemplar cara a cara a Dios. ¿Todos no deseamos ver a Dios, conocerle tal cual es? Lo podremos contemplar, pero la dicha está además en que seremos para siempre semejantes a El. Así nos unimos a Dios.
¿Queremos más razones para la esperanza? ¿Queremos más motivos para que el recuerdo de nuestros difuntos no sea para el llanto y la amargura? Por supuesto que sentimos la pena y el desgarro de la separación, pero nuestros lloros, ¿no serán muchas veces una falta de fe y de esperanza?
Iremos a gozar de la visión de Dios ¿por qué tenemos miedo? Tenemos la esperanza de que nuestros seres queridos estén gozando de esa visión de Dios y para eso rezamos por ellos, ¿por qué tantas lágrimas y tanta amargura? Recemos, pidamos por ellos, con esperanza, con confianza en la Palabra del Señor. ‘A todos los que han muerto en tu misericordia admítelos a contemplar la luz de tu rostro… concédeles el lugar del consuelo, de la luz y de la paz’.
Es por eso por lo que podemos dar gracias a Dios, como hacemos en uno de los prefacios ‘porque, al redimirnos con la muerte de tu Hijo Jesucristo, por tu voluntad salvadora nos llevas a nueva vida para que tengamos parte en su gloriosa resurrección… quiso entregar su vida para todos tuviéramos vida eterna’.
Todo esto tiene que motivarnos a que no tengamos miedo a nuestra propia muerte. En el temor del Señor, sí, nos prepararemos tratando de vivir en la santidad a la que estamos llamados, apartando de nosotros el pecado pero, acogiéndonos a la misericordia infinita de Dios, nos ponemos en sus manos amorosas de Padre.

domingo, 1 de noviembre de 2009

En accion de gracias a San Pio de Pietrelcina dedico este espacio

LA PRIMERA APARICIÓN DE JESÚS' FUE EN PIETRELCINA
Tiene cinco o seis años, Francesco, y es recogido en ruego en el pequeño templo del Burgo Castillo, cuando ve aparecer uno extraño personaje en los aprietas altar. Es el Sagrado Corazón de Jesús que lo mira colmado de cariño, haciendole señalo de acercarse.
Levantado, él se dirige lentamente hacia de Jesús. Sus ojos inocentes y puros se encuentran con los de Jesús. Francesco se arrodilla delante, mientras que Jesús lo bendice poniéndole delicadamente su mano sobre el jefe. En este momento íntimo y conmovedor de su infancia, en su corazón es instilado el germen de aquella contemplación infusa que lo devolverá excepcional y visible icono de las maravillas de Cristo y de Su Pasión.

Las Llagas de Amor

Análogas a las heridas de amor son aquellos fenómenos denominados llagas de amor. A menudo son identificados en un mismo fenómeno místico. En realidad, las llagas de amor se distinguen de las heridas porque soy más profundas, más empapadas que amor y más duraderos. Ellas provienen principalmente de las empinadas noticias que el alma tiene de Dios y de los misterios de la fe. Además aparecen de algún modo al exterior o traspasando físicamente el corazón. En este caso tenemos el trasverberación. O bien, las llagas se manifiestan en algunas partes del cuerpo, como a las manos, a los pies y al costado. En tal caso tenemos el fenómeno de las estigmata, más conocido con respecto de lo primero, también porque más visible.

LA TRASVERBERACION

La trasverberación es una gracia santificadora del alma que, ardiente de amor de Dios, es atacada interiormente por un ángel, un serafino, el que quemando se la traspasa hasta el final como con un dardo de fuego y el alma, tan herida, es invadida por suavidades deliciosas.

Santa Teresa de Ávila es una de las almas místicas tocada por esta especial gracia divina. En la capilla Cornaro de la iglesia de Santa Maria de la Vittoria, a Rroma, hay un bonito grupo marmóreo del Bernini, que tiene por título el éxtasis de Santa Teresa. Representa plásticamente el fenómeno de la trasverberación vivido en la profundidad del alma y el cuerpo de la gran mística Carmelita española. Para conocer un mejor este fenómeno experimentado dos veces por Padre Pio, reconducimos lo que escribió Santa Teresa de Ávila en respeto al mismo fenómeno:

"Un día me apareció un ángel bonito más allá de cada medida. Vi en su mano una larga lanza a cuya extremidad semejó sernos una punta de fuego. Éste pareció golpearme más veces en el corazón, mucho de penetrar dentro de mí. II dolor fue tan real que sufrí más veces con alta voz, pero fue mucho postre que no pudiera desear de ser liberada de ello. Ninguna alegría terrenal puede dar una parecida satisfacción. Cuando el ángel extrajo su lanza, quedé con un gran amor por Dios".


