Amigos que pasan y dejan su huella aqui. Gracias por estar .Paz a tu corazon

Recuerda amigo cuando entras a la Casa de Dios pisas Tierra Sagrada.

La Casa de Dios es el lugar más Santo de todo el universo. Cada vez que entres ,recuerda que allí ,vive Jesús en el Sagrario y te espera con AMOR.

Vístete decorosamente, apaga tu celular y ten fe que todo lo que pidas, si eres respetuoso , piadoso en tus actitudes y posturas en el Templo, sera recibido por el Señor con agrado .

Y tu alma ya no será la misma.

Haz silencio. Busca cerrar tus ojos y quédate quieto. Dios esta en su Casa. El Amor puede hablarte íntimamente .

Mi deseo es que Dios se manifieste en ti.


Cristo Resucito, DIOS VIVE ENTRE NOSOTROS

martes, 3 de mayo de 2011

Testigos de esperanza

 Testigos de esperanza



El Cardenal Francisco Xavier Nguyen Van Thuan predicó ante el Santo Padre Juan Pablo II y la Curia Romana los ejercicios espirituales en la cuaresma del año 2000. El tema fue: “Testigos de esperanza”.
Francisco Xavier Nguyen Van Thuan cursó sus estudios en Roma. Consagrado obispo de Nhatrang (Vietnam) en 1967, fue nombrado posteriormente arzobispo coadjutor de Saigón (ahora Ciudad Ho Chi Minh) en 1975. Pocos meses después (siendo perseguido por su fe católica), fue arrestado y pasó trece años en la cárcel, nueve de los cuales los sufrió en régimen de aislamiento. Fue arrestado el 15 de agosto de 1975, solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María, y fue puesto en libertad el 21 de noviembre de 1988, también en una fiesta mariana: la festividad de la Presentación de María. Él mismo le pidió a la Virgen María ser liberado en esa fecha.
Fue un hombre que experimentó el sufrimiento profundo y supo ofrecerlo. En los últimos años de su vida, Juan Pablo II le nombró cardenal de la Iglesia, y sirvió como presidente del Consejo Pontificio de Justicia y Paz. Falleció en 2002.

Jesús, única esperanza
En la prisión, le preguntaban cuál era la razón de su esperanza. Respondía con las palabras del Evangelio y con un corazón ardiendo en amor. El Cardenal Nguyen Van Thuan hablaba de los defectos de Jesús, por amor a los hombres, por amor a los pecadores, por quienes “se entregó hasta la muerte y muerte de cruz”. Jesús no tiene buena memoria, nos dice el cardenal. En la cruz, durante su agonía, Jesús oyó la voz del ladrón a su derecha: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu Reino” (Lc. 23, 42). Y continúa el cardenal: Si hubiera sido yo, le habría contestado: ‘No te olvidaré, pero tus crímenes tienen que ser expiados, al menos, con 20 años de purgatorio’. Sin embargo, Jesús le responde: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23, 43). Jesús olvida todos los pecados de aquel hombre. ¿Y qué diremos de la mujer pecadora? Jesús no le pregunta nada sobre su pasado escandaloso, sino, simplemente, le perdona sus muchos pecados al mostrar ella mucho amor. ¿Y qué diremos del hijo pródigo? Cuánta alegría la de aquel padre “porque su hijo estaba muerto pero volvió a la vida; se había perdido pero volvió a la casa de su padre” (cf. Lc. 15, 22-24). Jesús no solamente “tiene mala memoria”, dice el cardenal, sino que olvida incluso que ha perdonado. Una vez que perdona, se olvida no sólo de nuestros pecados, sino de cuántas veces le ofendimos. Él no es como nosotros.

El amor auténtico no razona, no mide, no levanta barreras, no calcula y no recuerda las ofensas, tal como se afirma en la primera carta de San Pablo a los Corintios: “El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no es jactancioso, no se engríe; es decoroso; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta” (1 Cor. 13, 4-7).
Jesús nos ha traído un amor que llega –como dicen los Padres de la Iglesia– a “la locura”, y que pone en crisis nuestras medidas humanas. Sin embargo, tanto amor reclama amor, y por ello, Jesús nos llama a la conversión. Se trata de una conversión de una situación negativa o mediocre, a una realización más auténtica del Evangelio. Se trata de abandonar las falsas esperanzas, para poner toda nuestra esperanza en Cristo. Nuestra vida presente es una peregrinación hacia Dios. No nos asuste nuestra debilidad. No importa qué tan bajo hayamos caído en ciertos momentos de la vida: el Señor nos tiende su mano para restaurarnos, y darnos nueva vida. El Señor quiere elevarnos a la santidad. La única condición que él requiere es que nos arrepintamos de todo corazón de nuestros pecados, y él nos cubrirá con su misericordia.
El pasado quedó atrás; no sabemos si llegará el futuro. Nuestra riqueza es el presente, en el cual hemos de sembrar una vida de esperanza, que tiene como fundamento el amor. El Evangelio, en definitiva, nos desvela el sentido profundo de nuestra vida en Dios. Éste fue el testimonio del Cardenal Nguyen Van Thuan durante sus años de dolor.
“Elegir a Dios, no las obras de Dios”, recomienda el Cardenal Van Thuan. “El Señor no tiene absoluta necesidad de nuestras obras, sino de nuestro amor”. Él se ha quedado con nosotros hasta el fin de los tiempos en la eucaristía, dándonos de su cuerpo y sangre, alma y divinidad, para la transformación de toda la humanidad. Vivamos en santidad todos los días de nuestra vida y comuniquemos el amor de Dios a un mundo que está herido por el mal, y hambriento de Dios. Esto fue lo que comunicó el Cardenal Nguyen Van Thuan con su vida y sus obras, y especialmente, en la profunda vivencia de la cruz. Ya en diferentes ocasiones, María Santísima le había dicho en sus visitas al santuario de Lourdes, cuando él era un joven seminarista y, posteriormente, un joven sacerdote: “No te prometo felicidad en esta tierra, sino en el cielo. En la tierra tendrás sufrimientos y aflicciones”.
No nos inquieten estas palabras: Jesús, nuestra esperanza, nos sostiene en sus brazos.


Norma Teresa Molina

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Un abrazo

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