Amigos que pasan y dejan su huella aqui. Gracias por estar .Paz a tu corazon

Recuerda amigo cuando entras a la Casa de Dios pisas Tierra Sagrada.

La Casa de Dios es el lugar más Santo de todo el universo. Cada vez que entres ,recuerda que allí ,vive Jesús en el Sagrario y te espera con AMOR.

Vístete decorosamente, apaga tu celular y ten fe que todo lo que pidas, si eres respetuoso , piadoso en tus actitudes y posturas en el Templo, sera recibido por el Señor con agrado .

Y tu alma ya no será la misma.

Haz silencio. Busca cerrar tus ojos y quédate quieto. Dios esta en su Casa. El Amor puede hablarte íntimamente .

Mi deseo es que Dios se manifieste en ti.


Cristo Resucito, DIOS VIVE ENTRE NOSOTROS

domingo, 15 de mayo de 2011

Los Modos de Orar de Santo Domingo


Aunque los santos doctores traten y se ocupen ampliamente de la oración, no suelen sin embargo describir los diversos ejercicios que el hombre puede practicar cuando reza, como santo Domingo acostumbraba a hacer, por gracia especial que Dios omnipotente le concedió en particular, y que él no habría practicado nunca si de hecho no fomentasen la devoción. Lo cierto es que estos piadosos gestos corporales son muy eficaces para mover el ánimo del que ora.
El santo era tan asiduo y los frecuentaba tanto, que no podía impedir que los miembros exteriores mostrasen el fervor y el gran ímpetu de su espíritu. Por eso durante un tiempo tuvo que dejar de asistir con los demás a la misa mayor. Tan abundantes eran sus fuertes lágrimas y los gritos de su corazón, que no podía refrenar, que le era imposible celebrar en esos momentos.
Además de las formas comunes que tenía cuando celebraba la misa, sumamente devotas, oraba en secreto de varias maneras, que acabaron siendo conocidas por los primeros hermanos porque su curiosidad les llevó a observarlo o le acompañaban y estaban presentes.

1
El primer modo consistía en orar haciendo una inclinación bastante profunda con las manos cruzadas sobre las rodillas.
De este modo:
Observaba también este modo cuando en el coro se dice a la Santísima Trinidad: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Y enseñaba esto mismo a sus hermanos, recordando lo que dijo Judit: Siempre te agradó, Señor, la súplica de los humildes y la oración de los pacíficos (Jdt 9,16).

2
En el segundo oraba postrado a lo largo en tierra con los brazos extendidos y con la cabeza o mejor la frente igualmente contra el suelo, como si fuera indigno de ver el cielo y la imagen de Dios.
De este modo:
Y como avergonzado ante la divina majestad, repetía humildemente con el publicano: Oh Dios, seme propicio ya que soy un gran pecador (Lc 18,13). Y decía también con David: Yo soy el que he pecado, ninguno ha ofendido más que yo, yo solo merezco ser castigado, yo solo cometí la iniquidad (2 R 24, 17). Y después añadía: No soy digno de ver la altura del cielo por la multitud de mi iniquidad, porque he provocado tu ira y he obrado mal en tu presencia (Oración de Manasés, 10-12). Y decía además: Nuestra alma está humillada en tierra y en el polvo, y nuestro vientre se ha pegado a la tierra (Sal 44,26). Mi alma se ha pegado al suelo. Señor, dame vida según tu palabra (Sal 119, 25). Y en esta manera de orar, como en casi todas las demás, lloraba intensamente, y sus ojos eran un torrente continuo de lágrimas.

3
En el tercer modo oraba arrodillado e inclinado con las manos y la cara juntas.
De este modo:
Y decía aquel salmo de David: Venid, aclamemos al Señor; cantemos jubilosos a Dios nuestro Salvador. Pongámonos en su presencia, cantémosle salmos, porque Dios es el gran señor y el gran rey entre los dioses (Sal 95, 1-3, 44-45). Enseñaba a sus hermanos que orasen de este modo a Cristo, como hicieron los magos.

4
El cuarto modo consistía en orar erguido con las manos abiertas. Y entonces fijaba su mirada en el crucifijo.
De este modo:
Y decía con David: Alumbra, Señor, mis ojos, para que no me duerma en la muerte y mi enemigo no pueda decir: he obtenido victoria contra él (Sal 13, 4-5).

5
En el quinto, se desnudaba tres veces durante la noche y se flagelaba duramente con una cadena de hierro: una vez por sus pecados, otra por los pecadores de este mundo, la tercera por las almas del purgatorio. Y ello a pesar de llevar siempre puesto un cilicio de hierro sobre la carne viva.
De este modo:
Y entonces decía aquellas palabras de David: Tu disciplina, Señor, me enseñará, me corregirá hasta el fin (Sal 18,36). Y sin embargo, este glorioso santo, como he podido saber estudiando con diligencia su vida y tratando de averiguarlo con seguridad, nunca cometió un pecado venial importante ni incurrió en pecado mortal.

6
El sexto consistía en orar poniéndose de rodillas y con la cara inclinada sobre el suelo, violentando con el mayor esfuerzo todas sus energías y potencias corporales.
De este modo:
Y entonces decía: Desde lo hondo te he llamado, Señor; escucha, Señor, mi oración, estén tus oídos atentos a la voz de mi plegaria. Si Tú, Señor, llevas cuenta de la iniquidad, ¿quién podrá resistir? (Sal 130, 1-3).