La mística de santa Teresa de Ávila ha representado un punto de referencia para Padre Pio de Pietrelcina. También él le vive en su persona, por dos veces, el fenómeno místico del trasverberación.

De una carta que le escribe a Padre Agostino de san Marco en Lamis el 26 de agosto de 1912, sabemos que Padre Pio fue visitado por el Dios por el fenómeno del trasverberación, ocurrido antes tres días, el 23 de agosto.

"Escucháis cosa me ocurrió viernes pasado. Estuve de ello en iglesia a hacerme de ello el rendimiento de gracias por la misa, cuando todo de repente me sentí el corazón herir de un dardo de fuego sí vivo y ardiente, que credetti morir de ello. Me faltan las palabras aptas para hacervos comprender la intensidad de esta llama: soy para nada impotente a poderme expresar. ¿Nos creéis? El alma, víctima de estos consuelos, se convierte en muda. ¡Me pareció que una fuerza invisible me sumergiera todo cuanto en el fuego... mi Dios, que fuego! Cuál dulzura! "[1]. Sensaciones inefables que el Padre lamenta de no poder describirle eficazmente al mismo Padre Agostino.


Después de haber sido trasverberado por Dios en el 1912, Padre Pio revive el mismo fenómeno místico la tarde del 5 de agosto de 1918. Es el mismo Padre Pio a testimoniar su trasverberacón a su director espiritual, padre Benedetto de San Marco en Lamis:

"Estaba confesando de ello nuestros pequeños fraile la tarde del cinco, cuando todo de repente fui llenado de un extremo terror a la vista de un personaje celeste que se presenta delante del ojo de la inteligencia. Tuvo en mano una especie de herramienta, parecido a una larga lámina de hierro con una punta bien afiladura, y que pareció de ella apunta que saliera fuego. Ver todo esto y observar dicho personaje arrojar con toda violencia susodicha herramienta en el alma, fue toda una cosa sola. A privación emití un quejido, me sentí morir. Le dije al pequeño fraile que se hubiera apartado, porque me sentí mal y ya no oí la fuerza de continuar.

Este martirio duró, sin interrupción, hasta por la mañana del día siete. Cosa yo sufrí en este período sí luctuoso yo no sé decirlo. Hasta las entrañas vi que fueron arrancadas y estiráis tras aquella herramienta, y lo todo fue enfocado. De aquel día en acá yo he sido herido en muerte. Siento en el más íntimo del alma una herida que siempre es abierta, que me hace sufrir assiduamente"[2].

Ciertamente alguien podría preguntarse del por qué de estas manifestaciones que semejan pertenecer a otros tiempos y a otros períodos históricos. El pueblo cristiano, en efecto, es más interesado a las señales exteriores como a los estigmas, de que tendremos sucesivamente modo de hablar, que aparecen a veces en las almas enamoradas de Dios, antes que a percepciones del alma que no pertenecen al mundo sensible y por lo tanto no ofrecen atractivo, por lo menos a los que no son tocados directamente de ello. Por tanto es necesario ofrecer una consideración sobre la validez de los fenómenos místicos internas alma y, en particular, sobre el trasverberación, subrayando los que son los efectos positivos de estos carismas en la vida cristiana.

Quien los recibe arde del deseo que se rompan las uniones del cuerpo para volarle libremente a Dios. "Ve claramente que la tierra es un destierro, y no comprende a los que desean vivir largos años sobre de ella. Tanto San Paolo, que deseó ardientemente de morir para estar con Cristo, Fil 1,23, cuánto los dos correccionales del Carmelo[3], que compusieron sus estrofas: "môro" porque no môro, manifestaron la misma experiencia"[4], anhelando a la muerte con tal que reunirse con el manantial de cada bien que es Dios. Se comprende, entonces, como este ardiente deseo de Dios, unido a una separación de las cosas del mundo, puede ayudar realmente, quién advierte intensamente el peso de la cruz, a soportar no sólo con resignación los padecimientos físicos e interiores, pero incluso a elevarlos en una oblación de amor hacia él querido: "Deh! mi Padre, - escribe Padre Pio al ministro provincial - como debbo hacer? Me siento justo morir, casi ya no oye la fuerza de vivir. Mi crucifixión todavía continua; en la agonía se ha entrado desde hace tiempo y ella va haciendose cada vez más desgarradora...[.....].Yo siempre pronunciaré el fiat de la resignación"[7].

Estas palabras dejan ampliamente entender lo tenue sea el hilo afectivo que ata a Padre Pio al mundo terrenal y cuánto fuerte e insaciable parea su deseo de ser desatado por los cordones de la carne para unirse para siempre con Dios.

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Aqui estoy solo para Glorificar a Dios y hacerlo Amar.