7
En el séptimo se ponía erguido y levantaba ligeramente los ojos al cielo, como cuando se le presentó el demonio en forma de un gato enorme.
De este modo:
Pero los que le acompañaban no lograban en este caso comprender nada de lo que decía, salvo que mantenía una actitud de suma gravedad.

8
En el octavo modo oraba arrodillándose, multiplicando las genuflexiones, no sólo cien veces durante la noche como se lee del apóstol Bartolomé, sino en ocasiones desde la tarde hasta la media noche, levantándose y arrodillándose.
De este modo:
No obstante, de vez en cuando descansaba de rodillas y durante largo tiempo se quedaba como atónito y estupefacto, y se asemejaba a un querubín que hubiese traspasado el cielo, con una presencia jovial y llena de gozo. y, después de entretenerse así con Dios, volvía a las genuflexiones. Le eran tan familiares y se ejercitaba en ellas tan de continuo, que cuando sus acompañantes descansaban en los viajes, él las practicaba con toda reverencia, como si fueran una afición, costumbre o naturaleza, o se tratase de un ministerio particular suyo. Y decía: A ti, Señor, levanto mis ojos, que habitas en el cielo (Sal 123,1), pues mi alma confía en Ti, oh Señor (Sal 57,2). Y otras devociones parecidas.

9
En el noveno oraba con las manos extendidas ante el pecho, como un libro abierto. Algunas veces las juntaba del modo como se suele representar a la Madre de Dios llorando a su hijo crucificado, a los pies de la cruz. Otras, las levantaba abiertas hasta la altura de los hombros.
Estos tres modos aparecen en las tres figuras siguientes:
Y se mantenía en total atención, como esperando respuesta a sus preguntas, o como los que hablan y responden a la vez. Quienes entonces vieron en tal situación a este santo, según refieren los que vivieron con él, pensaron que estaban ante un profeta a quien Dios revelaba ocultamente grandes secretos, o que hablaba con un ángel de algún misterio. Incluso algunas veces, cuando iba de viaje, buscaba a hurtadillas tiempo y lugar para poder practicar este modo. Y después volvía a la compañía de los hermanos y hablaba con entusiasmo como si fuera una nueva obra y gracia de Dios.

10
En el décimo modo oraba de pie, con el cuerpo totalmente erguido y los brazos abiertos como el Salvador sobre la cruz.
De esta manera:
Oraba de este modo sólo cuando suplicaba a Dios cosas muy grandes. Y recomendaba a los demás que no lo practicasen, salvo para situaciones que fuesen muy difíciles. Decía entonces con David: Te estoy llamando, Señor, todo el día, extiendo mis manos hacia Ti(Sal 88, 2, 10), y otras palabras semejantes.

11
En el undécimo modo oraba alzándose sobre la punta de sus pies, con las manos levantadas y unidas por encima de la cabeza, como saeta lanzada con fuerza al cielo.
De esta forma:
No se quedaba mucho tiempo en ese modo, sino que volvía en sí tras un cierto tiempo, como llegado de un país lejano tras un largo camino o como ciudadano del cielo peregrino en este mundo. Y en este modo se le oía decir: Escucha, Señor, la voz de mi oración que elevo hacia Ti, mientras levanto mis manos hacia tu templo santo (Sal 28,2); llegue a tu presencia mi oración y el levantar de mis manos sea para Ti como sacrificio vespertino (Sal 141, 1-2).

12
En el duodécimo modo oraba con un libro delante, santiguándose con la señal de la cruz con gran reverencia. Leía en el libro con mucha atención, como si estuviera hablando con Dios.
De esta manera:
Decía: Escucharé lo que el señor Dios va a hablar en mí (Sal 85,9). Después parecía que discutía con un compañero, preguntándole y contestándole, alterado o sereno, riendo o llorando, fijando la mirada en el libro o apartándola de él, dándose golpes de pecho o hablando sigilosamente. Veneraba además mucho el libro, e inclinándose lo besaba. Algunas veces apartaba la cara del libro, escondiéndola entre sus manos o con la punta del escapulario. Después, lleno de afecto, como si diera gracias a una persona eminente por los beneficios recibidos, se levantaba con reverencia del libro y se inclinaba ante ella. Una vez tranquilo, comenzaba a leer de nuevo en el libro.

13
El modo décimo tercero consistía en orar de rodillas, si bien no lo hacía con frecuencia.
De este modo:
Entonces se le oía decir: Escucha, señor, mi oración cuando te suplico y libra mi alma del temor de los enemigos (Sal 64,2). Y sintiéndose escuchado, añadía lleno de alegría: Me has defendido del conciliábulo de los malvados y de la multitud de los que obran la iniquidad (Sal 64, 3).

14
En el modo decimocuarto oraba de rodillas, con el torso desnudo, y se hacía disciplinar por un fraile, al parecer el llamado Hispano, que fue uno de los examinadores o delegados del Papa en su proceso de santidad.
De esta manera:
El mismo hermano refirió este modo, y contó que mientras recibía las disciplinas tenía los brazos recogidos y recitaba el Salmo Miserere mei Deus secundum magnam misericordiam tuam. Creo que por esto se ha introducido en la Orden la costumbre de que, en días señalados, un fraile aplique disciplinas a todos los demás reunidos juntos, con el fin de que puedan participar de algún modo de las disciplinas de su padre.
Hay que advertir, finalmente, que en todos los antedichos modos que santo Domingo practicaba en su oración, siempre lloraba y derramaba abundantes lágrimas, e intercedía en sus súplicas por las necesidades.
Jamás abandonaba la oración por algún impedimento o turbación.

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